Aunque ya no estés

Dolor permanente

Zara

- Jóvenes, buenas noches ¿En qué los puedo ayudar? – pregunta un hombre apenas entramos a la recepción del hotel.

- ¿Acaso vio a dos mujeres rubias por aquí? – pregunto directamente ignorando su pregunta.

- Oh, si… Hace unas horas vinieron. Pero ya se fueron.

¡¿Qué?! ¡Nooo! Esto no podía pasarme. Empecé a hiperventilar y Otis me ayudó a sentarme en un banco que había por ahí. Me dejó unos segundos sola, para luego llegar con una botella de agua. Agradecí y luego me la tomé. Dejé que mi cabeza se aclare un poco y regresé con el señor.

- ¿Vio si venían acompañadas?

- No… solo eran dos señoritas que me pidieron a gritos usar el teléfono.

Demonios.

- ¿Saben por dónde se fueron? ¿O hace cuánto? – preguntó Otis por mí.

- Hmm… Creo que se fueron alrededor de media hora. Esperaban a alguien impacientemente. La jovencita pidió ir al baño y la mujer la siguió. Caminaron todo derecho. ¿Ven hacia donde apunta aquel vehículo? – ambos asentimos – Bueno, en esa dirección. Después de eso no se más.

Otis y yo compartimos miradas antes de salir casi que corriendo del hotel y subirnos a su auto. Estuvimos andando en la ruta a 20km por más de diez minutos, y aun no había señales de dos mujeres rubias.

- ¡Detente! – el auto frena de golpe. Gracias al cinturón, no tocamos el vidrio.

- ¿Qué vistes? – pregunta mientras se baja al igual que yo.

Señalo al piso, donde se encontraba tirada una bufanda. La misma que se ponía siempre Zaira. No debían de estar tan lejos. Le informé a Otis sobre lo que hallé y continuamos andando un poco mas. Estaba desesperada por encontrarlas sanas, al parecer Otis también. Me agradaba mucho que él me estuviera ayudando en todo esto. Había dudo si el realmente me ayudaría cuando salí de su habitación, por eso me sorprendió un poco cuando vi que agarró su abrigo y me dijera que lo siguiera. Sin saber porque, sujeté su mano, al principio pareció tensarse, pero se fue desvaneciendo poco a poco. Apretó mi mano y sentí como uno de sus dedos la acariciaba. Pero el momento lindo terminó, cuando dos personas corriendo, se atravesaron en mi camino. Inmediatamente bajamos y corrimos detrás de los sujetos.

- ¡Mamá! ¡Zaira!

Las personas se detuvieron en seco y giraron hacia nosotros. Eran ellas. Mi familia. No pude contener mi alegría y ansiedad. Corrí como aquella noche, donde los pies no me daban mas y el miedo me consumía. Me abrazaron con la misma fuerza que yo a ellas, y lloré, las otras dos mujeres también. Estuvimos así por rato hasta que decidí que lo mejor era hacerlas subir al auto para que estén seguras.

- Zara… hija… – mi madre me acaricia las mejillas y mi hermana me abraza – ­­­­Estas… bellísima y muy grande.

Reí, pero no podía parar de llorar. Emprendimos viaje a Brooklyn y mientras tanto, mi madre no paraba de charlar, sin embargo, mi hermana estuvo callada, cada vez que intentaba sacar tema de conversación, contestaba con monosílabos. No le di importancia, pero si me entristeció un poco porque ella era de hablar mucho y siempre estaba haciendo algo distinto. Mi cuerpo se fue relajando poco a poco, pero no solo eso, mi corazón también. La paz volvía poco a poco mediante escuchaba la voz de mi madre, y la de Otis. Saber que ya estaban conmigo, era como volver a casa. Nada sería como antes, eso ya lo sabía, pero no me iba a detener hasta que ellas estuvieran a salvo. Llegamos a la casa del pelinegro y Chubby nos recibió. Al principio sintió desconfianza con las dos mujeres que venían detrás nuestro, pero en cuestión de minutos, no paraba de pedirle mimos, ellas encantadas se los daban. Costó demasiado pedirle que se quedaran unos días, hasta por lo menos cuando tengan un hogar, pero terminaron accediendo, Otis es bueno para eso. Recuerdo el primer día, que yo estaba bien decidida a no quedarme y casi cinco meses después, sigo aquí. Mi madre y mi hermana ya estaban descansando en mi habitación, era lo que se merecían. Le presté a ambas algo de ropa cómoda de dormir para que pudiera tomarse una ducha antes de acostarse. Hasta entonces, yo me quedaría con Otis, lo hice una vez, lo podría hacer otra, y otra, e innumerables de veces si la ocasión lo requería.

- Estoy lista. – digo mientras me volteo hacia él. Otis hace lo mismo – Éramos una familia muy unida. La típica de las publicidades, donde sale el papá, su mujer y sus dos hijos. Todo era color de rosa y algodón de azúcar hasta que los problemas llegaron. Mi padre solía trabajar muchas horas. Éramos considerados como una familia de un alto nivel. Mis padres eran los dueños de una empresa de vinos. Teníamos las bodegas mas caras de New York. – tomo aire y fuerzas – Solía venir tarde y casi siempre… borracho. Las primeras veces mi madre no se enteraba, pero si de otras. Las peleas comenzaron y la ausencia de nuestro padre es mayor…

Quería continuar, pero no podía. Mi boca, y en general, todo mi cuerpo me temblaba. Se me achicaba el corazón de solo pensar como terminó todo eso. De como por mi culpa perdí a una persona muy importante. Soy como un tornado: lugar que paso, lugar que destrozo. Pero también me hacía daño a mí misma, por insistir que todo esto quedaría en el pasado, cuando bien sabía que no. El pasado es mi sombra, me acompaña a todos lados, sea de día o de noche, ahí está. De vez en cuando no la veo porque está detrás de mí, pero cuando está al alcance de mi vista, todos los recuerdos suben a la superficie, queriendo de ese sol. Trato de respirar normal mientras pienso en como seguir.

- Zara… no lo hagas. Ya está bien.

- Hacía horas extras – lo ignoré – pero no estaba en las bodegas o en la empresa, hacía algo peor.

- ¿Cómo qué? – pregunta con el ceño fruncido.

- Consumía drogas.

Él hizo casi la misma expresión que hice yo cuando me enteré. Para mí fue un golpe fuerte ya que a mi padre lo quería mucho y era un ejemplo firme por seguir para nosotras, y más para mí. Y verlo de esa manera, me desilusiono bastante. Pero es mi padre, y lo querré siempre.




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