La celda era oscura y siniestra, y aunque ya había estado muchas veces en ese lugar, seguía sin acostumbrarse. El olor a putrefacción estaba latente con cada paso que daba, y solo se intensificó cuando se detuvo frente a la sucia y ya tan conocida celda de aquel hombre de ojos oscuros.
—Me mandó a llamar —dijo, siendo consciente que ya él sabía que estaba ahí.
—Mañana debes mandar otra.
—¿Debo hacerle daño?
Una sonrisa torcida apreció en el rostro del hombre, dándole un aspecto siniestro a la situación más de lo que ya era.
—Si, debe desear morir —respondió con voz ronca y divertida—, pero no llegues a matarlo. Ese placer será solo mío, sin embargo, aún no es tiempo.
—¿Puedo saber por qué quiere hacerle eso?
—Han pasado meses desde que trabajas para mí, ¿Por qué quieres saberlo ahora? —pregunto con un deje de desconfianza el hombre.
—Simple curiosidad.
—No es algo que sea de tu interés, realmente —dijo el hombre mientras se levantaba de la dura cama que tenía en esa celda y se acercaba hasta los barrotes—, pero te lo diré, él me ha robado lo más preciado en la vida.
—¿Dinero? —se aventuró a preguntar el muchacho.
El hombre lo observó burlón y negó con la cabeza.
—Jamás sería algo tan sucio como eso, él me ha robado a un ángel que cuidaba de mí. Era una hermosa mujer, dulce y amable, solo tenía ojos para mí, ella solo me adoraba a mí —murmuró—, Nos amábamos demasiado, pero entonces, él llego y se robo toda su atención desde el primer instante —agito un poco la cabeza—, Oh, ese maldito, se llevo lo más hermosa que tenía, todo lo que amaba y ahora lo haré implorar por perdón.
—¿Quien era ella?
—Ella era un ángel en este mundo —sonrió—, bella hasta la locura, elegante y siempre amable. Era imposible no amarla y deleitarse con ella, y yo había sido tan afortunado de tenerla para mí, de hacerle el amor a su cuerpo y llenar de mis recuerdos su alma.
El hombre se calló y miró un punto indefinido de la habitación, y el muchacho supo que no debía decir nada más, solo retirarse.
—No dejes que olvidé que existo, y que pronto saldré de esta pocilga para hacerla la vida un jodido infierno.
—Así lo haré —respondió sin moverse, preguntándose que tan de buenas estaría para responder una ultima pregunta—, ¿Como esta mi madre?
Una risa burlona y ronca brotó de la garganta del hombre, haciendo que cada vello de la piel del muchacho se erizara.
—Hermosa.
Contuvo una respiración.
—Por favor, necesito saber que ella esta bien.
—Lo estará mientras tu hagas a la perfección lo que pido. Tú decides si ella sufre o no.
Un nudo se le hizo en la garganta, oh, su hermosa y dulce madre no merecía aquello.
—Quiero verla —exigió con voz neutra.
—No puedo permitirte eso, hombre, ¿Donde estaría la diversión?
Conteniendo un centenar de palabrotas, asintió y con una última mirada de asco y odio hacía aquel hombre, giro sobre sus talones de manera lenta y salió de ese lugar, rogando por respirar aire limpio y comenzar esa maldita a transcribir esa maldita carta.
Penny Platt iba caminando lentamente hacía el gimnasio, y sentía que estaba a segundos de vomitar cocodrilos. Daisy, la secretaria del director no estaba por el momento, por lo que su padre le había pedido buscar a los chicos del equipo de fútbol para poder darles una información de urgencia.
Y como si fuera poco, ella sabía que ahí iba a estar Luke Williams, viéndose dulcemente encantador con su sonrisa de infarto y su nerviosismo. Desde primer año Penny solo tenía ojos para Luke, así como él para ella, sin embargo, jamás ninguno de los dos había querido dar el siguiente paso.
Con cuidado y sin querer llamar la atención, Penny entro al gimnasio, jugando con su cabello pelirrojo mientras intentaba calmar sus nervios, para su mala suerte los chicos del equipo tenían una aguda audición, por lo que todos habían escuchado los suaves pasos de la tímida chica. Penny era sin duda, la dulzura personificada, siempre estaba con un cuaderno en sus manos y un lápiz entre su cabello rojo. Jamás hablaba fuerte, ni mucho menos se involucraba en peleas, le gustaba pasar desapercibida y para sorpresa de muchos, ser tomaba bien los insultos que la gran mayoría de la secundaría le otorgaba, no solo por ser la hija del director, sino por el simple hecho de ser tan diferente a todos.
—Eh, Chicos —la voz dulce y suave de Penny llego a los oídos de los chicos a través del gimnasio. Penny vestía con un lindo vestido veraniego azul cielo que contrastaba con sus ojos verdes y su cabello como el fuego. Con pasos temerosos se acercó más al equipo, dándose cuenta que aún estaba muy lejos de ellos y no pretendía alzarles la voz.