El espíritu de la navidad, es una de las más poderosas de las fuerzas, que rigen las leyes naturales de nuestro mundo, es un impulso poderoso, que durante un breve periodo de tiempo, se pasea por los hogares de las familias para llevar ilusión, alegría y amor a todos aquellos niños y a sus familias, que con esperanza viven con alegría la llegada de la Navidad.
Existen en el mundo, guardianes, que protegen al espíritu, para que, años tras año las personas, pero sobre todo los niños, sigan creyendo en esta poderosa fuerza; los guardianes, conocidos como Santa Claus y Los reyes Magos, se encargan de repartir regalos durante una noche, para que aquellos niños, que han sido buenos durante el año mantengan su fe y sigan creyendo en la Navidad.
Ilmo era un sabio duende, que estaba al servicio de Santa Claus, tenía el Don de la Navidad, con el cual ayudaba al fornido guardián a repartir los regalos el día de Noche Buena, aquel poder había pertenecido a su familia generación tras generación, pues descendía de un linaje de duendes nobles, que habían ayudado a Papa Noel desde sus inicios, el don lo heredaría uno de sus hijos, quienes tendrían que ganárselo.
El mundo de la fantasía, es el lugar en donde viven los duendes y las hadas; muchos de ellos posen dones, aquellos seres especiales, se pasean por el mundo disipando sus poderes de alegría, caridad y empatía entre los seres humanos, que habitaban en la tierra, sin embargo existen otros duendes, que poseen dones oscuros, así, que se dedican a repartir, odio, tristeza y miseria entre las personas.
Ilmo corrió entusiasmado por el pasillo, que conducía a la salida de la casa. Antes de llegar a la puerta, que se encontraba abierta de par en par, se detuvo y observó a Ani, el hada de la alegría.- ¡Es tan hermosa!- pensó, luego y despacio se acercó a ella y le cogió la mano con delicadeza.
-Tu padre nos ha dado permiso para casarnos – le dijo Ilmo a Ani, su prometida.
La joven hada de la alegría lo abrazó con entusiasmo.
Al cabo de un tiempo la pareja ya casada esperaba con cariño la llegada de sus hijos. Después de nueve meses, nacieron sus dos mellizos. A uno le llamaron Axsel y al otro le pusieron Olmo.
Pasaron los años y los dos hermanos crecieron en el seno de una familia repleta de amor y cariño, a pesar de que ambos niños eran tratados por igual, eran muy diferentes entre sí. Axsel hacía todo lo que se le ordenaba era generoso y alegre, pero también valeroso y pacífico, Olmo en cambio era astuto, travieso, impulsivo y envidioso.
Se acercaba la hora que Ilmo, como duende de la Navidad cediera su don a uno de sus hijos.
- Ani, a pesar de que quiero a mis dos hijos por igual, Axel es el más indicado para ser bendecido con el don, Olmo sin embargo, tiene muchas papeletas para transformarse en un duende oscuro.
- Aunque me duela tienes razón, no podemos permitir que el don otorgado por el Espíritu de la Navidad caiga en malas manos – dijo Ani a su pesar.
Olmo oía iracundo y a escondidas la conversación, que sus padres mantenían sobre el futuro de ambos hermanos. Si Axel era bendecido con el don y no él, entonces jamás podría ir a ver la Navidad, y sería para siempre un duende normal y corriente, por lo contrario su hermano ayudaría cada Noche Buena a Santa Claus y sería partícipe de la navidad el resto de su vida.
Llegó entonces la Navidad. Axsel marchó junto a su padre hacia el mundo de los humanos para aprender cómo funcionaba el don de la Navidad, mientras tanto Ani se quedaba en casa con Olmo.
Y así, año tras año, mientras Axel aprendía sobre cómo ser el mejor duende de la Navidad junto a su padre y a Santa Claus, Olmo permanecía con su madre en casa y aburrido.
-Madre, yo me merezco más que Axel ser el duende de la navidad, pues soy más listo y astuto que él.
- No es inteligencia lo que necesita el espíritu de la Navidad hijo mío – le decía su madre para intentar hacerlo entrar en razón.
- Yo soy más divertido que mi hermano, gasto bromas y hago travesuras.
- Tampoco es diversión lo que necesita el Espíritu.
-¿Entonces que necesita? – se preguntaba sin que su madre lo oyera, férreo en su orgullo.
El año antes de que por fin Axel fuera bendecido con el don, Ani, su madre, se puso enferma. La mujer, ya entrada en canas era el hada de la alegría, y como muchos duendes y hadas tendría que haber asistido a la Navidad para repartir su don entre las personas de la tierra, sin embargo, año tras año Ani había tenido que quedarse al cuidado de su hijo Olmo, temerosa de que se escapara a cometer alguna fechoría el día de Navidad.
-Madre, ya he aprendido todo lo necesario, y a partir del año que viene, podré asistir a la Navidad hasta que uno de mis hijos herede el don, por lo tanto seré yo quien cuide de Olmo este año, para que tú puedas ir a repartir tu don entre las personas – se ofreció Axel tan generoso como siempre.
Sus padres asintieron conformes, así que ese año fue Axel quien se quedó al cuidado de su hermano Olmo. Sin embargo, aquel gesto de generosidad por parte del duende, no hizo mucha gracia a Olmo, quién fiel a su carácter, comenzó a fastidiar a su hermano. Axel en cambio se dedicaba a recoger lo que Olmo desordenaba y rompía y hacía oídos sordos a sus feos comentarios y a sus ingeniosas puyas. El travieso duende, harto de la impasibilidad de su hermano y envidioso por ser Axel y no él quien fuera a recibir el don, fue en busca del duende de las trampas, para gastarle la peor de las bromas a su hermano.
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Editado: 26.03.2020