Aster

Una cena algo incómoda

Nadie se había dado cuenta.

Una enorme sensación de alivio la inundó en el momento en el que, después de algunas dificultades para entrar y volver a su habitación, temiendo haber sido descubierta, Elvira la despertó y saludó como si nada hubiese pasado. Si se hubiese dado cuenta, ella habría sido regañada durante toda la mañana, y quizás un poco más, y el hecho de que eso no hubiese pasado era más que suficiente. Después de todo, Elvira sería la única capaz de preguntarse en donde se encontraba y preocuparse de eso.

Al igual que todos los días, desayunó un pan con un poco de té, y su niñera la ayudó a vestirse. Las sirvientas que habían estado cuando eligió su vestido para su ceremonia de mayoría de edad ya se habían ido. Ellas solo se presentaron por órdenes del emperador, no porque hayan querido.

Un poco nerviosa de que encuentren las monedas que había conseguido al vender sus joyas, las escondió en otro lugar, uno que nadie más revisa; el fondo de su closet, en donde hay vestidos antiguos, polvorientos y llenos de telarañas y arañas; el terror de cada mujer de esa época.

No tuvo tiempo de contar cuantas monedas le había entregado el vendedor, ni siquiera de agradecer a los dos desconocidos que la ayudaron la noche anterior, y eso fue porque , unas calles más atrás, habían un par de caballeros que trabajan directamente para su padre consultando algo a unas personas. Era obvio que no era sobre ella, pero ellos si la podrían conocer.

Para su gran sorpresa, la cantidad de monedas era bastante elevada. Todas eran de oro, lo que le añadía valor. Lo anotó mentalmente; agradecer de todo corazón a esos dos hombres.

El lado negativo era que ni siquiera había tenido tiempo para verles la cara, pero suponía que no sería tan difícil reconocerlos. No todos los días ves a un joven rubio, alto, y con esa personalidad, caminando junto a un pelirrojo anormalmente alto. En el momento, debido al nerviosismo y sorpresa, no se había detenido a analizarlo, pero era la primera vez que veía a alguien más alto que ella. Eran contadas las veces en las que encontraba otra persona así. Claramente aquel chico se veía más alto debido a su aura aterradora, y cuando se encontraban afuera, ya no parecía tan alto, pero aún así era más alto que ella.

Uno de los atributos de la familia imperial era su estatura. Eran más altos que una persona común, tanto los hombres como las mujeres...

Suspiró al darse cuenta que lo que tenía no era suficiente para lo que tenía pensado usar el dinero. Tendría que ir otra vez. 

Para ser sinceras, ella tenía en mente que algo así pasaría, pero aún así mantuvo la esperanza.

Después de todo, con aquella bolsa de monedas solo le alcanzaría para escapar de la capital, y un poco más allá. Necesitaba más, mucho más, si quería ser finalmente libre de su padre y la realeza, y poder alejarse lo más posible de ellos.

El puñado de monedas que tenía ahorrado no contribuía en nada.

Claro, ella podría ser un tanto inocente, e incluso un poco ignorante en muchos aspectos (para justificarse, tenía el hecho de que creció literalmente encerrada, incapaz de poder socializar con otras personas que no sean sus sirvientes, quienes la ignoraban, sus hermanos, quienes con mucha suerte la visitaban dos a tres veces a año, y con su niñera, quien fue quién le enseñó casi todo lo que sabe del mundo exterior) pero si se trata de economía, modales y política era una experta. Su padre, por más que la despreciaba, pensaba con la cabeza, más que con el corazón. Una princesa era una buena inversión, sobre todo para casarla con algún príncipe de otra nación o hijo de algún noble rico y de alto rango. Y, para ser una buena esposa, debería saber todo eso.

Meditándolo un poco, estimó que cerca de finales de año tendría el dinero suficiente para salir del imperio, viajar a algún lugar (el cual decidirá cuando consiga más información) y poder establecerse cómodamente ahí. Tener una casa y un trabajo, si es que era necesario. No era demasiado quisquillosa, y estaba dispuesta a aprender cosas nuevas.

Lo malo, es que estaban en los primeros meses del año.

—Señorita, ¿Qué vestido desea ponerse hoy? —La dulce voz de su niñera la sacó de sus pensamientos y la aterrizó al presente. Sonrió ligeramente, sintiendo las cálidas manos de la mayor sobre su cabello, mientras la peinaba frente al espejo. Su cabello azabache sobre aquellos dedos no encajaba en lo absoluto con el castaño claro de Elvira, pero eso nunca pareció importarle.

—Alguno cómodo, por favor... —dijo, cerrando los ojos para disfrutar el toque en su cabellera. Elvira asintió, y, aunque no entendía cual era la razón por la que su señorita se encontraba tan sumida en sus pensamientos, si sabía lo que ella necesitaba en ese momento.

Y eso era amor y cuidados, tal y como a ella siempre le han gustado cuando se sentía desanimada o triste, y tal y como ella siempre le brindó.

Poco duró su paz, cuando llegó el mayordomo del Emperador, afirmando que él deseaba tener un almuerzo junto a toda la familia.

El color solo volvió a su cara cuando, nuevamente, Elvira se encontraba apretando aquella infernal creación del diablo llamado corsé. Tuvo que despedirse de aquel vestido cómodo que deseaba usar. 

La prenda que su niñera le había elegido era bastante ostentosa, aunque ella afirmó que únicamente era Asteri exagerando.




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