—Estoy bien, Elvira, te lo prometo.
Aún si ella le repetía lo mismo una y otra vez, su niñera no le dejaba salir de su cama.
No podía culparla.
La vista de ella siendo llevada por su caballero en tal estado fue desconcertante para la mayor. Lo suficiente como para no despegarse de ella por horas.
Dentro de ella, la azabache no lograba comprender la razón de su reacción. Siempre había escuchado malos comentarios de su madre, insulto tanto hacia ella como a su persona, y estaba tan acostumbrada que, la mayoría del tiempo, simplemente los ignoraba. No sabía porqué el simple hecho de que haya sido su progenitor haya sido quien la insultase la había afectado. Quizás haya sido porque, en los pocos momentos de lucidez de su madre, además de fantasear con que su hija sea reconocida oficialmente como princesa y ella convirtiéndose como mínimo en reina, ella lograba ser por pocos segundos la madre que ella siempre quiso. O también que, en aquellos momentos en los que su mente fallaba, empezaba a hablar del pasado, sobre cómo el Emperador de un Imperio le había prometido convertirse en Emperatriz, incluso si era una persona de un reino caído, y en cómo él le había profesado amor eterno. Por supuesto, ninguna de las dos cosas se hicieron realidad.
—Lo siento, mi señorita —murmuraba, mientras se mantenía sentada a un lado de la cama, en donde ella estaba acostada —. No debí haberla dejado ir —Limpió su lágrima, triste.
—Elvira, era una orden del Emperador. No podía simplemente no ir —dijo, tratando de consolarla —. Además...
—¿Sí, mi señorita?
Asteri suspiró.
—¿Puedo salir de la cama? No estoy enferma.
Intentó moverse, mas tenía tantas sábanas que era hasta difícil hacerlo.
—No puedo hacer eso, mi señorita. ¿Qué pasa si algo le vuelve a pasar?
—No pasará nada. Y tampoco me pasó nada, solamente me puse un poco nerviosa. ¿No es así, Sir Thaddeo?
El caballero, a un lado de la cama, alejado, se tensó, sorprendido de que de repente lo hayan involucrado en la discusión.
—Sir Thaddeo sabe que no es así, no lo presione, mi señorita. ¿Verdad, Sir Thaddeo? —Aunque su tono al dirigirse a la menor fue suave, cuando le habló a él, su tono dio un giro repentino, siendo más serio y casi amenazante.
Thaddeo no podía creer que una pequeña señora viejita sea capaz de parecer tan temible.
La princesa también lo miró, con una sonrisa forzada.
Ambas mujeres mirándolo, esperando a que él le de la razón a una.
¿Cómo había llegado a esa situación?
No sabía que responder.
Guardó silencio, frunciendo ligeramente los labios, nervioso por encontrarse en medio de todo eso.
—Sir Thaddeo. Esto es por la seguridad de mi señorita. Como caballero escolta, usted debe velar por eso —Cuando la mayor dijo eso, él no lo pudo negar.
Viéndolo de esa manera, ella tenía razón.
—Así es, señora Elvira.
La mujer sonrió, victoriosa, y Asteri suspiró, derrotada.
Era un ambiente cómodo, hasta que...
—¡Su Ateza!
Elvira se giró, con el ceño fruncido ante la acción.
—¡Adela! No puedes entrar en la habitación de la princesa sin tocar. Es un acto completamente descortés.
La joven, se disculpo, mas, afirmó que tenía una razón válida.
—¡Su Alteza, el príncipe heredero, está de camino!
Asteri, de la impresión, se sienta en la cama, pero su niñera la vuelve a recostar, como si ella fuese una enferma terminal.
—¿Dónde está?
—Debería estar subiendo las... —Un escalofrío recorrió toda su espalda, y, de manera lenta y temerosa, se giró para ver qué era lo que estaba atrás. Se tapó la boca para evitar gritar del susto, y se hizo a un lado rápidamente, inclinándose —S-Saludo a Su Alteza, el príncipe heredero.
El rubio entró sin siquiera verla, y ella, aliviada de este hecho, se retiró con otra inclinación, no sin antes dedicarle una mirada de disculpas a su princesa por no haberle avisado de la visita antes.
Aunque, de igual manera, no hubiese podido.
El príncipe heredero llegó de improvisto, sin haberle dicho a nadie.
Fue tan así, que ni siquiera se encontraba con sus típicos guardaespaldas.
Al entrar, al igual que la última vez, fulminó a Thaddeo con la mirada, y él la desvió, incómodo, empero, fue una mirada rápida, ya que esta de inmediato fue fijada en su hermana menor.
—Hermana... —murmuró tan bajo, que Asteri estuvo a la nada de preguntarle: "¿Qué?" por no haberlo escuchado, mas pudo contenerse.
Se enderezó, recobrando su postura habitual, pero antes de poder hablar, Asteri se le adelantó.
—Saludo al pequeño sol del Imperio, Su Alteza el príncipe heredero —dijo formalmente, bajando la cabeza, tensa —. Lamento mi descortesía de saludarlo de esta manera, pero no me encuentro bien en este instante.