Zara
Mientras me desperezaba me acercaba a la cocina por algo de comida. Mi barriga rugía. Ya era temprano y tenía que salir a recorrer el barrio cuanto antes. Por la ventana se podía ver fácilmente como seguía nevando. El olor a café inunda mis fosas nasales, era el desayuno de Otis. Estaba sentando, tomando su café con sus tostadas con algo verde encima mirando la televisión. Le doy los buenos días, pero no responde, tenía la boca llena. Finjo que me da igual y me preparo mi café con leche, el negro no me gusta, es muy fuerte para mi gusto. Cuando ya está hecho, busco las galletitas que compramos ayer – me costó convencerlo, pero accedió – y me senté a su lado, parecía algo tenso, pero no sabía por qué. Me limité a comer callada observando la televisión. Estaban pasando una película que parecer ser muy vieja por su calidad, pero igual estaba buena, me entretuvo un rato hasta que vi la hora. Ya había pasado veinte minutos y debía de irme si quería aprovechar el día. Limpié y ordené todo antes de marcharme. Ya podía estrenar mi nuevo abrigo beige que hacía juego con el color de mi cabello. Al primer lugar que fui fue en un restaurante, pero me denegaron el trabajo por no ser de acá… Pregunté en todos los lugares y en cada uno de ellos me decían excusas hasta que encontré uno que me aceptaron. Trabajaría como peluquera para perros… Hasta ese momento no sabía que ese era un trabajo, pero al parecer sí. Primero empezaría bañándolos y poco a poco me irían enseñando a como cortarle el pelo sin lastimarlos.
Después de eso, fui a la tienda y compré algo para comer en el camino de regreso a casa de Otis, pero frené cuando vi un cartel, que se encontraba pegado en una vidriera de alguna tienda, sobre clases de ballet para adultos. Me trajo mucha nostalgia recordar el ballet, cuando fue algo muy importante en mi vida, hasta que me vi obligada a dejarlo. En ese tiempo mi familia no estaba bien económicamente y no podían seguir pagando mis clases. Arranqué el papel, lo hice una bola y lo metí dentro del bolsillo de mi abrigo. Quizás, con el dinero que me de este trabajo, la pueda usar para pagar mis clases. Sería como revivir a la Zara que perdí hace mucho tiempo, pero bien dentro de mí, seguía estando. Solo que se estaba protegiendo de todo lo malo que había afuera. El ballet para mí se convirtió en mi lugar seguro. Bailar me relajaba, me liberaba, lo usaba como una forma de escapar de la realidad e imaginarme en un mundo donde solo exista yo bailando, sin problemas. La música y el baile van de la mano, ellos dos juntos me hacían sentir viva. Siempre pensé que solo existía para culparme de todo lo malo que pasaba a mis alrededores hasta que me salvó. Mi profesora me ayudó sin darse cuenta. Y cuando lo dejé, se llevó una gran parte de mí, que aún no he recuperado, pero sé que, si vuelvo alguna vez en mi vida a tocar un escenario, estaré completa, o casi, pero estaría feliz.
Llego a la casa donde me estaba quedando temporalmente feliz. Quería contarle a Otis sobre mi empleo… aunque no me hablaba, me escuchaba, solo necesito a alguien a quien poderle contar mis cosas y no guardármelas. Quizás el chico no sea tan hablador, pero a su lado no se sentía incómodo, era como un ambiente soportable y llevadero. Cierro la puerta con cuidado y me detengo en seco cuando veo a tres personas – exactamente dos hombres y una mujer – sentados en los sillones observándome atentamente. Sin embargo, el dueño de la casa no me miraba, estaba mas concentrado leyendo un libro. Colgué mi abrigo en silencio y luego me senté en el único sillón solitario y un poco alejado del resto.
- Hola, tú debes de ser Zara – un chico con el pelo marrón y una sonrisa muy deslumbrante me saluda – Yo soy Damián.
Al parecer ya le había hablado sobre mí…
- Eh… sí. Un placer.
No estoy muy acostumbrada a socializar ya que en mi adolescencia no tuve muchos amigos como tal, verdaderamente solo tuve a Abby y a ella, el resto eran conocidos. Los otros dos se presentaron como Liam y Olivia. Mientras los tres chicos hablan entre ellos sin parar, yo me limité a quedarme callada. Observé como Otis se dirigía a la cocina, supongo que a preparar el almuerzo, lo seguí para preguntarle quienes eran ellos. Sirvió lo mismo que comimos anoche en solo dos platos, los demás tenían su comida chatarra en tres platos.
- ¿Y… quiénes son? – pregunté mientras revolvía mi comida con una cuchara de metal.
- Amigos.
Me lo esperaba sinceramente. También opté por la idea de familiares, pero no se parecen en nada, mucho menos si los tres tenían un color de pelo diferente y sus facciones son totalmente distintas. Sacó un banco de la barra y se sentó a comer mirando al frente, al living y a la pequeña pero bonita ventana cerca de los sillones. Daba a la calle y se veía perfectamente quienes pasaban frente a su casa. No sabía muy bien que hacer, y como tenía mas cosas que decirle, me senté a su lado. No sé si lo incomodó o que, pero no dio señales de nada.
- Sabes… ya conseguí trabajo. En una peluquería canina – soné mas emocionada de lo que creí estar.
- Bien.
Algo es algo. Sus amigos al rato se fueron y volvimos a quedarnos solos. Parecía un día bonito para conocer la ciudad y tomar un poco de aire. Pero primero me quería dar una ducha. Sentía que mi cuerpo estaba dentro de un cubo de hielo. Estuve un considerable rato hasta que me digné a salir. Me coloqué mi ropa abrigada y regresé a la sala. Encontré a Otis lavando el piso, por ende, tuve que quedarme en el pasillo observándolo. Minutos después me indicó que ya podía caminar por ahí. Cautelosamente me acerqué a él, se detuvo y me miró fijamente. Viéndolo así de cerca sus ojos no eran tan oscuros, eran como un color mas avellana.
- ¿Podemos… em… pasear por la ciudad…?
No entendía porque me ponía nerviosa hablar con él, pero así era. Quizás era por su mirada dura, o por simplemente su gran altura que intimidaba. De por si, todo él intimidaba. Bajó la mirada al piso, se llevó una mano a la frente, se la acarició y asintió con la cabeza. Mientras cerraba la puerta escuché un suspiro de su parte, pero lo ignoré. Quería caminar, aunque no habláramos. Visitamos el “Brooklyn Bridge Park”. Todo era tan verde, tan lindo, que me quedé enamorada del lugar. Encontramos a muchas parejas haciendo picnics entre ellos y mas cosas románticas. Jamás he tenido una cita o lo que sea relacionado con el amor, ya que no he tenido novio. Si había chicos que me pretendían, pero nunca llegaron a mas lejos, yo tampoco. Jamás me importó sinceramente si estaba sola o no, uno se acostumbra a la soledad y luego es difícil de salir de ahí. Tal vez no era del todo mi caso, pero si me sentí así muchas veces; sola. También visitamos “Brooklyn Heighst Promenade” una peatonal muy extensa con vista del centro de Manhattan, al río Este y al puente de Brooklyn. El sol se estaba escondiendo y el frio aumentaba. Era hora de regresar, pero primero paramos en un lugar para preparar la comida de esta noche: sopa con verduras. Debería empezar a acostumbrarme a la comida sana, porque será lo único que podré comer…