Helia
Una mañana, antes de que Helia despertase para el amanecer, volvió a soñar con esos ojos azules. Le irritaba no poder saber quién le pertenecían, tenía que saber quién era.
Durante el día, antes del atardecer, llamó a los dioses a una reunión secreta. Los llamó a su palacio, al Palacio del Sol, con el pretexto de que tenía que contarles los últimos chismes en los que habían participado los humanos. Planeaba sacarles la verdad sutilmente, sin que ellos se dieran cuenta. Pero Universo no podía enterarse de la reunión, ya que él ya se había mostrado reacio a responder sus preguntas.
Cuando llegaron los dioses a su palacio, Helia no sabía exactamente que les iba a decir. No especificó que supuesto chisme les iba a contar así que los dejó esperando en el salón de baile mientras ella supuestamente se arreglaba en sus habitaciones. Pero luego, llamaron a su puerta.
- ¿Ya estás lista, Helia? – preguntó Ceres. Ella era la diosa de la agricultura para la humanidad, pero también uno de los planetas más pequeños del Sistema Solar.
- Ya casi. ¿Han llegado todos? – Helia no sabía si debía hacerla pasar o no.
- Si, y están impacientes. ¿Puedo pasar?
- Está bien – respondió Helia, insegura.
Una vez dentro, Helia se le quedó viendo. Ceres estaba vestida como de costumbre, con su vestido verde pálido y su cabello cobrizo suelto sobre sus hombros. La diosa era sencilla en todos los sentidos, en comparación a ella. Ceres era de las pocas diosas que no interrumpía a Helia cada vez que intentaba hablar, así que se confesó y le dijo cuál era el propósito de todo esto.
- ¿Unos ojos, dices? – preguntó Ceres.
- Si. Luego de cada atardecer, cuando me voy a dormir, sueño con unos ojos que me observan – respondió Helia.
- ¿Y quieres saber quién es quién te observa? No sé, Helia. Si Universo no ha querido darte respuestas, dudo que los otros dioses te las den. Además, ¿no te incomoda el hecho de ser observaba por alguien que ni siquiera conoces?
- ¿En serio le preguntas a la diosa del Sol si le molesta ser observada por extraños? – respondió Helia, casi riendo por la pregunta. – Necesito saber quién es, Ceres.
- ¿Por qué?
- Porque algo me dice que Universo me está ocultando algo. Alguien, para ser exacta. Desde mi primer atardecer, he sentido esa mirada. No es el tipo de mirada que recibo de los humanos o de los dioses, quienes me miran con admiración. Esta mirada es distinta. Esos ojos me miran como nunca nadie me ha mirado jamás. Esos ojos azules no salen de mis pensamientos nunca, por más que trato – explicó Helia.
- ¿Ojos azules? – preguntó Ceres, con un tono de sorpresa en su voz y expresión inquieta en su rostro.
- Si, ¿Por?
- Me tengo que ir – se incorporó la diosa de golpe – Y no te preocupes por los dioses, les diré que te sientes mal para que se vayan. Prometo volver mañana para pensar en que podemos hacer. Adiós.
Antes de que Helia pudiese preguntarle por qué se iba, Ceres se fue de la habitación, casi corriendo. Lo único que sabía, era que ahora por lo menos contaba con la ayuda de una amiga para encontrar a quien tanto buscaba.
¿Qué haría Helia una vez supiese quien era el dueño de aquella mirada tan especial? ¿Qué le diría? ¿Cómo le explicaría a Universo que le había desobedecido y que había ido en busca de respuestas?
No lo sabía.