Baham
¿Cómo se cura un corazón roto? ¿Cuánto tiempo tarda en hacerlo? ¿Qué pasa si se intenta de todo para curarlo, pero aun así no se logra?
Uno… dos… tres días habían transcurrido desde el incidente con Selien. Baham no había abandonado su habitación desde entonces y tampoco cumplía sus deberes de Estrella. Día y noche, encerrada en esas cuatro paredes pensaba en todas las cosas que había hecho mal.
Nunca debí hacerme ilusiones, nunca debí haber insistido, nunca debí besarlo.
¿Lo peor de su encierro? Sus hermanas. Compartía habitación con tres de ellas; Alya, Amaltea y Adhara. Todas insoportables a excepción de la última, con quien Baham compartía litera. Cada vez que Baham discutía con ellas, Adhara era quien intervenía antes de que pudiese cortarles las lenguas.
La mañana en que Baham volvió desde el Palacio de la Luna, después del rechazo de Selien, en la oscuridad de su habitación no notó la presencia de ellas. Baham cerró la puerta y sollozó. Nunca se había sentido tan mal en toda su vida. Hubiera seguido llorando de no ser por las risas, parecidas a las de una hiena, que escuchó desde el otro extremo de la habitación.
- Mira nada más, Amaltea. Nuestra querida hermana Baham llorando desconsoladamente desde el suelo – dijo Alya con voz burlesca.
Al darse cuenta de que no estaba sola, rápidamente secó sus lágrimas y se levantó.
- No estoy llorando – respondió a la defensiva.
- Déjenla tranquilla – terció Adhara. – Vuelvan a dormir, en la noche tenemos que estar bien descansadas para nuestro turno.
Al llegar la noche, todas estaban listas. Todas menos Baham, quien a pesar de haberle asegurado a Selien que se reunirían en los establos, no quería enfrentarlo. No aún.
- ¿Acaso no vas a venir, Baham? – preguntó Amaltea, altaneramente.
- No, me duele la cabeza – mintió ella.
- ¿De quién te escondes?
Silencio. No sabía qué decir, aunque la respuesta era obvia. Cuando se fueron, Baham se pasó toda la noche recostada mientras observaba las blancas paredes de la habitación. La rutina se repitió la noche siguiente.
Luego de la segunda noche de su encierro, Adhara había escapado de su puesto unas horas antes del amanecer y le había pedido a Baham hablar en privado.
- Iremos a dar un pequeño paseo – anunció ella.
- ¡Adhara! – se quejó Baham, escondida tras sus sábanas. – No quiero salir.
- Si no quieres salir, está bien. Pero no te salvarás de una charla conmigo – advirtió mientras la destapaba. – Te la has pasado días encerrada aquí, ya casi no hablas y siempre estás con la mirada pérdida. ¿Qué te pasó?
- Nada.
- Esto tiene que ver con Selien, ¿Cierto? – preguntó con voz inquisitiva. Al igual que todas las Estrellas, a Adhara no le agradaba Selien.
- No.
- Si lo es de él, ¿De quién te escondes?
- No necesito tu ayuda, Adhara – respondió Baham mientras se volteaba para evitar la mirada de su hermana.
Pasaron varios minutos en los que ninguna de ellas soltó palabra. Simplemente se quedaron en silencio, probablemente pensando en quien de las dos rompería el ambiente de tensión. Finalmente, fue Adhara quien lo hizo.
- Si no quieres decirme, no te obligaré. Pero en caso de que se trate de alguna pelea o algo por el estilo, solo te diré esto: De entre todos nuestros hermanos y hermanas, siempre te he admirado por tu fuerza y tu carácter, por tu valentía y determinación. La Baham que conozco jamás se dejaría intimidar por algún conflicto ni mucho menos se escondería tras unas sábanas – confesó. – Debo irme, no quiero que nadie note mi ausencia. Piensa en lo que te dije.
Baham seguía de espaldas, pero supo que Adhara se había marchado por el ruido de la puerta al cerrarse. Quizás la Baham que conoces nunca ha existido en realidad… Y pronto cayó dormida.
Soñó con simples imágenes que surgían en su cabeza. Recuerdos, comprendió. Rostros conocidos y otros no tanto, voces, risas, gritos, llantos… Soñó con aquel niño que una noche le pidió el deseo de un hogar, el cual ella nunca le pudo conceder. Soñó con aquella familia que una noche le pidió el deseo de la prosperidad, la cual ella nunca les pudo brindar. Soñó con aquel hombre que una noche le pidió el deseo de encontrar el amor, el cual sigue buscándolo porque ella nunca le pudo dar respuesta.
Por último, vio a Selien. Se encontraba en la entrada del Palacio de la Luna junto a Helia. Se veían perfectos juntos, se veían felices. Él al notar la presencia de Baham, comenzó a reír de una manera perturbadora. Una carcajada hueca y fría, nada parecida a su verdadera risa.
- ¿En serio creías que cambiaría a Helia por alguien como tú? - preguntó Selien, despectivamente. Baham podía sentir lágrimas formándose en sus ojos. – Que ilusa fuiste. Solo eres una Estrella.
Hubiera gritado al despertar de no ser por ese molesto nudo en su garganta. Despertó de la pesadilla en el mismo momento en que sus hermanas volvían de su turno. No parecieron notar su extraño comportamiento, salvo Adhara, quien miraba a Baham con cara de preocupación.
- No te ves muy bien. Será mejor que duermas, quizás así te sientas mejor para el turno de esta noche – le aconsejó.
Baham quería todo, menos dormir después de semejante pesadilla, pero aceptó el consejo. A juzgar por la iluminación del día, solo había dormido una o dos horas. Necesitaba por lo menos un par de horas más.
Despertó de mal humor, pero Adhara tenía razón; las horas de descanso le habían servido para pensar. Esta noche iría a su turno. Se levantó de su cama antes que sus hermanas y cuando estuvo lista, se dispuso a esperarlas.
- Hasta que al fin te dignas a salir – le dijo Alya, mientras rizaba su cabello. – Honestamente creí que tendría que avisarle a Universo…
- Parece que no eres tan miedosa como imaginábamos – añadió Amaltea.