Bad Company

12. Contacto

 

Ashley recorría en silencio los pasillos del búnker. Era la primera mañana —en todo lo que iba de semana—, que lograba levantarse de la cama sin la molesta fiebre que había estado atormentándola desde su regreso al refugio. Por lo visto el resfriado la había abandonado al fin.

Sam y Dean hacía unos días que habían viajado hasta Minnesota para encargarse de un par de vampiros. Las últimas noticias que la chica tenía de ellos era que habían terminado con el trabajo y que regresarían al medio día. Por lo tanto, le restaban unas horas de absoluta soledad que debía aprovechar.

Se deslizó por el corredor hasta llegar a la mazmorra. Era el único sitio que le faltaba por comprobar. Sus investigaciones en la biblioteca habían resultado totalmente infructuosas y esperaba tener más suerte con los archivos clasificados. Seleccionó un par de cajas de cartón que contenían documentos de los siglos XIX y XX —fechas en las que el autor había escrito su obra—, y dirigió sus pasos de nuevo a la biblioteca para comenzar una jornada de ardua búsqueda.

Ashley estaba inmersa en la lectura de los textos cuando una leve ráfaga de aire la sobresaltó. Con sus metódicos instintos de cazadora alerta, se levantó de la silla y barrió con la mirada a su alrededor. Fue entonces cuando reparó su atención en la figura de un hombre de pelo oscuro y ojos azules que iba vestido con una larga gabardina marrón y la miraba con curiosidad.

—¿Quién eres? —preguntó el recién llegado ladeando ligeramente la cabeza.

Pero Ashley no respondió a su pregunta, sino que en su lugar se llevó rápidamente la mano a la cinturilla de su pantalón y desenfundó su pistola para encañonarle con ella.

—Aquí las preguntas las hago yo. Dame una buena razón por la que no deba volarte la cabeza en este preciso instante.

—No serviría de nada. —respondió el hombre sin ningún tipo de agitación—. Estoy hecho a prueba de balas.

Ashley lo evaluó con la mirada y se percató de que aquel ser no mentía. El miedo la invadió entonces y su pulso empezó a temblar. ¿Y si era un demonio enviado por Crowley? O peor aún... ¿Y si era uno enviado por Belial?

—¿Qué eres?

—Me llamo Castiel y soy un ángel del Señor.

—Y yo soy la Madre Teresa de Calcuta. 

—No. Tú no eres... —Ashley frunció el ceño. ¿Era idiota?—. Oh. Sarcasmo. Me sigue costando entenderos. ¿Puedes decirme dónde encontrar a Sam y Dean?

—Te he dicho que las preguntas las hacía yo, Castiel. ¿Qué quieres de ellos?

—Esto me empieza a resultar incómodo... —murmuró el ángel antes de desarmar a la cazadora con su simple mirada.

Ashley se quedó estupefacta al ver como la pistola volaba de sus manos e intentó salir corriendo hacia su cuarto para armarse con la espada angelical. Fuese un ángel o un demonio, temía por seguridad y no le gustaba nada aquel interés que el hombre había mostrado por sus amigos. Su naturaleza desconfiada le hacía estar recelosa así que la espada era la única oportunidad real que tenía para defenderse de aquel ser.

No obstante, Castiel le barró el paso parándose frente a ella y leyó el miedo en su mirada a pesar de la valentía que mostraba al hablar.

—No pienso decirte donde están. Puedes hacerme todo el daño que quieras pero no te diré ni una sola palabra.

—No voy a hacerte daño. Son mis amigos. Sólo quería ver como les iban las cosas. Hace algún tiempo que no sé de ellos.

—¿Realmente eres un ángel? —Él asintió con la cabeza—. Demuéstramelo.

Castiel iluminó sus ojos con el azul más puro y cegador que Ashley había observado jamás.

—... Vale. Les llamaré para que me confirmen que realmente te conocen. Y cómo me hayas mentido rostizaré tus alas en fuego sagrado hasta que queden bien crujientes. Los ángeles no me gustáis nada.

Y era cierto, Ashley sentía una profunda antipatía por aquellas criaturas celestiales. Años atrás, cuando había descubierto que los demonios existían como la encarnación del mal tuvo la esperanza de que sus antagónicos también lo hicieran. Que aquellos seres llenos de luz de los que hablaban las escrituras se dedicaran a proteger a las personas.

Sin embargo, para cuando descubrió que los ángeles también eran reales, sus experiencias con ellos la habían terminado por desencantar. Parecía que los mismos no habían acudido a la tierra para protegerlos, sino para cumplir con sus propios propósitos. Sin importarles, en la mayoría de las ocasiones, el llevarse por delante a personas inocentes.

Por lo que a la chica se refería, pocas diferencias había entre Cielo e Infierno.

—Ashley. —saludó Sam, al otro lado de la línea—. ¿Todo bien?

—Sí... Solo quería preguntaros algo.

—Espera. Pongo el manos libres. Está bien. Dispara.




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