Pensé que Ileos tardaría más en volver a aparecer. Sin embargo, antes de que se fuera el sol volvió a aparecer por la habitación. Traía consigo una tabla de un material que desconocía y la colocó sobre la ventana, dejándolo todo en completa oscuridad.
—¿Qué se supone que estás haciendo? —pregunté indignada, levantándome de la cama, dispuesta a quitar de ahí la tabla. Antes de que pudiera hacer siquiera el amago de moverla, Ileos se colocó frente a mí, impidiéndome tocar la tabla.
—Ni se te ocurra mover de ahí la tabla. Cuando puedas apartarla vendré yo mismo a quitarla.
—No veo nada, quizás tu especie tenga un don mágico para ver en la oscuridad, pero yo soy humana.
—Yo no veo en la oscuridad.
Soltó mi muñeca y escuché como se movía por la habitación. De repente, una luz tenue comenzó a brillar sobre la mesilla, junto a ella, pude ver la sombra de las alas de Ileos. Observé de cerca la luz; eran pequeños granos, casi parecían polvo, que brillaban como luciérnagas.
Me giré buscando a Ileos con la mirada, seguía dejando de esos extraños polvos por más rincones de la habitación.
—¿Qué son?
—Nada de preguntas.
—¿Cuándo dices “nada de preguntas” significa que te meterías en un lío si me lo dijeras?
—Me alegra que lo entiendas, quizás no seas tan nepala.
—¿Qué significa esa palabra? No dejas de usarla todo el tiempo.
Eso pareció captar su atención, dejó de colocar los extraños polvos por la habitación y se giró para encararme.
—Negociar. Quiero saber algunas cosas.
—Vale, pero la información debe ser equivalente. Si tu quieres saber sobre una palabra, yo te diré sobre otra. Si quieres saber de mi especie, tú me tienes que hablar de la tuya.
—Trato hecho —extendió una de sus enormes alas hacia mí. La observé descaradamente, él me miraba como si esperara a que hiciera algo. Me miró, miró sus alas, y se dio cuenta de su error—. Había olvidado que los universales no cerráis los tratos como nosotros.
—¿Cómo los cerráis vosotros?
—Según la especie, los que son como yo juntamos una de nuestras alas, sin embargo, los ovatas inclinan sus cuernos. Ahora dime cómo lo hacéis en tu mundo.
—Nos damos la mano, o firmamos un papel. Según la importancia del trato.
Señaló el diario que había sobre la cama.
—Ese libro, ¿para eso lo llevas encima? ¿Por si tienes que hacer un trato?
—No, son cosas distintas. Es algo complicado de explicar.
Me miró como si fuera un niño pequeño, con curiosidad.
—¿Mañana me lo explicarás?
—Si te lo explico tú tendrás que explicarme otra cosa.
Asintió con la cabeza.
—Debo irme.
Se giró, dándome la espalda. Ni siquiera pensé en qué estaba haciendo, solamente actué, un impulso. Agarré su muñeca y le obligué a detenerse, se giró, extrañado, me miró a mí y después dejó viajar sus ojos hasta el lugar en el que nuestras pieles se rozaban. Entonces me di cuenta; era la primera vez que nuestras pieles se tocaban, sin saber porqué, ese pensamiento hizo que mis mejillas se encendieran. Pensé en la tierra, allí la gente se tocaba todo el rato, muchos se saludaban entre ellos con dos besos y se abrazaban, aquel simple contacto no era nada importante, insignificante.
—¿Qué te pasa en la cara? —preguntó Ileos. Me había hundido en mis pensamientos y no me había fijado en que me miraba como si tuviese una segunda cabeza.
—¿Eh? —respondí desconcertada. ¿Aparte de las mejillas rojas tenía algo más? ¿Me había salido un grano o algo así?
—Tienes las mejillas otirias.
Genial, ni siquiera sabía de qué estaba hablando.
—¿Qué significa eso?
Se acercó al armario y señaló una prenda de ropa roja.
—Esto es otiria.
—¿Otirias significa camiseta?
Negó con la cabeza y agarró la camiseta mientras la seguía señalando con la otra mano.
—No.
De dos zancadas se colocó junto a mí y clavó un dedo en mi mejilla durante apenas un segundo.
—Otirias.
Entonces me di cuenta.
—¿Rojas? ¿Otirias signfica rojas? —señalé de nuevo la camiseta.
—Si —dijo contento— ¿Otiria en tu idioma significa rojo?
—Exacto.
Agarré el diario y apunté el significado. Ileos no me quitó el ojo de encima, confuso; él siempre estaba confuso a mi alrededor. Volvió a dejar al camiseta en el armario y se colocó detrás de mí, intentando averiguar qué estaba escribiendo.
—Yo te he dado información, ¿ahora puedes decirme por qué tus mejillas estaban otirias?
Cerré el cuaderno y lo dejé a un lado en la cama.
—Hemos dicho que la información tiene que ser equilibrada, tú has respondido a mi pregunta sobre una palabra, así que tú puedes preguntar por una palabra de mi idioma.
—¿Puedo guardarme la pregunta?
Lo pensé por un momento y asentí. Entonces, de la nada, comencé a escuchar pasos por el pasillo, era la primera vez que lo oía durante el tiempo que llevaba ahí encerrada. Ileos se giró automáticamente hacia la puerta, su mirada se endureció y se quedó inmovil como una estatua. Cuando los pasos se detuvieron me miró un segundo y caminó hasta la puerta.
—Debo marcharme.
Con sigilo, abrió la puerta y se marchó a toda prisa sin darme tiempo a despedirme.
¿Qué acababa de pasar?