Bad Things; Secretos

3.

Dallas Young era un joven inteligente, normalmente sereno y amable. Muy pocas veces se había visto envuelto en discusiones, sin embargo, de alguna extraña manera todos preferían mantenerse alejados de su perímetro cuando estaba molesto y siempre se podía notar ese momento. Sus ojos se oscurecían hasta el punto de darle un aspecto terrorífico y de una manera muy sensual lograba abrirse paso lentamente hasta cualquier lugar donde pudiera respirar millones de veces hasta calmar la rabia de sus venas.

Esa noche, siendo pasado las siete y el cielo oscurecido, decidió ir a uno de los únicos lugares donde podía estar seguro y en serena calma. La casa de Luke, aquella casa de aspecto campestre y hogareño donde había pasado infinitas aventuras junto a sus amigos, y que ahora era solo habitada por su amigo castaño. También estaba la casa de su otro mejor amigo, una gran casa majestuosa e imponente que lo había visto crecer y por último, el cementerio, donde entre cada lapida habitaba en cuerpo descompuesto y para su dolor, uno de esos era el de su madre. Con pasos decididos llego hasta el camino de gravilla que daba a la gran puerta de caoba y con un suspiro de tranquilidad por estar ahí, toco el timbre una sola vez.

Un minuto después la puerta de caoba se abrió, reflejando el rostro sonriente de un castaño que él conocía muy bien. Luke.

—Hey, hermano. —saludo Luke con una sonrisa cálida. Se hizo a un lado para que Dallas pudiera pasar. Su sonrisa se desvaneció al ver el rostro perturbado de su mejor amigo, por lo tanto cerró la puerta y en silencio lo siguió hasta la sala de estar.

Dallas se dejó caer en el tan conocido mueble color vino y observó el gran cuadro que colgaba en la pared blanca, era una foto de ellos tres cuando tenían dieciséis años, hace un año. Había sido un muy buen día, solo ellos tres y mucha comida y videojuegos. Tomarse la foto había sido un calvario, ya que tenían en la cámara en modo automático y siempre salía borrosa.

Luke se sentó frente a él, teniendo una clara de idea de lo que le podía haber pasado y esperando pacientemente que quisiera hablar.

—Recibí otra carta. —comenzó Dallas, sintiendo como el tono de su voz se volvía tembloroso de la ira y el miedo, sobre todo el miedo.

Su amigo no dijo nada, se mantuvo en silencio mientras observaba como Dallas comenzaba a contorsionar su cara en una mueca de ira contenida, de horror y pánico. Una mueca que había visto desde hace unos siete meses, tal vez. Donde no podían hacer nada más que contenerlo y evtar que hiciera una locura.

—Lo detendremos, Dallas. —dijo Luke, poniendo su mano sobre el hombro derecho de su amigo. —Estamos aquí contigo, y cuando el momento llegue, lo mandaremos al infierno, es un juramente.

Con sus ojos negros como la mismísima noche, el muchacho observó a su amigo y la seguridad con la que decía esas palabras. Adam y Luke le habían jurado por sus vidas que acabarían con ese martirio que lo perseguía y atormentaba sin descanso, que iban a estar los tres juntos cuando el momento llegara y juntos, como siempre harían, acabarían con él.

Era una locura.

—Lo sé. —musito. —Pero no podemos saber cuándo realmente pasará. Sus cartas llegan sin falta cada mes, volviéndome loco, atormentando y recordándome que él estará cerca y siempre sabrá donde encontrarme.

Luke asintió, era totalmente cierto. El tipo estaba realmente loco, y no podían arriesgarse a estar cerca y buscar información, no por el momento. No ahora. Tenían que pensar con la cabeza fría y trazar un plan, algo que les diera vía libre sin poner a costo sus vidas.

—¿Cuánto tiempo más o menos?

—Tal vez un año, o dos. —se encogió Dallas.

—Pensé que eran más años. Tenía entendido que eran cinco. —bufó Luke, sintiendo la necesidad de clamar a su amigo.

—Lo eran. —murmuró el pelinegro con voz mortificada. —De alguna sucia manera consiguió bajar la pena.

El castaño sacudió la cabeza, queriendo apartar las horribles imágenes que estaban formándose en su cabeza. Él tenía muy presente la imagen ensangrentada de las paredes, los gritos de horror de su amigo quien también estaba también cubierto de sangre espesa. Por alguna razón, a sus diez años, Dallas solo había marcado dos números cuando entro en pánico ante la escena. El de la cada de Adam, y el de la casa de Luke. Sus amigos no lo pensaron para arrastrar a sus padres a la casa de Dallas, queriendo llegar en segundos cuando realmente eran diez minutos en carro.

La escena fue horrible.

Habían llegado y todo estaba en un pulcro silencio, tan aterrador y escalofriante que quisieron llorar. Adentro todo parecía estar en calma, solo un sollozo los saco de su trance y los llevo corriendo escaleras arriba. La habitación de los señores Young siempre había sido hermosa, con colores neutros y una gran cama donde podrían dormir diez personas, era de paredes altas y elegantes. Cuando entraron solo pudieron ahogar un jadeo de sorpresa y horror.

Las paredes que eran de un color blanco perlado estaban salpicadas de manchas rojas, al igual que la puerta de caoba que componía el guardarropa.




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