Sam
Entonces estampé la tarta contra su cara.
-¡Sam!-Exclamó mi hermana pequeña mientras reía, y cogía parte del pastel que aún no estaba esparcido por su cara y me lo restregaba por la mía. Yo no me resistí aunque hacia como que si para que Sofi no se enfadase conmigo.
Así que los dos acabamos pringados de tarta.
-¡Sofía, Sam, que se supone que está pasando aquí!-Dijo nuestra tía haciéndose la enfadada mientras entraba en la pequeña habitación donde vivíamos. Ella quería hacernos ver como que estaba enfadada pero ambos sabíamos que no era así y que intentaba ocultar una sonrisa.
-Tía, ¿sabes que día es hoy verdad?-Preguntó mi hermana con emoción acercándose a nuestra tia.
-Catorce de julio.
-Tía.-Dijo alargando la a.-Hoy es un día especial.-Mi tía se hizo todavía la desentendida, como si enserio no se acordase de Sofi cumplía diez años hoy, pero era imposible haberlo olvidado ya que mi hermana lo llevaba anunciándolo desde hace mas de una semana.
-No caigo en que ocurre hoy, tú lo sabes Sam?-Me preguntó mirándome con una sonrisa cómplice.
-No la verdad.-Pero en ese momento Sofi saltó encima mío junto una exclamación.
-¿Cómo que no? ¡Si me has hecho una tarta!-Prácticamente gritó.
-¿No será tu cumpleaños?-Preguntó nuestra tía haciéndose la sorprendida.
-¡Sí! Cumplo diez.-En ese momento supe que mi tía no se podía aguantar más porque sacó de su espalda una pequeña bolsa, que Sofía abrió con mucha ilusión dentro había un libro, no pude ver el titulo pero a mi hermana en cuanto lo vio se la iluminó la cara.
Estábamos en la pequeña habitación que nos habían asignado en el edificio que vivíamos con mas supervivientes, en función del número de personas que conformaban tu familia y el trabajo que desempeñaban tenias una habitación u otra.
Ahora que yo había terminado mi formación para defender el refugio esperaba que nos diesen una habitación un poco mejor, los defensores como estaban constantemente poniendo su vida en peligro tenían algunos privilegios.
Desde que el sol había dejado de salir, muchas cosas habían cambiado y aunque mi familia se había unido a otro grupo de supervivientes y por eso habíamos sobrevivido, la comida escaseaba en las épocas más frías del año. Aunque la verdad la comida siempre escaseaba, ya que la desaparición del sol había hecho que el mundo como se conocía acabase. Más del noventa por ciento de las plantas murieron y los océanos en la mayoría de la tierra se congelaron, estábamos en una especie de invierno eterno.
Los científicos de nuestro asentamiento se preguntaban como la tierra se había adaptado, porque según ellos el apagón del sol habría provocado una bajada bastante más brusca de las temperaturas de la que había habido.
-Sam.-Dijo mi tía sacándome de mis pensamientos, ella estaba terminando de limpiar la cara a mi hermana que ya apenas tenía restos de tarta.-Voy a llevar a Sofi con sus amigos.-Yo asentí y después de darlas un beso a cada una en la mejilla salieron por la puerta.
Yo por un momento me quede tumbado en la cama, y si, siendo consciente de que aun tenia tarta por todas partes incluyendo mi largo pelo rubio. El cual me encantaba por cierto, y la verdad había sido un gran sacrificio habérmelo manchado de tarta porque el agua también escaseaba y probablemente no me lo podría lavar hasta dentro de unos días.
Me levanté de golpe, decidiendo ir a buscar a mi amigo que para ese momento debía estar en la cocina preparando la comida para los habitantes del refugio. Leo era mi mejor amigo desde que éramos apenas unos niños, los dos teníamos suficientes años como para haber vivido antes del fin del mundo, sin embargo ninguno lo recordábamos. Nuestras familias no habían sido de las más importantes antes de que empezase la noche eterna por lo que se tuvieron que buscar la vida para su supervivencia, sin embargo la familia de mi amigo habían sido más afortunados sus padres seguían vivos.
Los míos habían muerto poco después del nacimiento de mi hermana sofí, ella ni siquiera les recordaba. Yo intentaba cubrir ese vacío que sabía que sentía pero era difícil.
Yo por el contrario que Leo no era cocinero, era un defensor y buscador de suministros. Lo cual era todo un logro ya que normalmente las profesiones aquí eran heredadas para no haber complicaciones y mis padres habían sido ambos médicos. Sin embargo si había un niño o niña que destacaba particularmente en algo le cambiaban de profesión, aunque esto pasase relativamente poco no era yo el único caso.
Aunque esto me parecía bastante absurdo, heredar las profesiones no era lo que se puede decir muy eficiente.
Abrí la puerta de la cocina despacio e intentando no hacer ruido, mientras un plan se formaba en mi cabeza y una gran sonrisa se extendía por mi cara.
Leo estaba de espaldas a mí, y yo como le conocía sabía perfectamente que llevaba tapones, era un poco raro, no le gustaba nada el ruido. Me fui acercando a él hasta que estuve justo detrás suyo y le puse las manos en los hombros mientras exclamaba.
-¡Bu!-El pegó tal vote que la tortilla que tenia acabo en el techo, y yo no pude evitar empezar a reírme demasiado ante la cara que se le puso cuando lo hice
-Eres muy gracioso Sam.-Dijo mientras cogía una silla y se subía encima para quitar la tortilla del techo y mirándome con cara de pocos amigos.
-Venga tío, admite que ha tenido su gracia.-Vi como en ese momento se quitaba los tapones que estaban en sus oídos y le impedían oírme.
-No te he escuchado.
-Que tiene su gracia.-Dije aun sin poder parar de reírme, normalmente me solía dar la risa floja en muchas situaciones incluso en las que no convenían. Me reía si estaba feliz, si estaba triste, incluso si estaba nervioso.
Hubo una vez de las veces que fuimos a buscar cosas de utilidad al exterior un chico se cayó de un muro y no podía moverse y yo me acerqué a ayudarle pero termine riéndome en su cara porque la herida tenia forma de perro.