Bailemos en la oscuridad

5

Alexander

—Eres la mujer más libre que conozco.

Sí, era obtuso. No deseaba entenderla. Me era suficiente con el frío gélido que engarrotaba mis músculos. La vida en casa era insufrible y mi único momento de verdadera paz era estar en la pista junto a ella mientras hacíamos piruetas mezcladas con pasos estéticos y elegantes. Ahí bloqueaba los gritos del entrenador y las exigencias de mi madre. Sentía que solo me quedaban Eli e Isa, mi hermana.

Enderezó mi rostro con delicadeza. No podía verme, pero me conocía mejor que nadie; era experta en las modulaciones de mi voz. Incluso cuando yo llegaba a la práctica sabía cómo me había ido el día solo con mi forma de saludar. Ella se deslizaba por la pista a gran velocidad, frenaba a solo centímetros de mí y me envolvía entre los brazos. Ella sabía que era lo único que necesitaba para sobrevivir a los días de mierda que componían mi vida.

Intentó sonreírme, reconfortarme, pero ella se encontraba en un lugar más oscuro que yo. Aquella niña de trece años cuyo experimento de ciencias fue con perlas de jugo se me escurría entre los dedos.

—Eso es porque confundes independencia con libertad. Sí, soy una mujer independiente, pero dependo de mis padres o amigos para moverme. Tú puedes salir al bosque o entrar a la playa por ti mismo.

—Tú también.

Mi voz se convirtió en un susurro porque sabía que no era verdad. Siempre había alguien cuidándola, asegurándose de que nada le sucediera. No podía ser diferente. Recordaba aquella ocasión en que el capitán de hockey se acercó a ella y entablaron una conversación. Estaba lejos de ellos y la salida de la pista bloqueaba mi visión, pero sabía que algo no estaba bien. Me distraje cuando mi teléfono me envió una notificación, era una fotografía bajo la falda de Eli. Ellos eran adultos, conscientes de que lo que hacían era incorrecto. En ese aspecto ella era muy vulnerable. Desde entonces le prohibí las faldas; no sabía si tenía derecho a eso, pero cuando sabes que el noventa por ciento de las mujeres con discapacidad sufren algún tipo de violencia sexual, no te importa si tu mejor amiga te considera un troglodita.

—Yo soy libre aquí, en la pista. Aprendiste a permitirme moverme por mí misma. Tú bailas conmigo, no estás para asegurarte de que termine estampada en la pared.

El aire se tornó escaso, pues unas horas antes no la protegí. Como su compañero, mi deber era asegurarme de que no recibiera un mal golpe. Era la promesa que se hacían todas las parejas de hielo. Y ella misma me había salvado en innumerables ocasiones de una fractura.

—Eli…

—Alex, prepararme para la competición es una pesadilla.

Sentí el temblor en mis manos y cómo en mi pecho se creaba un vacío que me impedía respirar con normalidad. Para mí también lo era, pero ¿tanto esfuerzo para nada? No me parecía justo.

—¿Te vas a rendir?

En ese momento la juzgué y sentencié. Mi vida habría sido mucho más sencilla si no me hubiera ofrecido a patinar junto a ella. Por un segundo el perfume fresco se tornó insoportable y la tibieza abrasadora. ¿Cómo podía estar furioso y a la vez tan excitado?

—No. —Tenía el desafío dibujado en el rostro—. Eres mi socio y no te voy a dejar a la deriva. Sé que el entrenador te prepara para que te conviertas en el compañero de Madeline. Esta aventura de los dos llegará a su fin el día de la competencia. Después de que ganemos, me retiraré.

Yo ardía de deseo por ella mientras que ella me consideraba su socio, alguien que podría entrar y salir de su vida sin ninguna eventualidad. Como si no hubiéramos pasado juntos cada día de nuestras vidas… Una persona a la cuál sería fácil olvidar.

—Eres ambiciosa, Eli. ¿Primer lugar? —La amargura se hacía patente en mi voz.

—Solo cumplo con mi palabra. El día en que te paraste junto a mí te prometí que ganaríamos las competencias.

Cerré los ojos y solté una bocanada profunda de aire. Ella estaba desgarrada y atrapada. ¿Por qué me comportaba como un terrible amigo? Eli no me debía nada, cualquier deuda quedó saldada con el amor que le dedicaba a mi hermana.

—Lo odiarás, Eli. —Mi voz apenas era audible.

—Así como tú lo hiciste en los primeros años, pero jamás quebrantaste tu promesa.

Eso fue un golpe directo a mi corazón. Tenía ante mí una mujer, lo sabía. Mi reacción fue la de un niño sin rumbo: levanté la cabeza y uní nuestros labios. No era la primera vez que lo hacía. Ella se alejó mientras parpadeaba con rapidez, pues la tomé desprevenida. Me impulsé otra vez y repetí el gesto mientras mis manos, escondidas bajo su abrigo, robaban el calor de su piel.

Giré con ella entre mis brazos, nuestras caderas calzaban a la perfección. Pretendía cubrir su cuerpo de besos, hacerla gemir y susurrar mi nombre como una plegaria. Pero nada de eso ocurrió, la realidad fue que ella estaba recostada en una alfombra fría, que solo toqué su clítoris unos segundos y que no pude penetrarla hasta el cuarto intento. Y como si esto no fuera suficiente, solo duré unos segundos.

Me escondí sobre su hombro varios minutos, en mi estómago sentía unas nauseas terribles. Cuando por fin me atreví a mirarla, esos ojos azules tropezaron con los míos. No existía palabra en el diccionario para describirlo, pero parecía que tenía la mirada clavada en la mía. En sus labios afloró una sonrisa tímida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.