Al cumplir dieciocho años su abuela la llevó a visitar aquel pueblo de las luciérnagas en dónde Aurora había crecido. La primera parada fue el majestuoso nogal que, en efecto, seguía ahí, tan verde, fuerte e inmortal.
Mientras estaban sentadas en una roca frente al nogal mágico, Aurora imaginaba cómo habría sido su vida en ese lugar si su madre no hubiera muerto. Fue justo después que su abuela le contó que su madre vivía con la esperanza de que su esposo, el padre de Aurora, volvería, y con él, su felicidad.
¿Seguirá esperando?- Preguntó Aurora, observando las montañas a lo lejos.
Las personas dicen que si algo dejaste pendiente en este mundo, no te puedes ir ni descansar, así que te quedas vagando por el lugar de tu muerte para siempre- Dijo la anciana mientras escurrían lágrimas por el contorno de su nariz- Pero yo he pedido mucho a Dios nuestro señor para que le otorgue el perdón a mi hijita y la deje irse a descansar. Que la libre de esperar y del corazón roto.
Era como revivirlo todo, y podía ver a su madre vagando por las ventanas de aquella casa de la calle Obregón, esperando a que su amor llegara, y que todo volviera a ser como cuando se juraron amor eterno.
Pensaba en su viejo escritorio, que seguro seguía ahí, cubierto de polvo, con un viejo libro en el cajón de este, lleno de pedazos de flores y alas de mariposa que se harían polvo al más mínimo contacto.