Lobo Blanco
El día en que todo sea verdad, creo que seré realmente feliz. No puede ser que haya caído en una imaginación tan estúpida como esa. Estoy en el hotel, acostado y mirando al techo. Mi corazón está roto, tiene frustración, no sabe qué hacer.
Tengo el corazón roto en mil pedazos. ¿Cómo es posible que ames a alguien tan fuertemente, que no puedas respirar si no está presente? Todas esas canciones tristes de las que me burlaba, son mi realidad ahora. Me siento tan mal, que quizás esté muerto en estos momentos.
¿Acaso nunca seré feliz? ¿Acaso estoy destinado a no sonreír y siempre llorar?
¿Cómo es posible que no pueda tener felicidad en mi rostro? Me la paso llorando, no tengo una gota de alegría. Si me río es porque no me queda más remedio que complacer a los demás. No deseo que mi familia se preocupe por mi estado, tampoco quiero hablar del asunto y, simplemente, necesito estar solo.
A la semana siguiente, vuelvo a mi casa, vacío, triste, peor que antes y sin ganas de respirar. Trey parece no darse cuenta de mi estado de ánimo, mis papás tampoco y mucho menos mi hermano. Todos andan en su mundo feliz, mientras yo termino de destrozarme el alma.
En la escuela todo anda normal, las cosas pareciera que estuviesen igual, pero el único que ha cambiado soy yo. Ya nada es igual. Todo es diferente. Tengo que tomar decisiones, ver qué puedo hacer por mi futuro y preocuparme por cosas reales y serias. Me he postulado en varias universidades, y me da igual en donde quede.
— ¿Estás bien? —me pregunta una persona que jamás había visto, y que está sentada a mi lado-.
—¡Sí! —le miento. Siempre lo hago. Odio que se preocupen por mí, prefiero preocuparme por los demás.
—¡No creo! Es como si hubieses perdido el corazón. A mí también me pasó lo mismo.
Comienza a contarme su historia. Nunca había escuchado a nadie atentamente y quizás su historia me ha conmovido muchísimo. Le sonrío como gesto de agradecimiento.
—En algún momento todos pasamos por ser azules.
No le pregunto por qué dice eso y el chico se retira dejándome solo. Una persona me llama y dice que debemos apurarnos, porque darán la fecha de la graduación. Al ver la cartelera, me percato que sólo queda una semana. Mi promedio sigue siendo bajo, pero con el deporte puede que me den una beca y quizás consiga un buen equipo. Yo amo el fútbol, es como una parte de mi riñón, pero estoy indeciso y no sé. Quizás jugando se me quite la depresión y me active para olvidar todo.
Llego a mi casa y mi madre tiene el almuerzo listo. Trey y los chicos me llaman al jardín y voy para allá con paso lento.
— ¿Qué sucede?
—No queremos que sigas sufriendo.
—Lo superaré pronto.
—Nos invitó a su boda, Robert. Debes ir e impedirla.
—No lo haré. Deseo que sea feliz.
— ¿Eres estúpido o qué?
—Si voy, sufro más y no lo deseo.
Los días pasan lentamente, el verano se acerca, todo es caluroso y mi corazón es lo único que está congelado. Quisiera que al menos las personas conocieran mis sentimientos, pero la verdad es que prefiero abstenerme y no decir nada. Llorar en silencio me hace bien y así me soportaré a mí mismo. No sé cómo la está pasando él. Es su decisión y la respeto. Si el destino decide que no estemos juntos, pues no quiero interferir. Prefiero sufrir.
—Al menos escríbele Robert —me sugiere Trey cuando estoy colocándome el traje para la graduación—. Él la está pasando mal.
—Me veo bien —le cambio el tema.
—No te queda bien fingir.
—No estoy fingiendo. Soy sincero.
—Escríbele.
Me da una hoja y un lápiz. Sale de la habitación y me quedo mirando la hoja, pensando en qué podría escribir cuando ya he acabado mis sentimientos llorando.
Soñé contigo, me imaginé estando a tu lado y siendo felices al fin. Es tan extraño que no estés conmigo después de lo que vivimos en mi pequeña fantasía y me hace sentir un imbécil, porque me dijiste que no eras un sueño y terminaste siéndolo.
Estabas tan cerca de mí, que no podía comprender por qué todo fue una mentira, una decepción. Estoy tan enamorado de ti, que pienso que siempre estás donde yo estoy. Es la costumbre de tener tu presencia los 365 días del año.
Jamás pensé que te diría esto, pero felicidades por tu boda. Espero que ella pueda amarte más de lo que yo lo hice. Nunca olvides que fui tu mejor amigo, tu amante, tu paño de lágrimas y la persona que más te amó en este mundo. Es chistoso porque en el sueño me decías que te habías olvidado de ella, que no la amabas. ¡Me siento un completo imbécil!
Quizás me odies, tal vez ya no recuerdes todo lo que hicimos juntos y tampoco te interese cómo esté. Espero que seas feliz, que puedas sonreír cuando ella te cuente un chiste. Sólo espero que no llores pensando en mí, si es que lo haces.
Estoy bien, no sufras por mí, seré feliz en algún momento.
Gracias por todo.