Alexander
La azulada mirada se empañó con la tristeza, no obstante, Eli pretendió ofrecerme una sonrisa reconfortante. El amor que le tenía a mi hermana era real. No comprendía por qué mamá prefería el ficticio.
—La señora Price fue quien me llamó. Isa no se sentía bien, pero después de hablar conmigo se quedó dormida.
Dejé escapar una muy ruidosa bocanada de aire, si bien el vacío en mi pecho era insondable. Si mamá se vio obligada a llamar a Eli fue porque Isa le armó una rabieta por horas. Y por primera vez en años estaba incomunicado, pues no tenía idea de dónde estaba mi teléfono. En lugar de estar postrado en esa cama, quizás debía intentar recuperar a mi hermana.
Giré, mi cabeza se sentía tan borracha como un marino en plena tormenta. Cerré los ojos en busca de alivio. Levanté nuestras manos unidas y las apoyé en mi corazón, pero no fue suficiente. Yo necesitaba mucho más de ella. De inmediato, llevé las manos a mi boca, dejé un beso ligero en la muñeca de Eli y suspiré como Alfalfa lo hacía por Darla.
—¿Qué haría yo sin ti?
Ella ladeó la cabeza y una sonrisa traviesa le curvó los apetecibles labios. Levantó la mano libre para colocarla sobre su boca y con el dedo índice dio golpecitos sobre ellos lo que me arrancó un gemido doloroso.
—Serías la estrella de baloncesto del país, estarías casado y tendrías cinco hijos.
Tuve que hacer un gran esfuerzo para no ahogarme con su respuesta y la enfermera —que no se perdía ningún detalle de nuestra conversación mientras apuntaba y revisaba en el expediente— reía con disimulo.
—¡¿Cinco?!
La máquina traicionera volvió a sonar. La enfermera se acercó a ella y añadió algo al suero.
—Sí, para tener tu propio equipo.
Jamás soñé con ese futuro. ¿Ella soñaba con ese futuro? Volví a apoyar la cabeza contra el colchón. Sabía que algo no andaba bien, pues Eli se desdibujaba ante mí. La enfermera me dedicó un guiño y una sonrisa torcida a la cual respondí. Respiré profundo y solo hasta ese instante sentí la pesadez en mis ojos.
—Ya sabes, terroncito. Tu amigo debe descansar. Vendremos cada dos horas a despertarlo, ¿de acuerdo?
Eli asintió como si hubiera recibido todas las indicaciones antes de entrar. La enfermera le acercó la silla reclinable y Eli palpó en el aire hasta encontrarla y poder sentarse. Solo yo me percataba de ese movimiento, a las demás personas se les dificultaba aceptar que era ciega, ya que Eli se desenvolvía con demasiada fluidez.
Ambos giramos la cabeza hacia la puerta y permanecimos en esa posición hasta que se cerró, sin embargo, guardamos silencio varios minutos más. Me parecía un sueño tenerla allí junto a mí. Con el pulgar, acaricié su palma hasta la punta del dedo anular en un movimiento repetitivo. Que nuestras manos estuvieran unidas no me era suficiente.
—¿Todo está bien, terroncito?
Eli bajó la cabeza y escondió el rostro en su mano libre, en sus labios se adivinaba una mueca entre divertida y exasperada. Embelesado, absorbí sus movimientos, era tan hermosa.
—Si escucho esa palabra una vez más, alquilaré un camión de azúcar y lo descargaré en la puerta del hospital.
Me mordí los labios para ocultar la sonrisa, lo que era estúpido. Siempre me comportaba como un imbécil cuando ella estaba presente. A veces hacía algo tan común que por un segundo olvidaba que no podía ver.
—¿Por qué, terroncito?
Eli me dedicó una mirada amenazante, o lo hubiera sido si es que su cabeza no estuviera desviada unos centímetros a la izquierda. Me gustaba molestarla para poder ver las diferentes expresiones de su rostro. Eso siempre me ayudó a no perderme en mi mente, a permanecer en el presente.
—Sabes que detesto el papel de damisela en apuros.
Solté una bocanada de aire y apreté su mano en la mía, agradeciéndole que se quedara y enfrentara un problema que no era suyo. Eli buscó apoyo en mí para ponerse de pie. Observé cómo deslizaba los dedos libres por su propio brazo hasta dar con la unión de nuestras manos, así le fue fácil encontrar mi abdomen bajo y resbalar hasta mi cadera izquierda mientras su cuerpo se inclinaba para terminar con el torso sobre el mío. Era una posición muy incómoda, pero ella no subiría a la cama. Yo deseaba tanto que lo hiciera, quería abrazarla, fundirla a mí, y así permanecer juntos para siempre. Si bien, me obligué a mantener la respiración serena al recordar cómo la noche anterior ella volvió a rechazarme después de hacerme el amor. Quizás era una locura catalogar nuestro programa con esa etiqueta, pero eso fue lo que sucedió: su cuerpo se enrevesó en el mío hasta convertirnos en uno.
Negué con suavidad, debía regresar al presente.
—La enfermera parece una buena mujer.
Eli se desinfló sobre mí y asintió con cierta reticencia. La amé todavía más. Debía sentirse incómoda, pero el peso sobre mi cuerpo creaba una burbuja de tranquilidad. Sabía que esa era su intención, pues era un ejercicio que hacíamos con Isa para darle seguridad al momento de dormir. También me servía para asegurarme de que ella no me dejaría ir, ¿acaso conocía mis pensamientos? Me pregunté si ella alguna vez pasó por lo mismo… Un escalofrío bajó por mi espalda al recordar los días del World Juniors.
Editado: 20.04.2023