Bailando Bajo La Lluvia

Capítulo 15

 

¿PODEMOS IR CON USTEDES?

 

Se quedaron ahí en silencio, a un costado de la carretera, por un par de horas que parecían minutos, mirando al vacío y una muerte asegurada al que tuviera un accidente por la altura del barranco. En el momento que recordaron que llevaban alimentos que necesitan conservarse el frío, Clara le explicó cómo llegar a su apartamento, en una calle privada de clase media. Había niños jugando con la pelota o sencillamente a los "encantados". Llegaron a su edición y con ayuda de un vecino con aspecto cansado tirando a la tercera edad, que al igual que ellos, llevaba de hacer el súper.

—Gracias por su ayuda, vecino, en especial por su estado —agradeció Clara sabiendo que estaba enfermo del corazón.

—No hay de que, hija. Estaré viejo, pero no soy débil —bromeo el señor antes de entrar a su casa.

—Supongo que aquí nos despedimos, Mariposa.

—Sí, creo... gracias por tu ayuda hoy.

—No hay problema y disculpa por haberte dejado en el supermercado. No debí hacerlo, soy un tonto.

—Bruno, no te lo eches en cara, me dejaste sí, pero también ayudaste dos personas, míralo por el lado positivo...

—Las ayude, pero yo venía contigo.

—¿Y eso que? Te di la oportunidad de irte y no volver para que te quedaras con ella, yo llamé a Will, pero te valió un pepino y volviste por mi así que no me dejaste sola.

—Tenía que, decidí tomar el consejo.

—¿Qué consejo?

—Uno por ahí.

—Bueno, sea cual sea me alegra que lo hayas hecho.

—Te prometo nunca volverá a suceder, solo confía en mí. —sostuvo su mano.

—Volvemos a lo mismo —miro al piso.

—Lo sé, pero yo de verdad quiero que lo hagas.

—Bru, es... complicado. Mi lema siempre ha sido "Disculpa aceptada, confianza negada" aún si no hay disculpa. Lo estoy tratando, solo que me es imposible en este momento. Me llevará tiempo.

—Lo sé y entiendo. Tampoco te pido que me la entregues en bandeja de plata. 

—Bien, no me presiones, oh y toma —le entregó su billetera —. El día a finalizó ya no eres mi esclavo, te de vuelvo lo que te quitado.

—Gracias.

—Te veo en clases.

—¿No volveremos a vernos antes de ellas?

—No lo creo, mi celular no ha dejado de vibrar en todo el camino después de haber salido del supermercado, Will debe estar buscándome como un loco.

—Si..., sobre eso, no le digas que prácticamente te secuestre, eso... hará que me odie de por vida si no es que ya lo hace.

—No te preocupes, no le diré nada ni tampoco creo que te odie.

—Da igual. Adiós.

—Chau.

Cerro la puerta de un portazo sin embargo ni él ni ella se movieron. Clara estaba de espadas a la puerta y Anderson de frente. Tenía ganas de volver a tocar, pasar la cena con ella y talvez pedirle poder quedarse en su casa, no estaba preparado para el sermón y castigo próximo de parte de su padre y el personal. No sabía a donde ir. Al principio se le paso por la cabeza esperar a que todos durmieran, pero de inmediato lo descartó, su padre lo esperaría como lo había hecho la noche anterior. Luego de unos minutos bajo a paso lento y llamó a Fernando. Le explicó la situación en la que se encontraba, su amigo sin problema alguno aceptó que se resguardara en su casa el tiempo que sea necesario. También le explicó que tendría que dormir en la habitación de Clara, porque no recibían muchas visitas por lo que la habitación ahora se encontraba como una bodega. Esto no fue inconveniente, agradeció y rápidamente llegó a la calle donde había dejado esa tarde a Hannah. Por algún extraño motivo, sintió un escalofrío al ver la casa de la joven e imaginarse la escena donde lo había besado.

Al tocar la puerta de la casa de sus amigos, esta fue abierta por un hombre mayor tirado entre los cincuenta y sesenta años de edad, el cabello castaño con algunas rayas grises y blancas, vestía de traje y zapatos relucientes. La primera persona que se le vino a la mente fue: Hugo.

—Buenas noches, señor. Soy Bruno Anderson, amigo de sus hijos. —se presentó con una sonrisa nerviosa.

El hombre lo miro y estudio con detenimiento, de pies a cabeza.

—Hola, Bruno. Pasa, pasa, te estábamos esperando —saludo con una alegre sonrisa.

—Muchas gracias, no tenían por qué.

—Hey, hola amigo —Stefan se acercó a él, levantándose de la mesa donde estaba su hermano mayor, una mujer de unos cuarenta y cinco de ojos verdes como los de Fernando, y un niño más pequeño, de al menos unos siete años —. Ven, siéntate que te presentaré al resto de la familia.

Se sentó donde le indico su amigo no sin antes dar las buenas noches a las dos personas desconocidas hasta el momento.

—Bruno, te presento a mi padre, el señor Hugo Ortiz, mi hermosa madre, Lily Ortiz y nuestro querido hermano menor, Sam. Con orgullo te presento a mi hermosa y pequeña familia —sonrió Stefan con orgullo.

—Es un placer conocerle señora Ortiz y a ti también Sam.

—Oh, cariño llámame Tía Lily, el "señora" me hace sentir vieja —le regalo una sonrisa.

—De acuerdo, tía Lily.

—¿Serás mi primo o mi hermano? —pregunto el pequeño —. Ya no sé cuántos primos y hermanos adoptaron mis padres —cruzó los brazos haciendo un puchero.

—Seré un primo o un amigo si lo deseas— dijo antes de probar bocado de la crema de champiñones que le habían servido, olía delicioso.

Cool —sonrió —¿Vendrás seguido? No quiero que te topes con mi Cereza.

—Bueno... yoo, eh.

—Sam, te hemos dicho y repetido que Cereza no es tuya porque no es un objetivo al que puedes tener —intervino Fernando cansado de tener que repetirlo siempre que llegaba uno de sus amigos. 

—¡Eso ya lo entendí! Solo quería dejarle en claro a nuestro querido primito que ya tiene suficientes hombres en su vida, más de los que son para mi gusto.

—Sam, termina de comer, te lavas los dientes de conejo y te vas a la cama, jovencito. Fue suficiente se insolencia —le llamo la atención su madre mientras lo retaba con la mirada.




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