—No, no, no. No. Me niego rotundamente. —Me levanto rápidamente de la banca.
—Oh vamos, Lira, no seas gallina.
—Sí soy una gallina y eso no tiene nada de malo, en cambio tú te volviste loco de remate y eso sí está muy mal. —Lo señalo.
—Prefiero ser un loco a ser una gallina cobarde que no pone huevos.
Lo miro, extrañada. Qué significa eso, ni siquiera dice cosas coherentes.
—Deja de decir cosas sin sentido.
—Sólo digo la verdad. —Se cruza de brazos—. Cobarde.
—Que me digas cobarde no hará que acepte tu idea loca —solté, igualmente cruzándome de brazos.
Su “gran” idea es de lo peor. Él señorito Noah quiere que yo le pida una cita a Alessio. Así sin más, quiere que vaya con él y le pida una cita. Espera que yo llegue y le diga “oye, Alessio, ¿quieres ir por un elote conmigo?”. Sí se ha vuelto loco Noah. Cómo se le ocurre que yo haré tal cosa, una cosa es atreverme hablarle (lo cual no resulto muy bien que digamos) y otra muy diferente es que yo le pida una cita directamente y sin rodeos.
De verdad que la idea de Noah me desilusionó, pensé que sería algo mejor. Su idea es tonta, mala, y difícil, y tonta. Sus neuronas no funcionaron bien para sugerir algo brillante.
—Es que piénsalo bien, sólo tienes que ir con él y decirle algo como “Alessio, perdón por haberte mentido, y para que veas que no soy como la primera impresión que te di, quiero invitarte un helado para que conversemos un rato”. Y listo, y ya de ahí que surja naturalmente lo demás, ¿ves que no es difícil? —vuelve a repetir el plan. Cada vez que lo vuelve a repetir, suena aún más absurdo.
—Eso suena muy patético —respondo de mala gana.
—¡Exacto, es perfecto para ti! —exclama, alzando las manos.
Abro la boca completamente ofendida. Me acerco y empiezo a pegarle con mis pocas fuerzas mientras él se cubre con sus manos, riéndose.
—Ya ya ya, lo siento ¿ok? —dice, aún entre risas. Le doy un último golpe para acabalar los 10.
—Escucha —comienzo a decir, apuntándole con el dedo para que me tome en serio—. Por nada del mundo jamás, iré con Alessio y perderé la dignidad tratando de pedirle una cita, me saldría muy mal y terminaría aún más avergonzada, además de que mi madre me ha enseñado que una mujer jamás de los jamases le debe pedir una cita a un hombre. El hombre tiene que hacerlo, o de lo contrario se ve mal.
—Tu madre te enseña estupideces —escupe. Lo miro, perpleja, pero qué ha dicho. Abrí la boca dispuesta a reclamarle, pero me interrumpió—: Perdóname, pero no siempre el hombre tiene que dar el primer paso, una mujer también puede hacerlo. No hay una serie de reglas que se deban cumplir para pedir una cita. Si un chico te interesa, tú puedes lanzártele o viceversa, ser hombre o mujer no limita tus acciones por estereotipos que vienen poniendo desde la época del caldo.
Me quedo en silencio, no lo había pensado así, quizás tenga razón pero no voy a admitirlo. Admitirlo sería cuestionar la palabra de mi madre y eso no se hace.
—Llévame a mi casa, por favor —le pido después de unos minutos.
Noah me lleva a casa, en todo el camino hablamos de trivialidades y no volvimos a mencionar lo de Alessio hasta que llegamos a mi casa.
Antes de que bajara, Noah me detiene agarrándome de la muñeca.
—Sólo piénsalo, ¿de acuerdo? —Asiento. Obvio no lo pensaré, no tiene caso si ya sé la respuesta a su sugerencia, y esa respuesta es un rotundo: No.
—Nos vemos mañana —me despido. Salgo de su auto y en cuanto llego a la entrada, Noah arranca.
Saco mis llaves y abro.
—¡Mamá! ¡Llegué! —anuncio, cierro la puerta y voy directo a la cocina, seguro está preparando una tarta porque el delicioso olor llega hasta la entrada.
—Oh hija, bienvenida. —Me acerco y le doy un beso en la mejilla—. Estoy preparando una tarta de manzana.
—Huele riquísimo —digo mientras me siento en uno de los banquitos de madera que tiene la isla central de la cocina.
—Hija, mañana iremos por ti a la escuela —informa—, y de ahí iremos al centro comercial para buscar un vestido bonito para ti, cariño.
Me esfuerzo en darle una sonrisa amable, otra vez con ese baile, lo malo es que no puedo negarme. Asiento sin mucha emoción. Decido cambiar de tema.
—Madre, ¿sabes dónde está Owen? —pregunto, lo más calmada posible.
—Sí, él fue a buscar empleo en una empresa comercial muy reconocida, ya sabes que estudió contaduría y ya quiere trabajar —responde con una sonrisa que demuestra el gran orgullo que siente por Owen—. Seguro que lo contratan porque tu padre lo recomendó con esa empresa.
Por supuesto que lo contratarán, mi padre es CEO en un empresa automotriz, si él lo recomendó con un amigo pues es claro que le darán el trabajo a Owen.
—Y… ¿llegará noche? —inquiero.
—No, llegará en un par de horas —responde—. Por cierto, quiero que vayas a arreglar su habitación, la que está desocupada a tu lado, asegúrate de limpiar bien y desempaca sus cosas —me ordena.
Asiento, quise protestar porque yo no soy ninguna criada para arreglar la habitación de ese malnacido, pero obviamente jamás le protesto a mi madre, me iría muy mal. Además de que prefiero limpiarle y ordenar la habitación de Owen a tener que dormir otra noche con él, no lo soportaría de nuevo, y no quiero llorar más, me hace sentir débil y no soluciona nada.
Voy hasta la habitación que pidió mi mamá para Owen, lo único malo es que está al lado de la mía, pero bueno, sería mucho pedir que lo mandaran al sótano y evidentemente eso no pasará.
Limpio todo, voy por la maleta de Owen que dejó ayer en mi habitación y desempaco sus cosas poniendo todo en su lugar, dejo todo bien ordenado. Trato de hacerlo lo más rápido posible antes de que se le ocurra llegar.
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