Aunque ya no estés

Huir de ti mismo

Zara

- ¿Cómo te sentís hoy, Zara? – pregunta mi psicóloga.

Poso mi vista en la ventana y no la saco de ahí. ¿Cómo me siento? Que pregunta tan compleja, pero tan simple. Siento que desde ese día una parte de mi vida perdió el color. Ahora solo hay grises por todos lados. El cielo es gris, el mar está oscuro, los árboles están desnudos, los pájaros ya no cantan, las personas caminan en modo lento. Pero siento mucho mas que eso, que con palabras no puedo expresar, pero si comparando. Me siento como si en un día de calor, de piscina con amigos no haya ningún helado, es estúpida la comparación, pero ese helado estaría alegrando el día de muchos niños. Yo no tengo mi helado. Hace ya un mes tomé la decisión de empezar terapia, al igual que mi hermana. Ambas necesitábamos sanar para continuar. Yo necesito expulsar cada gota de “veneno” que hay dentro de mi para sentirme libre, satisfecha, feliz. Necesito cerrar un poco esta herida tan grande que tengo en mi interior, para cuidar de mi hermana hasta el último de mis días.

- Hoy un poco mejor que ayer, pero no tan bien. – digo sin expresar ningún tipo de emoción.

- ¿Dibujamos? – niego – ¿Escribimos? – vuelvo a negar – Entonces comencemos por ir ambas a nuestro lugar seguro.

Yo. Escenario. Compañeras. Público. Familia. Amigos. Todo ellos juntos en un mismo lugar y día. Bailo sin parar, hasta que los pies me comienzan a doler y mi temperatura corporal aumente. De repente la sala está vacía, solo un gran reflector me ilumina a mí. La música sale de los parlantes y se hace presente. Cierro mis ojos y comienzo a dar giro, salto mientras extiendo bien mis piernas y elevo alto mis brazos. Dejo que el sonido que entraba por mis oídos tome posesión de mi cuerpo y haga con él lo que quiera. Vuelve la luz, pero ya no hay personas. Al fondo, detrás de todas las butacas hay alguien. Este ser, cuya identidad no se, me mira por varios segundos antes de desaparecer por las puertas. Bajo lo más rápido que puedo del escenario y lo persigo.

- ¡Espera! ¡No corras! – se detiene un segundo, pero vuelve a huir.

Observo como se mete en muchas habitaciones distintas, pero cada vez que entro en una de ellas, ya no está. Sale por otra puerta del mismo cuarto. Y lo persigo sin parar, pero no hay resultado. Resulta que estuve corriendo a una persona que yo bien sabía quién era, la conozco mejor que nadie, pero al mismo tiempo es una total desconocida: Yo. Ese ser, era yo intentando huir de algo, pero no se de qué.

Cuando la sesión de hoy termina, regreso a mi casa donde me espera muy felizmente mi perro. Mi hermana está concentrada en lo suyo. Voy hasta ella y le beso la frente, acto seguido me preparo para una ducha. Dejo que el agua baje por cada parte de mi cuerpo, que calme mis miedos y no me desconecte de la realidad. Salgo de ese cuarto peligroso – porque te hace pensar mas de lo que uno quiere –, y me coloco mi pijama. Preparo la cena de hoy y junto a Zaira colocamos la mesa.

- ¿Qué tal tú día? – le pregunto mientras observo como corta lentamente su carne.

- Bien, supongo – se encoge de hombros, para luego llevar un trozo de comida a su boca.

- ¿Todo bien con tú doctora? – asiente sin mirarme – Zai, sabes que puedes contarme…

Suspira y por fin alza la vista hacia mí.

- Es solo que… Cuanto más hablo, más doloroso es y no quiero que sea así…

- Te entiendo hermana, yo tampoco he podido hablar mucho sobre el tema ya que cada vez que lo hago siento un nudo formarse en mi garganta y siento mis ojos húmedos, pero lo intento. ¿Sabes por qué? – mueve la cabeza negando – Porque sé que en este estado jamás podré darte el cuidado que necesitas, porque sé que, aunque intente cumplir con el rol de la hermana mayor y diga que todo está bien, estaría mintiendo. Yo no estoy bien, tú tampoco lo estás y la situación mucho menos.

Luego de unas charlas breves mas, decidimos comer un poco de su helado favorito y mirar una película todos juntos, es decir: Zaira, Chubby y yo. Cuando acomodo a mi hermana en su cama yo aprovecho para limpiar la loza sucia. Cuando ya estoy por apagar las luces, llaman a la puerta. Mi corazón comienza a acelerarse. Lentamente sin hacer un mínimo ruido, me acerco a la puerta y miro por la mirilla, me calmo al instante de saber quien era. Arreglo un poco mi cabello y decido abrir.

- Hola – sonrío.

- Hola – me devuelve la sonrisa, la suya está cargada de felicidad, o algo así.

- ¿Qué haces aquí? – pregunto mientras lo dejo entrar.

- Necesitaba verte, saber cómo estabas… estaban – corrige a lo último.

- No te voy a decir que estamos bien porque es una jodida mentira, pero tampoco te voy a decir que estamos mal. Solo te diré que lo estamos intentado, juntas, y que creo en esto.

Lo hago pasar a la cocina y le sirvo un poco de café, lo que dejó Zaira. Me agradece y se siente en la sala, yo hago lo mismo. La puerta de mi habitación se abre y sale de ella un perro contento. Corre hacia el pelinegro con mucha emoción y se abalanza hacia él, este lo acaricia por todos lados hasta tranquilizarlo.

- Estoy pensando mudarme – suelta de la nada.

Lo miro confundida. ¿Mudarse solo o con su futura mujer?

- ¿Con Rebecca? – pregunto con miedo a que pueda responder.

- No, solo. O no…

- ¿No? – le da un sorbo largo a su café y lo deja mientras me sonríe de costado.

- No me mudaría solo si ustedes vienen conmigo…

- Otis…

- Zara, no me importa si ustedes tienen un cartel de peligro bien grande pegado en la espalda. Yo quiero estar con ustedes en estos momentos, así como tú los estuviste en mi peor momento, aunque nunca te hayas estado enterado, con tu llegada mi estado emocional cambió, mi humor ya no era el mismo. No hiciste nada y al mismo tiempo lo hiciste todo.

- Solo traigo problemas… – admito con la mirada al piso por la vergüenza – Mira lo complicada que soy. Parezco un puzle de miel piezas todas desordenadas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.