Alexander
Estaba sentado en una de las bancas en la entrada de la pista en tanto Eli e Isa daban vueltas. Mi hermana gritaba, se carcajeaba y se agitaba en su silla. Volvía a estar feliz, mientras yo me consumía por dentro. Ya no sabía qué era lo correcto y qué no.
Mamá alguna vez me contó de cómo las personas se le acercaban para orar por mi hermana. Isa siempre lloraba, pues la oración comenzaba con gritos y terminaba con ellos. La intención de algunos debía ser buena, pero acercarte a un niño que no te conoce y gritar mientras lo tocas sin su consentimiento aterraría incluso a un adulto. Mamá también me habló de algunos que, al terminar, le aseguraban que cuando ella se arrepintiera de sus pecados, mi hermana se levantaría de su silla de ruedas y caminaría.
Yo jamás experimenté algo así. Nuestros amigos adoraban a Isa, incluso los que Eli y yo no teníamos en común. ¿Y el día antes de la boda descubría que la mujer con la que me casaría y su familia eran ese tipo de personas?
Siempre creí que le pondría un alto a una situación así y, sin embargo, dejé que Ashley me convenciera de que ellos eran los que tenían la razón y que mi hermana fue quien actuó mal. Permití que la echaran del puesto de paje en mi propia boda. A mi hermana… ¡Mi hermana! A quien conocía desde que nació y me acompañó en lo bueno y en lo malo, siempre con una sonrisa. La niña que removió la venda de mis ojos para que me convirtiera en el compañero de Eli. Le fallé a la única persona con la que jamás debí cometer una falta.
Ante las palabras de Eli, estallé. En mi interior me sentía un gorila enfurecido y avergonzado. De algún modo me levanté del diván y terminé dando vueltas frente al jardín de la casa mientras me jaloneaba el cabello. Cuando no fue suficiente, regresé y por primera vez, sin mediar palabra, agarré la mano de mi mejor amiga y la arrastré junto a mi hermana. Tenía que salir, estaba atrapado, pero ¿cómo puedes escapar de tu propia piel? No me sentía capaz de hablar con mi hermana, encontrar la manera de pedirle perdón y que ella comprendiera mis palabras.
Solo existía un lugar donde podía concentrarme y ser libre. Así que allí estaba, el día antes de mi boda, en la pista de hielo con mi mejor amiga y hermana haciendo ridiculeces y riendo a carcajadas. En tanto, yo me consumía en la miseria. Si antes me sentía confundido, en ese momento estaba perdido.
Agarré el teléfono y busqué el número de Ashley. El corazón me latía deprisa mientras mantenía el dedo sobre el botón sin atreverme a hacer la llamada. Mi inseguridad aumentaba con el paso de los segundos. No tenía idea de qué decirle, pero en mis pensamientos se repetían una y otra vez las palabras de Eli.
Tomé una bocanada profunda para intentar serenarme y deslicé el botón.
—Hola, cielo. ¿Me extrañaste? —En el tono de Ashley se adivinaba una risita sensual—. A partir de mañana estaremos juntos las veinticuatro horas, déjame disfrutar de mis últimos momentos de soltería.
Bajé la cabeza y me masajeé la frente. Me quedé en silencio —quizás unos segundos de más— porque necesitaba centrar mis pensamientos y proteger a mi hermana, aunque hubiera fallado cuando en realidad debía hacerlo.
—Tu familia hizo mal.
La risita coqueta murió de golpe y podría jurar que escuché el tronar de los dientes de Ashley. Me puse en pie, pues mi interior se revolvía. Tiré la cabeza atrás, apreté la mano libre en un puño.
—Estás con ella, ¿verdad? ¿Hasta cuándo vas a permitir que esa mujer te influencie?
Con solo mencionar a Eli, mis ojos la buscaron en la pista. Ese día estábamos cerrados al público, así que ellas patinaban sin preocupaciones.
—¿Crees que no soy capaz de pensar por mí mismo?
Me volví a llevar la mano al cabello mientras un dolor agudo se apoderaba de mi mandíbula.
—Solo ella sería capaz de ver con malos ojos que mi familia desee la salud y bienestar de tu hermana.
—No tienes ningún derecho a…
Su grito cargado de frustración me interrumpió.
—¡Tu hermana, Alexander! ¿Acaso no la amas lo suficiente como para anhelar que ella esté bien de salud?
Golpeé el plástico de protección que había frente a mí. En mis oídos sentía un pitido molesto. Retiré el puño con lentitud, tenía los músculos del brazo más que tensos. Me obligué a mantener la concentración, a no dejarme envolver como ella pretendía.
—¿Le gritaron? —Mi voz sonó con una serenidad que no sentía.
—¡Por supuesto que no le gritamos a Cecilia!
Estaba seguro de que si pudiera, Ashley traspasaría el teléfono para zarandearme, y no sería la primera vez. Busqué a mi mejor amiga con la mirada una vez más y mis ojos se quedaron fijos en ella. A pesar del golpeteo en el pecho, mi voz se mantuvo en un tono plano:
—Me refiero a mi hermana. Cuando decidieron tener este acto de bondad, ¿la rodearon cincuenta personas y gritaron para que sus voces llegaran al cielo?
Intenté sonreír. Isa usaba sus patines rosas con unos leggins y un abrigo del mismo color. Siempre teníamos una muda para ella en nuestras oficinas. Eli giró e Isa abrió las manitas. Hace tiempo, mi mejor amiga y yo preparamos un programa corto para ella, pues también quería ser patinadora.
Editado: 20.04.2023