Un viernes más en la cabina del dj. Otra noche con el volumen al máximo y los nervios de Nicolás comenzaban a alterarse.
No había podido barrer a la muchacha del vestido fosforescente como a los demás espíritus corrientes, girando un par de perillas en la consola. Pero tampoco la extraña de ojos blancos se había acercado a él. Ni siquiera lo había seguido fuera de allí, como hacían los otros de su clase.
Cada vez que un espíritu parecía resistente a su música, resultaba ser una enorme molestia que no conseguiría sacarse de encima por semanas, hasta que el fallecido se diese cuenta de que no obtendría nada de él y desapareciera. Esta chica se había ido el viernes pasado en cierto momento de la noche, por su cuenta. Y había regresado ese viernes, entre las dos y las tres de la mañana.
Una hora de insistencia y, luego, la nada.
Esta vez, el joven empezó a hacerse preguntas. ¿Habría muerto alguna chica en ese lugar? Que él supiese, no había ningún incidente así en la historia del club. Tampoco había visto su cara publicada en la búsqueda de alguna desaparecida. Lo hubiera sabido, porque en su familia solían armarse revuelos cada vez que ocurría algo por el estilo.
Por su vestimenta, no era un fantasma antiguo. Los espíritus solían adoptar formas caprichosas, según lo que ellos consideraran importante. Por eso los de los asesinados a veces se veían igualitos a sus cadáveres. O eso decían su padre y hermanos. A él no le interesaba. ¿Por qué iba a hacerlo?
Dieron las tres a.m. y el resplandor de la chica que bailaba enajenada se apagó. Nicolás retomó el control de su mente y volvió a barrer el lugar con el volumen al máximo, para dejar el lugar libre de presencias molestas.