Ainara y Mauro han vivido en El Pedregal, una urbanización tranquila y bien cuidada en el suroeste de Barquisimeto. Cuando no vivían bajo el mismo techo les era más fácil evitarse, pero ahora es una tarea titánica difícil de hacer.
Porque en ese tiempo, cada mañana, Ainara salía de su casa, una vivienda de estilo colonial con un jardín lleno de flores coloridas. Caminaba unos minutos hasta la parada del autobús, donde se encontraba con su amiga Camila cuando Francisco no podía llevarla. Juntas, tomaban el autobús que las llevaba al Colegio Inmaculada Concepción, disfrutando del trayecto mientras charlaban sobre sus planes para el día.
Mauro, por su parte, vivía en una casa moderna con grandes ventanales y un jardín bien cuidado. Su madre solía llevarlo en auto hasta el colegio, y durante el trayecto, Mauro solía escuchar música para relajarse antes de enfrentar otro día de clases, pero jamás llegó a irse en el transporte público.
Sin embargo, la vida parecía tener otros planes para ellos, aunque se resistieran. Habían pasado semanas desde el comienzo de clases, por lo que ellos pensaban que todo fluiría como estaban acostumbrados.
—Ainara, necesito hablar contigo un momento —dice Francisco deteniéndose en el umbral de la puerta.
—¿Qué pasa, papá? —pregunta Ainara que se estaba terminando de peinar el cabello.
—No podré llevarte al colegio hoy. Tengo un caso urgente que atender en el tribunal —dice Francisco cruzándose de brazos y una expresión seria.
Ainara suspira y deja el cepillo sobre la mesa.
—¿Otra vez? Siempre es lo mismo papá…
—Lo sé, lo siento, hija —responde Francisco—. Pero puedes irte con Mauro. Él también va al colegio, así que no será un problema, además todos estos días te he llevado, son pocas las veces que no te llevo y lo sabes.
—¿Mauro? ¡Ni loca! Prefiero irme en el transporte público —dice Ainara con el ceño fruncido.
—Ainara, por favor, no seas terca. Es más, seguro que vayas con Mauro —insiste Francisco.
—No me importa papá. No quiero ir con él. Nos vemos en la tarde —Ainara se cruza de brazos.
Francisco suspira profundamente.
—Está bien, pero ten cuidado. Y por favor, trata de llevarte mejor con Mauro. Es tu hermano.
—Claro, como digas, total, no es la primera vez que me voy en una buseta papá —dice Ainara en tono sarcástico—. Recuerda que mi relación con mi hermano menor no es buena.
Luego de eso Ainara toma su mochila y sale de la casa, de los dos siempre es la primera en estar lista para el Colegio.
Mientras tanto, Mauro se dirige a la habitación de su madre, a la vez que se va ajustando la camisa del uniforme escolar.
—¡Mama! Estoy listo.
—Mauro, tendrás que esperar un momento, hay algo que debo decirte —María se gira mientras se coloca un zarcillo.
—¿Qué pasa, mamá? No me vayas a decir que tendré un hermanito a estas alturas, suficiente con esa pelirroja para después tener a un bebé andando por ahí.
María soltó una risita antes de responderle.
—No, no es eso. Es que hoy no podré llevarte al colegio. Tengo un asunto urgente que atender en la empresa. Hay una reunión importante con unos inversores.
—¿Cómo iré a clases? —Mauro, frunció el ceño—. Hoy tengo un examen crucial de física, no puedo perder clases.
—Lo sé, hijo, lo siento. Pero Francisco puede llevarte, ya que llevará a Ainara, que también va al mismo colegio, así que no será un problema.
—¿Ainara? ¡Ni en sueños! Prefiero irme en el transporte público, aunque nunca la haya usado —responde Mauro con una nueva de disgusto.
—Mauro, por favor, no seas terco. Es más, seguro que vayas con Francisco y Ainara en el auto, además son hermanos —dice María quien ya se esperaba esa respuesta.
—¡No me importa! No quiero ir con ella. Nos vemos en la tarde mamá, si es que no tienes más trabajo —dice Mauro con los ojos llenos de enojo.
María suspira profundamente al ver la reacción de su hijo.
—Está bien, pero ten cuidado. Y por favor, trata de llevarte mejor con Ainara. Es tu hermana —repite la mujer
—¡Mama! ¡No la llames mi hermana! —dice con frustración.
—Aquí tienes pasaje y anda con cuidado —María no le presta atención a su última frase, así que busca en su bolso dinero para darle.
—Claro, como digas —dijo Mauro furioso y en tono sarcástico al sentirse ignorado por su madre y sale sin decir nada más.
Este día, mientras Ainara esperaba el autobús, vio a Mauro caminando hacia la parada. Ambos se miraron con sorpresa y algo de incomodidad.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Ainara, tratando de sonar indiferente.
—Mi madre no puede llevarme hoy —respondió Mauro, encogiéndose de hombros y preguntó—. ¿Te importa si tomo el autobús contigo?
Ainara suspiró, pero asintió.
—Haz lo que quieras, el autobús es libre para cualquier persona.
Minutos después llegó Camila, quien también miro con sorpresa a Mauro.
—Hola Mauro —dijo Camila sonriendo.
—No digas nada —Respondió Mauro con indiferencia, imaginando lo que la chica estaba pensando.
—No seas tan amargado, el transporte público no tiene nada de malo, te hace sentir gente.
Mauro no respondió, era la primera vez y se sentía perdido, porque incluso ni siquiera conocía cuál era la parada que debía bajar. Cuando el autobús llegó fue el último en subir.
El trayecto en autobús fue silencioso y tenso. Ainara y Mauro se sentaron en extremos opuestos, evitando mirarse. Camila, que había notado la tensión entre los dos, intentó romper el hielo.
—¿Sabían que hay una nueva repostería cerca del colegio? Podríamos ir después de clases —sugirió, tratando de sonar entusiasta.
—Suena bien —respondió Ainara, agradecida por el intento de su amiga de aliviar la tensión—. Una torta no cae mal.
Mauro asintió, aunque no parecía muy interesado.
Al llegar al colegio, Ainara y Mauro se separaron rápidamente, cada uno dirigiéndose a su grupo de amigos. Los chismes había cesado, pero ellos no querían que nadie los relacionara como familia.
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Editado: 22.10.2024