Los ecos de un abrumador silencio lo encerraron con aplastante agonía en una dimensión lejana, distante y rebosante de ese mar de recuerdos que requería para poder subsistir, aún si eso implicaba el hecho de que su alma se había acabado de marchitar junto con la de ella hace cientos de años atrás. Elevó su mano a la altura de su cuello, reteniendo entre sus dedos un antiguo colgante con la forma de un lirio blanco. Con devoción acarició cada uno de los cuatro delicados pétalos de plata, no concibiendo la idea de que aquello fuese el único recuerdo físico que aún pese al tiempo conservaba casi intacto. Su aterrorizante iris carmesí se impregnó con el peso de un devastador pasado. Uno en donde la sangre y muerte guiaron estratégicamente su destino hacia un amargo desenlace.
—Te amaré por siempre.
Fue la respuesta que Aria le diera una vez le obsequiara el colguije que, tras su funesta partida atesoró como un altar a su memoria. Presionó con rigor la parte baja de su quijada, haciendo que su bien formada dentadura se expusiera en una clara mueca de aflicción. Cerró con severidad sus parpados, hundiéndose con mayor desesperación en un tornado de emociones que estaban fuera de todo control. Su tenue voz repicaba en sus tímpanos, oyéndose clara, concisa. Añorante de un amor que cual semilla, le arrebataron de un sólo tajo el derecho a florecer.
Sus pisadas se afianzaban con solidez a la dureza de la tierra haciendo un esfuerzo para que sus entumecidas extremidades terminaran por reaccionar, permitiéndole aumentar más la velocidad que segundo a segundo se veía mermar debido al agotamiento y las múltiples heridas que abrían con dolor los palmos de su piel. Inhaló con urgencia una bocanada de aire, llegando a sus sentidos el aroma ferroso que con intensidad distorsionaba la convicción de sus adormecidos movimientos. Lanzó un sinfín de maldiciones hacia sí mismo, no concibiendo la idea de que, por un absurdo descuido de su parte se hallara inmerso en esas denigrantes condiciones.
Bastian rio con acidez ante semejante tropiezo. Ya no contaba con la energía suficiente para sanar las diversas lesiones que debilitaban enormemente sus capacidades. Continuó avanzando entre la pesada penumbra que con cautela lo envolvía, adentrándose más y más en aquellos olvidados territorios que eran interminables. De un momento a otro una relajante corriente rozó las copas de los árboles, siendo acompañada al poco tiempo por una singular melodía que creía le incitaba a aproximarse. Avanzó con recelo a lo profundo del bosque, a ese atrayente sitio que irradiaba con llamativos fulgores.
—Una humana... —enunció Bastian entre una extraña mezcla de desconcierto y fascinación a la vez que la descubría hipnotizado.
Sus estilizados dedos se movían con maestría entre los diminutos espacios de la flauta de madera que con tenacidad retenía entre sus manos, liberando aquel mágico sonido que hacía vibrar hasta la más tenue criatura que al igual que él, le admiraba oculta entre las sombras. Las decenas de luciérnagas danzaban embelesadas, por entero sumergidas en el enigmático hechizo que aquella peculiar doncella creaba con su instrumento. Causando que su singular brillo iluminara las ondas líquidas del lago que reposaba justo a su costado.
El viento de la noche sopló con delicadeza sobre su rostro haciendo que sus largos cabellos ondearan con una singular elegancia. La imponente luna menguante se coronaba sobre su cabeza como una espectadora más delineando su sublime figura con aquel resplandor platinado. Mostrándola como un ser irreal tal y como lo era él.
Estuvo tentado a acercarse hasta ese espécimen guiado por la incomprensible curiosidad que con agilidad devoraba su impenetrable tranquilidad. Una aguda punzada recorrió con ferocidad su columna, entumeciendo repentinamente a los pocos músculos que aún se permitían obedecerle. Sus rodillas se flexionaron haciéndole caer con rigor entre las ásperas cepas, presenciando a detalle el desgarrador malestar que colapsaba sus pulmones negándole respirar.
Con las escasas fuerzas que aún le acompañaban se giró boca arriba buscando con premura un poco del oxígeno que con urgencia le abandonaba, colocándolo casi en la inconsciencia. Sus pupilas escarlatas se tornaron negruzcas, dejándole ver manchones distorsionados que empañaban su campo de visión. Sus parpados se cerraban con pesadez hundiéndolo más y más en ese perpetuo mundo de tinieblas al que pertenecía, y que cual prisión se rehusaba a dejarlo ir.
—Todo estará bien.
Fueron las apacibles palabras que llegaron hasta los oídos de Bastian antes de perder la lucidez. Sólo fue un murmullo del viento, una vana ilusión que quedó atrapada en sus cavilaciones empezando a partir desde ese entonces a echar raíces.
Los primeros rayos de un nuevo día se hacían presentes en todo su esplendor bañando con su calidez los alrededores de aquella desolada región. Abrió con apatía sus ojos, acostumbrándose poco a poco al golpe de luz que tanto le fastidiaba. Registró el sitio en el cual se mantenía recostado, topándose con la misma zona boscaje a la que había arribado la noche anterior. Intentó erguirse en repetidas ocasiones, sin embargo, todos sus esfuerzos fueron inútiles. Gruñó con hastío sintiéndose cada vez más furioso por su ineptitud.
—¡Maldita sea! —exclamó Bastian con los tintes de la rabia destilando por sus poros. Azotó la tierra debido a la impotencia que le recorría entero. Ni siquiera podía marcharse de ese mundo de mortales que tanto le repugnaba—. ¿Qué es esto? —mencionó al ver los retazos de tela que cubrían sus heridas de forma protectora. Pasó sus manos por el contorno del suave vendaje que revestía su abdomen y parte de sus antebrazos, viniendo hasta sus memorias el recuerdo de aquella reconfortante voz que creyó perdida en los rincones de su mente—. Así que no fue solo un sueño —susurró casi inaudible.
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Editado: 19.08.2022