Atrévete

Capítulo 19

Caminamos en silencio hasta el juego de pescar patos. Las manos me temblaban. Decir que estaba muriendo de nervios era poco. 

Trataba de estar a una distancia prudente, no estaba ni muy junta a su lado ni muy separada. Pero eso sí, me mantenía al tanto de sus acciones por el rabillo del ojo. 

Llegamos al puesto y pedimos una partida para cada uno. Solo una vez jugué este juego, pero si ganaba o perdía no era lo importante, lo importante era que estaba junto a Alessio pescando patos de plástico en una feria. Y lo más emocionante de todo, era Alessio. 

—¿Están listos? —Asentimos con el mini gancho en la mano—. Tienen que atrapar los patos, cada pato contiene un número de puntos, entre más patos agarren más puntos tendrán y el premio aumenta de valor. Tienen 1 minuto para juntar la mayor cantidad de patos —indicó con voz monótona la chica del puesto que se veía graciosa con un sombrero de pato. 

Lo más tierno era como Alessio tenía abrazado con una mano al oso de Lucas y con la otra sostenía el gancho. Me dieron unas tremendas ganas de tomarle una foto porque esta escena estaba hecha para un portarretrato enorme en mi cuarto. Me controlé. 

La chica del puesto puso el cronometro para el minuto y nos anunció que ya podíamos empezar. 

Empezamos a enganchar los patos, pero vaya que sí era difícil. Avanzaban muy rápido y el gancho no atoraba en el hoyo que traía el pato en la cabeza. Era malísima para este juego. 

Sólo llevaba enganchados tres patos, me permití mirar a Alessio y vaya, él sí que era todo un éxito. Tenía en su canasta un buen de patitos, yo creo que él va a romper el record en este juego. 

Continué pescando los patitos sin mucho éxito y cuando la chica anunció que el tiempo se había acabado, me desilusioné que en mi canasta sólo hubiese cinco patos. 

Entregamos las canastas a la chica para que contara los puntos y hasta ella se sorprendió cuando vio casi todo el estanque vacío por todos los patos que había logrado pescar Alessio. Su canasta estaba repleta a comparación de mis cinco logros amarillos. Qué envidia. 

En total, Alessio juntó 615 puntos y casi me desmayé al igual que la chica, se llevó el premio mayor que era un pato enorme, era de mi tamaño, digo, yo no estoy enorme de estatura, pero ese peluche para ser un pato sí que estaba grandote. Incluso la chica nos confesó que no pensaba que algún día ese premio se ganaría y felicitó a Alessio. 

Quedé embobada al ver el patote. ¿Eso va a caber en el auto?  

Y bueno, yo junté 56 puntos. Me gané un pingüino miniatura de llavero, estaba bien feo la verdad.  

Alessio iba caminando con el Patote cubriendo su cara, yo me ofrecí a ayudarle a cargar el osito de Lucas porque Alessio apenas podía con el peluche que ganó. 

—Vaya, que sí eres bueno en ese juego —admití, un poco tímida. 

—Sí, pero tú no —manifestó.  

No pues, ya me hizo sentir mejor. Mejor ni le hubiera alagado. 

—Es que, pescar patos no es mi fuerte —me excusé—, soy buena en otras cosas. 

¿Soy buena en otras cosas? ¿De dónde saqué tremenda mentira? 

—¿Ah sí? ¿En qué? —preguntó repentinamente, descubriendo un poco su cara del peluche que lo tapaba.  

Sin darme cuenta, ya estaba teniendo una charla fluida con Alessio, y me sentí estupendamente bien, me sentía valiente, justo como me aseguró Mikaela.  

Traté de no pensar mucho en mis nervios para que no me traicionaran. 

—Eh… pues soy buena en los puestos de comida —comenté en tono de broma, aunque esa era la verdad, era buena comiendo. 

Alessio sonrió. De verdad lo hizo. No miento, y esto no me sorprende por el hecho de que nunca lo haya visto sonreír, lo he visto muchas veces hacerlo, pero nunca me había sonreído sinceramente a mí y sin que dejara su mirada despectiva a un lado, me sentí morir. 

—¿Quieres ir por comida? —soltó sin anestesia.   

Sentí volver desvanecer. No pude ocultar mi sorpresa.  

—Eh… sí, cla-ro. 

Avanzamos hasta el puesto de comida, mientras que yo estaba en un trance pensando si esto estaba siendo un sueño o no. ¡Estaba junto a Alessio en un puesto de churros!, puede que hoy sea el día más feliz de toda mi existencia, me sentí contenta, irremediablemente feliz. 

—Yo quiero un churro relleno de vainilla, por favor. —Le sonreí a la señora del puesto. 

—Yo uno relleno de chocolate, por favor —pidió Alessio.  

Pagamos cada uno su churro y empezamos a comerlo.  

No voy a mentir, aún estaba un poco tensa y me costaba decir más cosas, no sentía que aún estaba del todo suelta, pero lo estaba intentado. A todo esto, ya se me habían olvidado los demás, pero seguro estaban en los juegos.  

Continué comiendo mi churro mientras veía las atracciones de la feria y me preguntaba cómo es que la gente reunía el valor para subirse a esas cosas del infierno. Me daban ganas de hacerlo sólo para saber qué se sentía para que la gente decidiera subirse continuamente. Porque es lógico que si no se siente algo bonito pues la gente no seguiría subiéndose. Quise averiguarlo, pero tenía mucho miedo hacerlo.  

Me fijé detenidamente en la famosa montaña rusa, y me pregunté sobre qué les motivaba a las personas a estar a tan grande altura y a dar tantas vueltas en esa cosa, ¿no sentían miedo, miedo a caerse? 

—¿Quieres subir? —La voz de Alessio me sacó de mis pensamientos.  

—¿Eh?, perdón, no te escuché —revelé. 

—Te pregunto que si te gustaría subir a la montaña rusa —repitió, señalando la cosa del demonio.  

—Ah… no, no me gustaría —respondí, desviando la mirada al piso. 

—¿Por qué? —me interrogó.  

—Mmm… es que le tengo miedo —confesé en un susurro—. No me gustan las montañas rusas. 

—¿Te has subido a una?  

—No. 

—Si no te has subido a una, ¿cómo es que sabes si te gusta o no? —Frunció el ceño. 

—No lo sé, es suficiente con tenerle pavor a esas cosas para que no te gusten y no te den ganas de subir —contesté y levanté la vista. 

—Deberías intentarlo —sugirió, mirándome directamente a los ojos—, puede suceder que se te acabe el miedo y te termine gustando, o te aumente el miedo y ya jamás te vuelvas a subir, pero al menos ya sabrás que sí lo intentaste. 

—¿Y qué tal si me muero? —subrayé. 

—¿Y qué tal si nos subimos?, sólo una vez y listo —dijo.  

Alcé las cejas y abrí desmesuradamente los ojos. ¿Escuché bien? 

—¿Nos subimos? —No pude ocultar la sorpresa en mi voz—. ¿En serio me acompañarías? 

—Sí —confirmó, simple.  

No podía creerlo. Estaba tentada a hacerlo porque así podría estar muy junta a Alessio pero mi miedo a esa montaña rusa puede más que mi gusto por él. 

—Mmm…, mejor no, pero gracias —murmuré, echándome para atrás—. Iré con los demás. 

Y hui. Sólo lo hice, tan bien que iban las cosas, pero no importa, creo que me acerqué mucho más de lo esperado y resistí una conversación con él. Así que, está bien así. 

Fui a buscar a Gabriela, pero no la encontré. Me preocupé porque mi madre dijo que no la despegara de mi vista, y eso fue lo primero que hice por estar ocupada con Alessio.  

Afortunadamente encontré a Mikaela en un puesto de salchichas, pero estaba sola. 

—Mika, ¿dónde está Gabriela? —pregunté alarmada. 

—No te preocupes, está en la casa de los sustos con Sebastián y la loca de la prima de Alessio —me informó, suspiré de alivio—. Por cierto, esa chica Letzy es muy pegajosa y nefasta.  

Solté una risa. 

—Sí, algo me había advertido Lucas. 

—¡Se me olvidaba! —Me asustó su repentino grito—. ¡¿Y Alessio?! ¡¿Funcionó?! ¿Se besaron? ¿Se agarraron de la mano? ¡¿Ya son novios?!  

Me aturdieron tantas preguntas. 

—¿Qué?, no, no. No nos besamos y no somos novios —expresé—. Y creo que sí funcionó el plan. 

—¿Cómo que crees? —Me miró de mala forma—. ¿Y por qué no estás ahorita con él?  

—Es que sí estuve hablando con él, de hecho, jugamos en el estanque de los patos que por cierto se ganó un peluchote. Y luego fuimos a comprar churros y de repente el soltó algo sobre subir a la montaña rusa, y yo estaba pensando en aceptar porque él se ofreció a acompañarme…  

—¡Sí! ¡Lo lograste! –me interrumpió, dando un bailecito de victoria. 

—Eh…, de hecho no. —Le arruiné su celebración. 

—¡¿Qué?! —chilló.  

—Es que tú sabes, le tengo pavor a esos juegos y pues le dije que no y hui antes de que dijera algo. —Cerré los ojos.  

—¡¿QUÉ?! ¡¿Tienes cemento en el cerebro o qué te pasa?! —Me dio un zape—. ¡Ya habías logrado lo difícil y retrocediste todos los pasos que avanzaste! 

—Lo sé, pero no importa, hablé con él y sin duda me siento feliz porque eso ya es un gran logro. 

—Sí, Lira, pero pudiste lograr más. —Entornó los ojos—. Vas a lograr más —aseguró con determinación. 

—¿Qué?, pero si yo no quiero subirme a esa montaña, ni porque esté cerca de él —protesté. 

—Si no querías subir, sólo le hubieras dicho que después u otra cosa y hubieras cambiado de tema para continuar hablando con él y no terminar huyendo —puntualizó. 

—Lo sé, pero ya hice las cosas, no hay un hubiera —dije—. Será para la otra. 

—No. —Se puso las manos en la cadera—. No hay un hubiera, pero a ti aún te queda un “lo haré”. 

—¿A qué te refieres? —Fruncí el ceño. 

—A que irás de nuevo con él, lo tomarás de la mano y lo llevarás justo a esa montaña rusa —indicó. 

—¡Claro que no! —objeté—. ¿Cómo se te ocurre que haré eso? 

—¿Te gusta? —preguntó repentinamente. 

—Pues sí, pero…  

—Entonces haz lo que te digo —sostuvo. 

—Es que no puedo —admití, cabizbaja—. Quiero, pero no es fácil.  

Ella me sonrió cálidamente.  

—Vamos, tú puedes —me motivó—, que la adrenalina se apodere de ti y a la mierda todo. 

¿Y si lo intento? ¿Y si no lo intento?  

Escoge la que más miedo te dé. 

—A la mierda todo —repetí.  
 



#32574 en Novela romántica

En el texto hay: drama, amor, amoradolescente

Editado: 01.12.2020

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