Azrael

Capítulo 2: Muerte.

Los 4 viajamos tranquilos. Salimos a las 8 de la mañana y llegamos al pueblo alrededor de las dos de la tarde.

    Mi pueblo era un lugar de aproximadamente 1.100 habitantes. Era tranquilo y seguro para vivir, típico pueblo donde todos se conocían. No había vandalismos, robos, secuestros, ni ninguna de las cosas atroces que ocurrían en el resto del país.

    Aquí nos cuidábamos no solo a nosotros mismos, sino a las personas que llegaban buscando un nuevo hogar.

    Adam llamó a mi tía y ella le dijo que toda mi familia se encontraba en mi casa.

    No era extraño, antes de que decidiera dejar la carrera de arquitectura y antes de que me vetaran de volver a mi casa, mi familia se reunía a recibirnos en una sola casa, siempre con un almuerzo y una sonrisa.

    Estacionamos y salimos del carro.

En cuanto llegué a la puerta supe que algo estaba mal. Generalmente nos recibían a todos con los brazos abiertos y celebraban nuestra llegada. Miré a Adam quien se encogió de hombros y tocó el timbre.

Mi abuela no nos abrió. Sofía, la madre de mi primo Manuel y esposa de mi tío Martin lo hizo.

 Mi corazón se detuvo. 

Sofía, la siempre sonriente Sofía tenía los ojos desconsolados de llorar. Su cabello rubio y ondulado estaba amarrado en un moño descuidado, no tenía una gota de maquillaje encima. Vestía un pantalón sencillo con una blusa blanca. Adam la miró con cara de extrañeza, entonces ella lo abrazó y comenzó a llorar.

No podíamos ver nada más allá de Sofía, me desesperé. Adam intentaba que Sofía le dijera que había pasado o que por lo menos se moviera, ella no hacía más que llorar. Quería apartarla, quería buscar a mi madre y a mi abuela.

 Quería saber si estaban bien.

 Sé que fue una actitud egoísta no intentar hablar con Sofía, pero yo era así, me importaban los míos y si ella no hablaba yo tenía que averiguarlo.

Corrí hacia la entrada, intentando pasar a Sofía.

     Cuando la escuché, me quedé estática.

-Asesinaron a Manuel Alejandro-

En mi vida pocas veces me habían roto el corazón; sin embargo, esas palabras lo lograron. Me agarré de la pared y voltee a ver a Sofía y mis primos.

    Anette estaba paralizada y su cara reflejaba el desconcierto más grande, Sabrina tenía unas lágrimas caídas y avanzó a abrazar a Sofía. Adam la tenía en sus brazos y no decía nada, sus ojos rojos. 

Sofía tenía el suficiente consuelo, por lo que me seguí abriendo camino entre ellos para ver al resto de mi familia. Caminé por el patio sin saludar a mis perros, toqué con los nudillos la puerta de entrada y me abrió mi tío Alberto, el padre de Sabrina.

Estaban todos reunidos, alrededor de las treinta personas que conformaban mi familia, estaba sentada la persona que quería ver. Las mujeres lloraban mientras los hombres las consolaban, los niños no estaban ahí. Suponía que los habían obligado a dormir en otra habitación.

No lo había notado, por primera vez en 20 años no veía a los guardaespaldas de mi familia detrás de ellos, es más, tampoco recordaba haberlos visto afuera. Eso me preocupó y desconcertó aun más.

En cuanto me acerqué a mi tío dejé ver mi dolor y le grité:

-¿Es verdad?-

No supe por qué había hecho tan estúpida pregunta. Supongo que a veces queremos que nos digan que las malas noticias son mentira, que la muerte no existe. Que tu primo pequeño al que le cambiaste los pañales no había sido asesinado.

Mi tío Alberto bajó la cabeza. En tanto mi madre se me acercaba.

-Sam, quieres sentarte- Me dijo con su voz autoritaria.

No quería sentarme, quería saber cómo un simple día familiar había terminado en muerte, aunque claro, por eso me habían llamado a mi también, jamás mi familia me llamaría de nuevo solo para comer en un día feliz. Respiré profundo e intenté decir lo más calmado posible:

-¿Qué ocurrió?- Me temblaban las manos y mi voz sonó desencajada, por más que lo intentaba no podía sonar madura. Sonaba como si en cualquier momento iba a perder la razón.

Mi tío Alberto y mi madre se parecían, ambos tenían la piel oscura y eran de gran estatura. Ojos café que mostraban seriedad y tragedia. Me fijé que vestían de negro por lo que reformulé casi inmediatamente mi pregunta.




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