Bailemos en la oscuridad

8

Alexander

La sonrisa se borró del rostro de Ashley en cuanto vio a Eli junto a mí con nuestras manos entrelazadas, pues era la primera vez que ella estaba allí. Estábamos en la zona residencial de Nuevo Edimburgo, al este de la ciudad. El área se caracterizaba por las casas de lujo como la de la familia Smith, que tenía terminaciones en ladrillos gris con techo de ángulo obtuso y grandes ventanales. Las siete habitaciones interiores rezumaban modernidad.

Ashley levantó el brazo y señaló el automóvil como si pretendiera que mi mejor amiga se quedara fuera. Negué con la cabeza mientras tensaba mi cuerpo para que permaneciera estático y no delatar algún movimiento, detestaba la comunicación no verbal frente a Eli y Ashley lo sabía. En ese instante escuché:

—Eli, cariño, qué gusto verte. Me siento honrada con tu presencia, como nunca visitas a nadie. —Su tono era socarrón.

—Yo solo voy donde se me invita. Pero eres muy amable, Ashley.

Bajé la cabeza y me masajeé las sienes con una sola mano. Intentaba borrar la sonrisa que se había adueñado de mi rostro. No obstante, Ashley haló a Eli hacia el interior de la casa sin informárselo primero, por lo que sentí cómo mi mejor amiga se aferraba a mi mano.

—No hay necesidad de ser hostiles. —El rostro de Ashley se contrajo y su voz sonó ahogada. Mi estómago dio una voltereta. Esperaba que no se le ocurriera hacer una de sus escenitas frente a mi mejor amiga.

—Hablar con la verdad no es ser hostil.

Eli se detuvo en seco, por lo que Ashley se vio obligada a soltarla. Mi amiga estaba ahí porque no le había dado otra opción, por eso no fue más allá de la puerta.

Miré a Ashley con los ojos bien abiertos, un sabor amargo en la boca y los hombros rígidos para advertirle que no toleraría sus actitudes. Tenía la convicción de que, una vez más, había caído en una de sus tretas.

Ella entrelazó nuestras manos y unió nuestros labios en un beso que no correspondí. Ashley hizo un puchero con la boca que en cualquier otro momento me parecería hermoso. En ese instante la señora Smith, su madre, salió de la sala. Al verla me podía hacer una idea bastante fiel de cómo sería Ashley cuando tuviera su edad: era una señora elegante y muy bien conservada.

Ella y mi mamá fueron amigas en la universidad, perdieron el contacto por un tiempo, pero se reencontraron a través de las redes sociales hacía dos años. Según ellas, Ashley y yo nos conocimos cuando fuimos niños, aunque yo no lo recordaba. E insistieron en que volviéramos a vernos. Su insistencia fue tanta que al final aceptamos. Seis meses después le pedí a Ashley que fuera mi novia. Era una chica muy atenta, siempre solía adelantarse a mis necesidades. Además, le gustaba aparecerse por la pista en el momento menos indicado, dedicarme una de esas sonrisas tan angelicales y raptarme para comer en algún lugar apartado.

—¿Ya le dijiste?

Ashley pretendió alejarse de mí, pero le sujeté la mano y fijé la mirada en ella.

—¿Qué? ¿Decirme qué?

Ashley pareció perder el color del rostro y hasta se quedó sin palabras por un instante. Fruncí el ceño y me humedecí los labios. Esa actitud no era normal: ella siempre era altiva y confiada, a veces demasiado. Se forzó a hablar una vez más, con una sonrisa incierta.

—Escucha, cielo. No lo sabes porque llegaste tarde, pero Isa…

—¿Qué sucede con ella? —la interrumpí con el corazón apretado. «¿Qué podría saber ella de mi hermana que yo no?».

—Es una malcriada.

Cerré los puños, el calor era dueño de mis mejillas. La señora Smith no tenía ningún derecho a hablar así de Isa. Esperaba una muy buena explicación, aunque nada podría justificar sus palabras.

Mi hermana era la niña más maravillosa del mundo, siempre tenía una sonrisa en los labios y la alegría a flor de piel. Tenía doce años, pero la condición de perlesía cerebral la mantenía como si tuviera siete. Ella era mi pequeña guerrera y mi segundo ejemplo a seguir. La amaba tanto que renuncié a Eli para poder seguir junto a ella. Temía perderla. En realidad, también me aterrorizaba alejarme de mi amiga, pero ella era adulta y encontraría un hombre que la amara… Uno que no estuviera tan atado como yo, quizás uno más valiente. Mi hermana no tendría esa oportunidad, pues ella siempre sería una niña. Y yo tenía a Ashley, una mujer que se preocupaba por mí, a veces en exceso, mas no tenía derecho a quejarme.

—¡Mamá, déjame a mí! —Ashley acunó mi mentón y me obligó a mantener la mirada fija en la suya. Dejó una lluvia de besos en mi rostro y buscó mis labios otra vez. Permití que lo hiciera, pues sabía que debía evitar una discusión, si no jamás descubriría qué había sucedido durante mi ausencia—. Tu hermana es maravillosa y sabes que la amo con locura, pero las bodas son apoteósicas y ella necesita un ambiente tranquilo.

Negué entre sus manos. La señora Smith se retiró.

—No entiendo de qué hablas.

Ashley respiró profundo, en sus labios apareció una sonrisa que me pareció incierta. Quería mantenerme tranquilo; tal vez pretendía reconfortarme, si bien un dolor agudo se instaló en mi estómago y no estaba seguro de que fuera a sentir alivio pronto.

—Creo que será mejor que mi sobrina sea nuestra paje.




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