Cecilia
—¡Alexander!
Me quedé paralizada al escuchar el grito de Ashley. Hundí los dedos en los hombros de Alex para impedirle que llegara junto a ella de inmediato. La sangre corría alocada por mis venas. Mi respiración se tornó errática y no comprendía por qué la retenía durante segundos. Cuando Alex retiró las manos de mis caderas, tragué el bulto en mi garganta y dije:
—Esta es una propiedad privada y no puedes traspasarla, y menos aún cuando no se espera tu presencia.
El calor abrasó mis mejillas. Me importaba muy poco que Ashley comprendiera que la echaba, mas no quería que mi relación con Alex terminara mal y que él me reclamara mi exabrupto.
—Me quedó claro que ninguno me esperaba.
Alex me rozó las manos y lo solté al instante. Se casaría con ella al siguiente día. No pasaba nada malo entre ellos. Quizás la boda me afectaba más de lo que creía y me imaginaba cosas. Yo habría reaccionado igual que Ashley si lo hubiera encontrado en esa posición tan íntima con otra mujer.
Bajé la cabeza cuando lo sentí pasar junto a mí. Cerré los puños y respiré profundo para serenarme, pues los gritos de Ashley retumbaban en los rincones. Los deseos de abofetearla revolcaban mi estómago, ella no tenía derecho a gritarle así; aun así, tenía que contenerme, pues no podía avergonzarlo de esa forma. Confiaba en que, si existía algo dañino entre ellos, la inteligencia de Alex lo ayudaría a levantar la voz.
Hice lo único que se esperaba de mí: tomé a Isa entre los brazos y le dediqué una sonrisa que esperaba que fuera reconfortante. Caminé hasta la oficina para alejarla de los gritos de esa perniciosa mujer y la recosté en el sofá cama.
Esperé a que se quedara dormida, lo que sucedió cerca de media hora después cuando escuchó de mí las palabras que le susurraba su hermano antes de dormir. Isa era la princesa de Alex y él era su más acérrimo guardián. Le dejé un par de besos en la frente y las mejillas y salí a la pista dispuesta a echar a Ashley, si es que seguía insultándolo. Esa era mi pista y ella, una indeseada.
No obstante, me sobresalté cuando el sistema de sonido comenzó a tocar Stay, en la voz de 30 seconds to Mars. Era una canción de Rihanna, pero Alex sabía cuánto me gustaba la voz rasposa de Jared Leto.
Me quedé tan inmóvil como pude y cerré los ojos. Un par de lágrimas escaparon y me bajaron por las mejillas con libertad. Ganamos el World Juniors con esa melodía, y estaba grabada a fuego en mi alma.
—¿Alex?
Me estremecí cuando su aliento me acarició la nuca y me recorrió los brazos con la punta de los dedos. La sutil fragancia de limón y albahaca se mezclaba con el olor del hielo. Y el calor que expedía su cuerpo contrarrestaba el frío que nos rodeaba.
—Baila conmigo, cariño. —Su voz parecía estrangulada, como si hablar le fuera imposible. Intenté voltear. Por algún motivo quería recorrer su rostro con las manos y asegurarme de que todo estaba bien, pero él me lo impidió—. Solo un baile más.
Me dejó un beso en el hombro y escuché cómo sus patines se alejaban de mí.
Sin poder contener el temblor en todo mi cuerpo, giré para llegar a la banca y ajustarme los patines. Era una tarea que en ese instante me pareció complicada, pues mis manos no dejaban de tiritar. Me puse en pie con el balance más inestable que nunca y al volver a entrar a la pista, me impulsé para llegar a la mitad del hielo y tomar mi lugar.
Un frío gélido me bajó por la espalda cuando la tonada volvió a comenzar. Comparado con los programas de las demás parejas, la nuestra era una rutina sencilla. La mayoría de los movimientos los hacía entre los brazos de Alex, pues me era más fácil ejecutarlos.
Contuve el aliento y vibré al sentirlo detrás de mí. Debía controlarme, lo sabía. Ya faltaban muy pocas horas y debía conseguir que Alex no descubriera que yo seguía enamorada de él. Mas siempre que bailábamos era una ocasión especial para mí y jamás pude ocultar mis emociones.
Bajé la cabeza y seguí la oscilación de su calor hasta que quedó frente a mí. Volví a palpitar cuando Alex colocó las palmas abiertas en mis omoplatos y me levantó con esas potentes manos como si no le requiriera ningún esfuerzo. Posé las mías sobre sus hombros y me atreví a rodearle la nuca con suavidad. Tiré la cabeza atrás y él dio un triple giro antes de dejarme con delicadeza sobre la pista.
Mi corazón estaba desbocado ante su silencio. Alex siempre me hablaba durante los programas, era su forma de darme serenidad, mas por primera vez las palabras no encontraban la salida. Aunque eso no significaba que no sintiera la intensidad de su mirada sobre mí. No podía verlo, pero sí sentirlo.
De frente, entrelacé mi mano derecha con la suya, levanté la pierna izquierda para marcar un paso mientras él me rodeaba con el brazo; el calor de su cuerpo me envolvió. Descansó la mano sobre mi cadera, posó los labios una vez más sobre mi hombro y apoyé la cabeza en la suya. La suavidad de su cabello provocó cosquillas en mi piel.
Por el golpeteo de sus patines sabía que nos deslizábamos al unísono, que nuestros pies subían y bajaban como si fuéramos la misma persona. La desazón se apropió de cada terminación nerviosa cuando nos separamos, aunque era parte del programa.
Editado: 20.04.2023