Aura
Observo el cielo azul, acostada sobre una tela suave en el césped de un parque. A mi lado se encuentra Kaden, mi perro de seis años, es tranquilo, desde que lo adopté siempre ha sido así, al principio pensé que era por miedo, en su antigua casa fue maltratado y querían que fuese un perro de pelea. Acaricio su lomo, encontrando la tranquilidad que necesitaba en la suavidad de su pelaje.
Mi pecho quema con el recuerdo, no puedo ni siquiera sentir el césped, quisiera volver a andar descalza por este lugar. Recuerdo cuando de pequeña mis padres me traían aquí, corría y jugaba con todo aquel niño que se me acercase, adoraba correr.
Dos lágrimas caen de mis ojos, resbalando por mis mejillas. Recordar todo lo que podía hacer antes solo me hace daño, pero no puedo olvidar lo que fueron veintitrés años de mi vida, no puedo simplemente borrar que antes andaba y ahora ya no puedo hacerlo, ojalá pudiese hacerlo.
– ¿Por qué lloras?- abro los ojos encontrándome a mi mejor amigo.- ¿Quieres volver a tu casa?- niego.- ¿Necesitas ayuda?
– No.- le sonrío.
Con un poco de dificultad me incorporo sobre la manta y quedo sentada en el suelo. Veo a la gente pasear, hacer ejercicio, jugar con sus mascotas o con sus hijos. Veo parejas felices teniendo una hermosa cita, comiendo en un picnic.
– ¿Por qué lloras Aura?
– Por los recuerdos, Andrew.- miro sus ojos pálidos, adorándolos.
Andrew fue la primera persona que me miro normal, sin pena, lástima o tristeza. El primero que no se fijó en mi discapacidad sino en mí, algo irónico ya que lo conocí cuando era residente en el hospital, en el área de fisioterapia. Él me habló como una persona normal, con su siempre toque infantil y amable.
Por unos meses creí que sentía algo por él, algo más allá de una amistad, luego me di cuenta de que sentía agradecimiento porque volví a sentirme normal, volví a sentirme yo misma. A veces los sentimientos son confusos, por eso me tomé mi tiempo para analizar todo lo que me ocurría con Andrew y no apresurarme con sentimientos confusos. Tampoco creo que lo nuestro hubiese funcionado, mi amigo es demasiado para mí, y es muy desordenado mientras que yo soy demasiado ordenada, creo que por eso pelearíamos mucho.
– Creo que Kaden se quedó dormido.- dice señalando a mi perro.
– Yo también lo creo.- le sonrío.- ¿Puedes pasarme mi cámara?- él asiente antes de levantarse.
Espero con paciencia a que vuelva a mi lado, hoy no le tomaré fotos a él. No le gustan mucho pero es mi modelo masculino casi siempre, le gusta hacerme feliz. Andrew adora ver a la gente de su alrededor sonreír y odia vernos tristes o dolidos, pero ni con su eterna sonrisa blanca es capaz de hacer a todo el mundo feliz.
– Aquí tienes.- me pasa mi cámara.
Dejo la cámara a un lado, vuelvo a acostarme sobre la manta y ruedo hasta quedar boca abajo, como puedo me muevo y quedo en la posición perfecta para hacerle algunas fotos a Kaden. Sé que podría haberle pedido ayuda a Andrew y seguramente hubiese gastado menos energía.
Miro a mi mejor amigo con una sonrisa, él niega divertido con la cabeza, le guiño un ojo y vuelvo a coger mi cámara. La enciendo y enfoco. Apoyo los codos en el suelo y coloco mi ojo en la mirilla. Me concentro, bajo un poco más mis brazos para conseguir el ángulo perfecto y cuando lo logro hago un par de fotos, las miro sonriendo.
Fotografío todo lo que me hace feliz, quiero tener un recuerdo de todo lo que me alegró y me ayudó a superarme, a levantarme.
– Tengo una pregunta.- desde mi posición miro a Andrew.- ¿Cuántas memorias con fotos tienes?
– Perdí la cuenta hace mucho tiempo.
– Me lo imaginaba.- se acuesta a mi lado.- Tienes algo especial, yo sería incapaz de tomar una buena foto hasta con la cámara más cara del mundo, y tú puedes capturar sentimientos en la cámara de un teléfono.- me halaga.- ¿Por qué le haces una foto a tu perro?
– Tengo fotos de Kaden desde que llegó a mi casa.- miro a mi perro.- Cuando quise rendirme la primera vez, él fue lo último que vi, cuando llegué a casa del hospital él fue mi regalo, mi compensación por las heridas.
– Es buena compañía.
– Kaden.- lo llamo despertandolo.- Hora de volver.- mi animal de compañía se estira y luego se levanta del suelo.- ¿Me ayudas?
– Claro, ¿te llevo a casa o a la empresa?
– A la empresa.- le sonrío.
Andrew me sube a la silla de ruedas, mientras espero a que él recoja todas nuestras cosas veo las fotos de mi cámara y borro algunas que no salieron bien o que me gustaron en su momento pero que ahora ya no lo hacen. Para salir del césped Andrew empuja de la silla, una vez que llegamos a suelo duro soy yo misma quien se encarga de empujarla.
En coche tardamos a penas unos minutos en llegar a la empresa. Andrew saluda a todos los empleados que se encuentra mientras que yo los ignoro a todos. Kaden no se separa en ningún momento de mi lado, permanece pegado a mi silla como el perro guardián que es.
Andrew hoy ha tenido día libre en el hospital sino no hubiera podido venir a verme, hubiese ido yo tarde o temprano a hacerle una visita allí. He estado siete meses sin verlo y lo echaba de menos, me gusta hablar con él.
– ¿Le dijiste a tu padre sobre tu idea?
– Si, me dijo que preparase un informe y presentase mi idea en la junta de accionistas a final de mes.
– ¿Crees que lo conseguirás?
– Espero que sí, me haría ilusión llevar una pequeña parte de nuestra empresa a Colombia.
– Te estaré apoyando.- me anima como siempre.
Salimos del ascensor, creo que va a pasar todo su día libre conmigo. No es la primera vez que está conmigo en la oficina, a papá no le molesta. Al principio él no quería que ningún hombre se acercase a mí, así que no quería a Andrew a mi lado, después se relajó, recordó que ya no tengo cinco años aunque en su cabeza siempre los tendré, y me devolvió mi libertad.