'Mi madre murió'
Cuando tenía tan solo 12 años, desde entonces la escucho en mi cabeza. Me da órdenes y pues, es mí madre, debo hacer lo que ella me pide.
Recuerdo aquel día como si fuera ayer, la acusaban de haber matado y torturado a más de 50 personas. ¿Una mujer pudo haber hecho eso sola? Se preguntaran. Así es, no era cualquier mujer, era mi madre.
El caso fue que llegaron a nuestra casa muchos vecinos con antorchas, hachas y piedras; acusando de que era una malvada bruja que debía morir en la hoguera.
La amarraron y amordazaron mientras que a fuerzas la arrastraban a una hoguera hecha a mano ubicada en el centro del pueblo.
Yo la vi, como aquellos hijos de putas la quemaban viva, sus ojos me miraban mientras su cuerpo era consumido por las grandes llamas. Pude sentir el mismo dolor que ella al momento de su muerte, pero ninguno tuvo compasión, al contrario, echaban leña y más leña a la hoguera para que las llamas se avivaran.
Todos reían al son de los gritos de mi madre, ni siquiera el dolor de un niño indefenso viendo a su madre morir era suficiente para ellos. Solo tenían rencor en sus corazones.
Antes de que pudiera despedirme de ella, ya estaba muerta. De inmediato sentí el inmenso vacío, todo había acabado para mí. No podía hacer nada, simplemente llorar y esperar a que esos malnacidos se fueran para recoger las cenizas de mi amada madre. Pero eso fue lo peor, cogieron sus cenizas y las usaron para restregarselas en el culo. No podía seguir viendo eso, aparte si me quedaba allí el siguiente sería yo, y no lo iba a permitir.
Corrí, lo más que pude, ya no podía hacer nada, solo escapar. Me escabullí entre la maleza y árboles de un bosque cercano al lugar, al tiempo que escuchaba los alaridos y risas de aquellos inhumanos. Había dejado todo, mi casa, mis cosas, mis sueños allí en aquel pueblo y de igual forma mis ganas de seguir viviendo, a los tan solo 12 años.
Esa noche Soñé con ella, podía sentir como aún me abrazaba y miraba como tanto lo hacía en vida, sus palabras, su forma de quererme. Se que su reputación no era la mejor, pero, era mi madre, la quería más que a mi propia vida.
Como pude intenté sobrevivir comiendo bayas y frutas silvestre, bebía agua de los ríos y canales, algo que para un niño de mi edad en ese entonces era inimaginable. Me imaginaba a mi de grande, de la mano de mi madre vengandonos de aquellos hijos de putas que tanto daño nos hicieron, pero en el fondo sabía que ella no estaba conmigo, solo hacia parte de mi imaginación y si quería venganza debía hacerlo solo, pero a mi edad eso estaba complicado.
Claro, eso era lo que pensaba ese día en específico, puesto que esa misma noche iba a ocurrir eso que cambiaría mi vida totalmente, eso que me dio los motivos suficientes para seguir viviendo.
Antes de irme a dormir se me ocurrió visitar la piedra en donde ella descuartizaba a sus víctimas, seguía ahí, podía sentir la presencia de su espíritu y sabía que ese lugar era especial.
Dormí ahí, recostado en aquella piedra, sentí que dormía abrigado por ella, que aún estaba allí y que me estaba cuidando.
Fue ahí cuando sucedió...
Sentí como algo se posó al frente mío, su presencia cálida y familiar, no podía ser otra persona más que mi madre.
—¡Sam! —exclamó aquella cosa al frente mío, haciéndome abrir los ojos de inmediato —¿Que estás esperando?
Era ella, una luz resplandeciente la iluminaba a la vez que quemaduras en todo su cuerpo resaltaban. Lo primero que intente fue abrazarla, pero... Ahí me di cuenta de que no era real, una vez más era producto de mi imaginación.
—Hijo mío, no todo está perdido —decía mi madre mientras que señalaba en dirección al pueblo —Esos bastardos pagarán, no te preocupes, con mi ayuda podrás vengar mi muerte.
—¿Mama? —pregunté asombrado ante aquel suceso —¿Eres tú?
—Si —respondió de una forma seca.
Mi boca temblaba, no podía soltar ni una sola palabra, al mismo tiempo en que las lágrimas empañaban mi vista.
No podía creerlo, mi madre, era ella.
La miré fijo, sus ojos no tenían pupilas y la vestimenta que usaba apenas estaba en condiciones.
Pero finalmente todo se acabó, quise secarme las lágrimas y cuando lo conseguí ella ya se había ido. Volví a sentir aquel vacío de siempre, el cual no me permitía vivir tranquilo.
Me recosté una vez más en aquella piedra, mientras miraba las estrellas, e imaginando a cada uno de esos malnacidos colgados en un estante de adornos, mientras me río en sus caras. Tal como hicieron con ella.
Esa noche comprendí que no todo había acabado, tenía una misión nueva en este mundo, y la debía cumplir, 134 personas vivían en aquel pueblo, todos y cada uno de ellos pagarían, costará lo que me costará. Sabiendo que podía contar con mi madre, que aún después de morir seguía acompañándome.
Esto apenas empezaba...