Ashley se despertó con el suave murmullo de la ducha. Los rayos de sol que se colaban a través de la ventana la obligaron a entrecerrar su vista. Su cabeza martilleaba de dolor a causa de la resaca, y la claridad del día sólo aumentaba dicha sensación.
Con pereza se deslizó fuera de las sábanas para percatarse que no llevaba pantalones. Ni siquiera llevaba su ropa. Yodo lo que cubría su cuerpo era una holgada camiseta negra de manga corta que no reconoció.
La chica se llevó ambas manos a la cabeza, acariciándose las sienes, mientras trataba de recordar cómo había llegado hasta su habitación. Y lo más importante. ¿Qué había sucedido para que durmiera semidesnuda? ¿Quién demonios se estaba duchando en su cuarto?
Mordiéndose el labio inferior miró hacia la puerta. De pronto, el agua dejó de oírse al otro lado y Dean salió del interior del cuarto de baño con el pelo mojado y una toalla alrededor de su cintura. Ashley se quedó sin respiración, perdiendo su mirada en el torso descubierto del cazador.
—Buenos días, Barbie. ¿Te gusta lo que ves?
Ashley elevó rápidamente su vista para encontrarse con la verde mirada del cazador observándola divertido.
—Dime que no... Que tú y yo no... Eso.
—¿No recuerdas nada? —preguntó juguetón, acercándose a la cama.
Ella negó lentamente con su cabeza, tragando saliva y luchando por no volver a desviar su mirada al pecho desnudo de él.
—Ashley. Te aseguro que si hubiera pasado algo entre nosotros lo recordarías.
—No juegues conmigo, Winchester. —Le recriminó la rubia, apartando su cara de un empujón. Él rió, incorporándose de nuevo—. No me hace ni pizca de gracia. ¿Has dormido aquí?
—Justo ahí. —respondió señalando un lado de la cama—. Te agarraste a mí como un koala pidiéndome que no te dejara. No pude negarme.
Ashley notó como un ligero calor se apoderaba de sus mejillas.
—¿Y tu excusa para haberme desnudado?
—Te manchaste la ropa de tequila y vómito. Supuse que no sería agradable que durmieras con el olor.
—Vale, vale. —Le cortó ella, enterrando el rostro entre sus manos, avergonzada—. Lo pillo.
—No te escondas. Eres adorable cuando estás borracha. Estuvo bien cuidar de ti, quitarte la ropa y volver a verte en ese conjunto de lencería... Creo que podría empezar a acostumbrarme.
Ashley se destapó la cara para dedicarle una mirada furiosa.
—Eres un gilipollas, Dean Winchester. —dijo lanzándole una de las almohadas. Él se apartó con agilidad mientras seguía riendo divertido—. ¿Podrías hacer el favor de vestirte ya y dejar de pasearte semidesnudo por mi habitación?
—¿Por qué? ¿Te molesta?
—Tu presencia siempre.
Dean la miró sonriente, sin darle importancia a la última frase que la rubia le acababa de dedicarle. El cazador aún recordaba con claridad la confesión que le había hecho Ashley esa misma noche en el parque. Ella sólo tenía miedo de sus sentimientos y él iba a encargarse de borrar ese temor.
—¿Sabes? Aunque quisiera vestirme tú llevas puesta mi camiseta.
La chica se levantó de la cama para recoger los tejanos y la camisa a cuadros de Dean que descansaban sobre una de las sillas de la habitación.
—Toma. —espetó estampando las prendas de ropa contra el pecho desnudo del cazador —. Buen intento por volver a ver mi conjunto de lencería. Ahora deja de pavonearte y vístete.
Entró en el cuarto de baño tras coger algo de ropa para ella.
Minutos más tarde cuando Ashley salió de la ducha, vestida con unos pantalones tejanos y una camiseta azul de media manga a juego con sus ojos, Dean seguía en la habitación, ya vestido y sentado sobre el borde de la cama con un vaso de café entre las manos.
—¿Qué haces aún aquí?
—Tenemos que hablar sobre lo que me dijiste anoche. Tus sospechas sobre el caso.
La joven dejó escapar un largo suspiro recordando el porqué había abandonado la casa de Judith tras haber reconocido las pulseras. Un pequeño temblor recorrió su cuerpo al pensar en que el espíritu de su padre era el responsable de todas aquellas desapariciones.
—Ashley. —Le llamó una segunda voz masculina. La aludida giró su cabeza para ver que Sam también se encontraba en la habitación. El chico estaba sentado alrededor de la mesa donde descansaban dos vasos de café más—. Dean me ha contado que crees que podría tratarse de tu padre.
—Sí... —murmuró ella, sintiendo que sus piernas le fallaban.
Dean hizo el ademán de levantarse para sujetarla, pero su hermano se adelantó pues estaba más cerca de la cazadora. Sam guió a Ashley hasta una de las sillas que rodeaban la mesa y le ayudó a sentarse.
—Toma. —dijo acercándole uno de los vasos de café que reposaban sobre la madera—. Bebe un poco. Te sentirás mejor.