Baile a la medianoche

Capítulo 4

Odette, simplemente no lo podía creer. Ella consiguió ser considerada como posible pareja de Adriel en el escenario. Eso significaba ser candidata a futura estrella de Allegro y desempeñar el papel protagónico en sus obras, incluso si su acompañante fuese el mismísimo demonio; pero, al haber destruido las esculturas valiosas del CEO, su sueño pasó a ser una obligación para pagar hasta el mínimo centavo de su caos. 

Necesitaba saber si era el comienzo de su caída a la bancarrota, si se convertiría en la sirviente de los Chasier y sus descendientes continuarían pagando su deuda o si de alguna forma milagrosa se liberaría de los problemas. Cual fuese su destino, era una completa desconocedora y su única alternativa era confiar en sí misma. 

De alguna forma lucharía por zafarse de ese lío.  

Regresó a su «nuevo hogar», ubicado a las afueras de Ville Di Vento, junto a Adriel después de su tarde en el centro comercial y en el parque. Desde ese beso fingido no paró de pensar en Adriel. 

Adriel, el Demonio de Allegro, su actual pareja.  

Su noche fue serena, recibía comida en la cama y las criadas no le dirigieron la palabra más allá de un saludo o para comunicarle algo importante, como donde dejar sus prendas para que pudieran lavarlas por ella o cómo podían llamarlas para servirle en algo. Odette no quería ser tratada igual a una ricachona, pues, en realidad no había diferencia entre ella y la servidumbre; aunque, en realidad, los criados de esa mansión poseían algo que ella no: dinero. Al pensar en eso se preguntó si destinaría toda su paga ganada en la compañía al CEO o guardaría algo para sus bolsillos. Por otro lado, también se preocupó de si debía mentir a su familia y conocidos o decirles la verdad. Entonces, recordó a Astrid. Seguro se encontraba a punto de perder la cordura por no saber nada de ella desde hace más de doce horas; además, presentía que su madre estaba ansiosa por saber el resultado de su audición. 

Odette dio vueltas al asunto por un largo tiempo.  

Mentir o no.  

Disfrazar la verdad u omitir hechos.  

Al final, terminó escribiéndole a Astrid y engañándola con que consiguió un nuevo departamento más barato, mientras a la anterior arrendataria le devolvió cada centavo. Sus padres creían lo mismo y para todo su círculo social lejano ella había ingresado a Allegro sin ningún inconveniente. 

Obviamente estaban enterados de la noticia, pero, solo pudo contestar a cada uno: «Luego te hablo de eso».  

¿Cuánto duraría su secreto? No deseaba saber la respuesta pronto; mas, la incertidumbre empezaba a ponerla inquieta y estar encerrada en ese cuarto gigantesco, un lugar totalmente nuevo para ella no ayudaba a calmar su apesadumbrada alma. Decidió levantarse de la cama, dejar de abrazar las acolchonadas almohadas y conseguir energías por medio de la caminata. Al permitir a la ansiedad apoderarse de su cuerpo no conseguiría algo, por ende, lo mejor era buscar el valor y fuerzas para enfrentarse a las futuras adversidades. Salió de la habitación y para su sorpresa todos los pasillos se encontraban vacíos. Se suponía que en una mansión habría cientos de criados atendiendo el hogar, pero, estos solo aparecían cuando debían alimentarla o darle alguna indicación. 

Raro. Pensándolo bien, parecían hadas madrinas de cuentos, capaces de desaparecer en toda la historia y presentarse solo en las circunstancias esenciales.  

Cuando bajó al siguiente piso se encontró con un salón limpio y libre de escombros de pedestales y esculturas rotas; aun así, su mente se encargó de plasmar la antigua imagen vista los minutos previos antes de arruinar el pequeño museo del CEO. Recordó las caídas de los pilares como si fueran piezas de dominó y aquello fue suficiente para volver aumentar su inquietud.  

Odette salió corriendo al siguiente piso y llegó a la planta baja. A pesar de tratarse de un hogar de dos niveles, seguía siendo tan gigantesco para el dueño de Allegro y su heredero. No comprendía qué uso estaría destinado cada una de las docenas de habitaciones de la mansión; sin embargo, agradecía su numerosa cantidad para serle difícil toparse con los Chasier; sobre todo Adriel, no deseaba ver sus ojos azules intimidantes o su sonrisa falsa de novio, en especial cuando recordaba ese «casi» beso. Al pensar de nuevo lo ocurrido en el parque, no se percató del aumento de velocidad en su caminata, hasta que recibió las luces del jardín directo en su cara. 

El cielo se tiñó de azul oscuro y estrellas en toda el área, convirtiéndose en una obra de arte única a ojos de Odette.  

De pronto, sintió una fresca brisa acariciar sus mechones castaños y unas hojas rosadas de los árboles del jardín cayeron cerca de ella. Odette extendió sus brazos al aire, si hubiese música podría bailar en ese mismo instante; sin embargo, la vida le sorprendió de nuevo, pues, al segundo sus oídos captaron la música más conocida de la obra «El Lago de los Cisnes». A juzgar por el tono parecía provenir de muy lejos, mas, los suficientemente cerca para alcanzar a oírla. Odette se apresuró en buscar el origen de aquella melodía, como una luciérnaga cegada por la luz más brillante de la zona. Entonces, tras emprender un rápido paseo por el verde y amplio jardín, repleto de bancas blancas, árboles rosados y una fuente en el centro, llegó a un edificio blanquecino cerca de la mansión de los Chasier. Poseía una puerta gris, misma que se encontraba entreabierta, y grandes ventanales translúcidos. La muchacha asomó su cabeza al interior del edificio y observó una escena capaz de asustar a cualquier persona con algo de razón.  

Adriel saltaba y bailaba sobre una barra de metal suspendida entre dos cuerdas largas, fijas al techo de un extremo. Sí, el trapecio volante, aquello semejante a un columpio visto en los circos y en los espectáculos de gimnasia o danza aérea. 

Allegro destacaba en sus shows con acrobacias tanto en el aire, como en el suelo, dentro de piscinas o sobre trampolines. Era igual a un circo brindando escenas increíbles a través de obras, como, por ejemplo: Romeo y Julieta, Hamlet o el Lago de los Cisnes; pero, mezclando el baile y la gimnasia en uno solo.  

Sí, por eso admiraba mucho a la compañía Allegro y deseaba volverse una estrella protagonizando sus obras. No le importaba si al realizar los trucos en el aire corría el riesgo de sufrir un accidente, pues, desde niña deseó danzar en su escenario; pero, incluso con sus sueños descabellados, poseía algo de raciocinio. En cambio, Adriel, era un demente al brincar entre dos trapecios, dispuestos uno frente al otro, sin usar una red de seguridad cerca del suelo para evitar una caída mortal.  

—¡¿Estás loco?! —gritó Odette horrorizada.  

De pronto, el joven volteó la mirada hacia su dirección unos segundos y, aun así, en pleno brinco para pasar de una barra a otra, alcanzó a realizar su truco con facilidad. Entonces, se impulsó en el aire para regresar a la plataforma cerca de los «columpios» y así pudo bajar las escaleras hasta el suelo.  

—¿Qué haces aquí?  

—¿Evitar tu deceso? —Se cruzó de brazos asombrada— ¿No le tienes miedo a un posible accidente? 

—No, para nada, soy un profesional ¿Por qué?  

Adriel, con una sonrisa burlona, se alejó de las escaleras y se acercó con pasos lentos hacia la reciente llegada. Él usaba unos pantalones de gimnasia y su torso sudado se encontraba desprovisto de una prenda. Si Odette fuera una de sus fanáticas ya habría enloquecido por observar su pecho descubierto o su cabellera negruzca cayendo sobre su frente de forma atractiva; pero, en ese momento, se encontraba espantada por su poca importancia con la vida y la seguridad.  

—Ah, claro —agregó al insonoro ambiente una vez se encontró a metros cerca suyo—. Se me olvidaba que eres una aficionada.  

—¿Una aficionada? —Soltó una risa seca— ¿Tan mala fui en la audición?  

—¿Mala? Más bien, diría, que fue horrible tu intento barato de copiar la gracia y el talento de alguien más.  

—¿Qué? ¿De quién? ¡Bailé una obra original!  

—Odette —Adriel dio unos pasos hacia ella, en cambio, la muchacha se mantuvo inmóvil por la sorpresa—. Mentir es el peor error que puedes cometer en Allegro.  

—No estamos en Allegro —Desvió la mirada—. Nos encontramos a más de diez kilómetros lejos de Ville Di Vento en una mansión plateada semejante a una catedral antigua.  

—El sueño de toda chica.  

—De toda persona interesada, querrás decir. Yo solo deseo entrar a la compañía de forma justa.  

El joven comenzó a caminar a su alrededor, sin disimular en que la observaba de pies a cabeza y analizaba cada parte de su anatomía delicada. 

—¿Deseas entrar? —cuestionó con voz ronca.  

—Es lo que dije.  

—Yo sé cómo —Se paró de repente frente a ella.  

—¿Cómo?  

—Admitiendo frente a mí que copiaste a alguien en la audición.  

Odette se puso tensa, ¿Era un desafío acaso a la moral que profesó frente al CEO al rechazarlo al inicio?  

—Audicioné de forma justa, no planeo agachar la cabeza si insultas mi arte. 

—Aquello que llamas «arte» es la imitación de la gracia y el talento de una joven, a quien buscaste manchar su memoria con tu acto.  

—No copié a nadie, no sé de quien me hablas; pero, si observaste a alguien en mí, lamento decirte que no poseo relación ni conocimiento acerca de esa persona.  

Adriel, firme en su temple impenetrable, observó a Odette silencioso y frío, igual a un depredador acechando a su presa; mas, distinto era la situación a otras veces, donde una señorita aficionada le recordaba a «ella».  

—Por lo general, en esta parte dicen: «Si desea, puedo adaptar mi danza en honor a la memoria de la persona de sus recuerdos» 

A ella le resultaba confuso el rumbo de la conversación, pues, el tema pasó de su inminente rechazo a la memoria de un individuo aparentemente especial, ¿Qué la volvió tan similar a esa persona siendo tan solo su primera aparición en los escenarios de Allegro? ¿Era por sus ojos grandes o por su cabello castaño? ¿Había algo en su apariencia semejante a ese sujeto? Además, ¿por qué debía cambiar su estilo de baile por los deseos del muchacho?  

De pronto, no le parecía el joven temible Adriel, quien tenía un apodo aterrador por haber llevado a sus parejas de escenario al hospital e incluso provocar la renuncia de ellas. Aquel chico, cuya mirada gélida se convirtió en una triste suplicando ayuda, no era el mismo varón protagonista de muchas anécdotas sorprendentes. Él parecía estar buscando a alguien en particular en cualquier sujeto que llegase a su vida.  

—No me convertiré en algo que no conozco y no soy. Mi arte, mi talento, es único y mío; por ende, no planeo ofender mi danza manchándolo con esencia ajena. 

Adriel suspiró y Odette no supo si fue por exasperación o resignación.  

—Tu arte, señorita Chevelire —Dio un paso al frente, buscando reducir cada centímetro de distancia entre ambos para que oyera con claridad sus palabras—, no es suficiente para esta prestigiosa compañía. Así que, mejor ríndete y busca un buen trabajo que te ayude a pagar la deuda con mi padre. 

Ante tal respuesta a Odette le fue imposible no mostrar una rabia incontrolable en sus iris, pues, quitando los lujos y riquezas a su nombre, no poseía el derecho de juzgarla con crueldad por algo tan pequeño que se escapaba de sus manos. Su rechazo no se debía a la acusación del plagio, sino, a la incapacidad del chico de olvidarse de una persona; así que, alzó su barbilla, esperando no mostrarse derrotada ante el heredero y, sobre todo, deseando transmitir seguridad en sus próximas palabras. 

—Mi arte es demasiado para entregarla a Allegro.  

—Entonces —Adriel rio—, ¿Por qué llegaste a audicionar si ese es tu pensamiento?  

Odette agarró su dignidad y la mantuvo en alto. Lo mejor para ella era largarse de ese salón y volver a la mansión. Dio media vuelta y se dirigió a la salida del edificio, no sin antes responderle al chico durante su caminata.  

Ella no sería víctima de sus burlas e intentos de desprestigiar sus esfuerzos; pues, requirió tanta valentía y días de ensayo para asistir a las audiciones de los futuros miembros de Allegro. Sumándole a eso las falsas acusaciones, debido a su similitud con un recuerdo, le resultó una ofensa; sin contar que la veía como un ser inferior.  

No quería contestar su pregunta, sin embargo, no hacerlo significaba darle la razón.  

«Mientes al decir eso y lo haces porque fuiste rechazada», le gritaba él sin pronunciar la frase a los cuatro vientos, solo elevando las comisuras de sus labios semi-carnosos en una sonrisa burlona plasmada en su rostro pecoso.  

—Porque esperaba más de Allegro —confesó, en tanto, caminaba hacía las escaleras del escenario—, pero, me he dado cuenta de que los rumores acerca de tu apodo y la compañía son exagerados. 

—¿Mi apodo? —Adriel volteó a su dirección, mas, Odette ya había a la puerta y estaba dispuesta a recorrer los jardines, aun así, se detuvo para verlo un instante.  

—El «Demonio Allegro» —no dudó en comentarlo en voz alta—, hay más prestigio y terror en el sobrenombre. En cambio, tú, si no encuentras pareja no es por ser un monstruo atemorizante; sino, las alejas porque no es la persona especial que deseas tener a tu lado. Eso, para mí, es una actitud patética que demuestra conformismo y falta de superación, además de ser una ofensa a los sueños de otros artistas.  

—Yo no alejo a mis parejas en los espectáculos a propósito, ellas renuncian porque no son dignas de danzar a mi lado. 

—Já, claro. Mi «entrada» a Allegro es una prueba de ello ¿No?  

Adriel achinó los ojos.  

—¿Te crees mejor que yo? 

—No necesito contemplarte bailar en el escenario para saberlo, me basta con ver tu horrible actitud. 

—Querida, bailar no es solo pasión y gracia. Se requiere talento, agilidad y valentía, cosas que no tienes.  

—¿Y estás seguro de eso solo por parecerme a tu supuesto «sujeto especial»?  

—¿Sujeto especial? —Se cruzó de brazos y le dedicó una mirada seria— No, no te pareces. Ella era increíble, pero, tú copiaste su estilo y lo hiciste mal 

—«Ella» —Se cruzó de brazos y se apoyó en el borde de la puerta— ¿Una ex?  

Él parpadeó varias veces y al cabo de unos segundos giró de regreso a los trapecios.  

—Suficiente charla por un día. Regresa a su habitación y piensa cómo pagar la deuda sin entrar a Allegro.  

—¡Ay, admítelo! Soy tan buena que te recuerdo a tu «ex»  

—Já, para nada y no se trata mi ex —Regresó la vista a ella—. Una «bailarina buena» no tendría miedo de subirse al trapecio sin usar una red de seguridad. 

—Puedo hacerlo —anunció la castaña. 

—No —Rio—. Mejor aprecia tu vida y ríndete en formar parte de Allegro.  

—Jamás.  

La señorita caminó directo a las escaleras del lado izquierdo del salón y comenzó a subirlas con prisa. Ella ignoró por completo las advertencias de Adriel, sus regaños y sus intentos de sacarla de allí. Su único objetivo en ese rato era callarlo por completo y defenderse de sus burlas; es decir, ¿Cómo se atrevía a llamarla aficionada por pensar con lógica? La malla de seguridad se colocaba a unos metros sobre el suelo, cubriendo toda el área donde las barras podían moverse, para proteger a los acróbatas. Si alguno sufría una caída su vida estaría a salvo, mas, Adriel parecía estar buscando un accidente a propósito, ¿Por qué? 

—¡Odette, bájate! —grito él, mientras subía las escalinatas hacia la plataforma colocada en el lado derecho de la habitación.  

—¿Para qué? ¿Para qué sigas humillándome?  

El joven no contestó a su pregunta, más bien, la dejó continuar con su recorrido hasta posarse encima de la plataforma. Después, ambos se observaron en silencio, estando uno frente al otro, pero, con varios metros de distancia. La muchacha agarró la barra, suspendida con cuerdas en el techo y amarrada a la tarima, con el propósito de lanzarse al aire; sin embargo, Adriel hizo lo mismo y la observó de forma retadora.  

«No te atrevas», de seguro le decía eso en silencio.  

«Sí, sí lo haré», le contestó sin decir ninguna palabra, pero caminando hacia el borde de la plataforma. Entonces, cometió un gravísimo error para cualquier acróbata: observó el suelo. Estaba alto, demasiado, y no había ninguna red para atraparla si se caía.  

¿Realmente saltará al vacío? ¿Su orgullo superaba al miedo de fallecer?  

Sí, era importante. Su dignidad estaba en juego y bien dicen que una simple acción puede cambiar el destino de una persona. Ella iba a cambiar su futuro para siempre al demostrarle a Adriel lo grandiosa bailarina y acróbata que era.  

Sí, lo haría, debía hacerlo, no tenía otra opción. Con ello en mente, dio pasos hacia atrás, luego corrió hacia el borde y se dejó caer en la nada. Sus manos estaban aferradas a la barra y el resto de su cuerpo se encontraba suspendido por la gravedad; pero, no sabía si se sentía una pluma balanceándose por el viento o un saco colgado en un columpio y moviéndose de adelante hacia atrás.  

Odette había practicado en el trapecio desde hace unos años y poseía los conocimientos necesarios para realizar bien los trucos. Cuando su cuerpo se balanceó hacía el centro del salón, se soltó de la barra y extendió sus brazos para agarrar la siguiente.  

Lo conseguiría, estaba tan cerca de atraparla.  

De pronto, sus dedos se encontraban a unos centímetros lejos de la barra de metal y su cuerpo comenzó a descender hacia el suelo. Observó como su mano perdía el trapecio y se distanciaba de este con lentitud, tal cual, si fuera la escena de una película visualizándose fotograma por fotograma. Su vida estaba pasando frente a sus ojos, desde su niñez hasta su adultez. Sus años de juventud se escapaban entre sus dedos y volaban en el aire junto con sus sueños y esperanzas. Al día siguiente quizás aparecía en los periódicos como la señorita rebelde que falleció en la mansión de unos millonarios; mientras su familia y amigos sufrirían por su partida.  

Le habría gustado despedirse de su mamá, de haberle contado la verdad a Astrid y al menos haber pisado el verdadero escenario de Allegro; pero, no, jamás haría realidad esas metas. 

¡Clap! 

Alguien sostuvo su mano, fue jalada hacia arriba y su cara quedó cerca de un rostro masculino. Allí, observándose fijamente a los ojos y con sus labios casi apegados, Odette se percató de una inminente verdad: Adriel se convirtió en su salvador. 

—Cielos… —susurró el hombre sin apartar su cabeza de la femenina, incluso si sus bocas se encontraban rozando. En cambio, rodeó su cintura con una mano, mientras la otra yacía aferrada a la cuerda de metal del trapecio— Presiento que vas a poner mi vida de cabeza. 
 




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