Cuando el sol desapareció completamente y la luna era la que ahora iluminaba, extendimos la toalla y nos tumbamos.
- Tengo ganas de saber más sobre ti. –dijo en voz baja como si no quisiera que nadie más nos escuchara.
- ¿Qué quieres saber?
Había multitud de estrellas en el cielo y hoy la luna, era más grande. Todo estaba siendo perfecto.
- ¿Crees en la vida después de la muerte? –preguntó, tras varios minutos en silencio.
- La verdad es que sí. Creo en la reencarnación.
-¿Eres católico? –me preguntó, casi de carrerilla.
- No. No creo en la religión.
- Yo tampoco –añadió-. ¿Por qué crees en la reencarnación?
- ¿Alguna vez no has ido caminando por la calle, te has cruzado con una persona y te ha parecido familiar, pero no la conocías de nada?
Hubo un silencio, hasta que su voz lo rompió.
- Ahora que lo pienso, sí. Me ha sucedido alguna que otra vez.
- Creo que todos hemos vivido una vida anterior. Bueno, más de una vida. Puede que esa persona que te haya resultado familiar, lo fuera de verdad en la vida anterior. Pudo ser tu mejor amigo, tu vecino, el panadero, incluso alguien cercano de sangre –hice una pausa- ¿qué te parece?
- Da vértigo.
- Sí. –concluí.
- Siempre he oído que cuando muere alguien, nace un niño. ¿Y si es la misma persona volviendo a la vida? Bueno, a otra vida. A lo mejor eso demostraría tu teoría de que si eso ocurriera, el niño o niña que nace podría llegar a creer conocido a un desconocido solo porque en la otra vida si le conoció.
Le miré asombrado y continuamos observando las múltiples estrellas que decoraban el firmamento. Nunca imaginé que la segunda conversación que mantendríamos sería sobre eso. Pero realmente me acercaba mucho más a ella, abría un camino entre los dos que iba mucho más allá de lo típicamente establecido. Ella no andaba por la vida como si no importara otra cosa que ella y algunas superficialidades. Carla veía más allá de todo, al igual que yo y no me hizo sentir ridículo al hablar sobre ese tipo de cosas.
- Nunca entenderé al hombre que de los puntos que son las estrellas, viera imágenes y les pusiera nombre. ¿Cómo de esas estrellas... –dijo, elevando el brazo y señalando hacia un conjunto de estrellas en el cielo- ...ha sacado que forma la figura de un arquero?
Me acerqué un poco más a ella y coloqué mi mano sobre la suya que tenía el dedo índice extendido.
- ¿Cuál dices? –fingí que no lo sabía, para tener más contacto con ella.
- Esa...
- No... -negué con la cabeza- no sé a cuál te refieres...
Carla comenzó a reírse, algo nerviosa y me cogió de la mano para guiarme exactamente hasta donde ella quería que mirase. El contacto con su piel me puso algo nervioso. Como una casi imperceptible descarga eléctrica que recorría mi cuerpo. Estaba seguro de que ella también lo había sentido.
- ¿Lo ves ahora? –me susurró, muy cerca del oído.
Por un momento cerré los ojos al sentir su aliento en mi oreja. Comenzaba a resurgir, con mucha más fuerza, las ganas de besarla. Pero no quería estropear el momento haciéndolo porque no sabía si era lo correcto.
Asentí bajando el brazo y situando mi mano sobre mi vientre. Ella aún me agarraba.
- Es la constelación Sagitario. Ya sabes, el arquero. Posee una de las estrellas más luminosas de la galaxia, la Estrella Pistola. A demás, ¿sabías que más de veinte estrellas de Sagitario, poseen planetas extrasolares?
Me miró sonriente y yo la escuché como si hablara alguien a quien idolatraba. En efecto, no era como las demás. Aún no había sacado el tema de moda, películas de vampiros modernos o de cómo le gustaba perder el día en tiendas de ropa.
- No, la verdad. –contesté. Estaba completamente maravillado escuchándola.
- Cuando era más pequeña, mi tío me llevaba con él a aquella montaña y con un prismático, me mostraba la Nebulosa Trífida y la Nebulosa Omega, que también la llaman Cisne. Es preciosa.
- ¿Se pueden ver con los prismáticos?
- Por supuesto.
De repente me soltó pero al instante entrelazó los dedos de su mano con los míos. Parecía que el hueco entre mis dedos estaba especialmente hecho para encajar los suyos.
Nos quedamos de nuevo en silencio. Sentía su mano cálida y fina. No podía existir en este momento, -ni en ningún otro- pensé, algo que fuera mejor que lo que estaba viviendo ahora mismo. Se había atrevido a agarrarme de aquella forma mi mano y eso que tan sólo llevábamos conociéndonos dos días. Pero realmente, qué importaba el tiempo si cuando estábamos juntos nos sentíamos tan bien. Todo fluía y aunque el beso lo aplazáramos, en cierta manera, era lo mejor.
- Lo siento. –dijo, de repente, quitando su mano de la mía.