Bajo el Boulevard

Capítulo Cinco

CAPÍTULO CINCO

No encajar es un privilegio, la vida pertenece a aquellos que se dan el lujo de ser diferentes, eso es lo que los hace excepcionales.

AYSEL ESLAVA

Curiosidad. Es la intención de descubrir algo que no conocemos, pero llama mucho la atención, o bien, entrometerse en un tema específico, en mi caso, un chico apático cuyo nombre aún desconozco. 

—¿Y bien? ¿Es cierto? — pregunté.  Alexia levantó la vista del libro que leía, sin la mínima idea de lo que hablo—. ¿Ese chico vende drogas? — especifique procurando que nadie más pudiera escucharme. 

Al concluir las clases quedamos de vernos en la biblioteca central de la universidad, en dónde, se supone que deberíamos leer y hacer tareas en silencio. La pelirroja se fijó en nuestro alrededor, cuidando que nadie pudiera oírnos, no queríamos iniciar un revuelo.

—Si, Ays, ese chico es el proveedor de la universidad. — explicó casi en un susurro. 

Así que Sofi y Seth decían la verdad. 

—¿Por qué el rector no lo ha expulsado? — replique de manera inmediata.

No tenía lógica, no para mí. Entonces, comprendí lo absurda que era mi pregunta. Incluso, Lexi rodó los ojos. Cerró su libro y se inclinó hacia a mí. 

—Por la misma razón que no expulsan a los que venden pastelitos de marihuana. Si no los descubren no hay nadie que lo haga, ¿comprendes? 

Eso tenía sentido. Reflexionando un poco, si las autoridades no lo saben, ¿cómo podría infrigir las normas de la universidad y las leyes? 

—Me es difícil creer que no haya protocolos. — hice una pausa, antes de volver a hablar — Lo sé, si los hay, pero todos se cagan en ellos. No entiendo, o la gente tiene ignorancia en el cerebro o mierda. Es increíble, ese chico debería estar en prisión, o, mínimo en rehabilitación.  

Muchas veces, a pesar de saber que existe un problema, preferimos ignoralo para luego fingir que lo desconocíamos y quejarnos de él como si tuviéramos ese derecho, ya sea, por creer que tenemos la experiencia necesaria o sabemos que los demás. Al final, las personas somos tan cínicas que podríamos ser dignas de un oscar. 

¿Por qué se droga la gente? Es la pregunta del millón, mismas cuyas respuestas se engloban en sentirse bien, lidiar con los problemas del presente o traumas del pasado, presión social o cualquier otra arista que justifique su origen, más no su presente o —mucho menos —, final. Me pregunto: ¿Cómo puede ese chico dormir todas las noches sabiendo que jode la vida de otros? Dinero. Ahí está la respuesta, porqué con dinero baila el perro, ¿no?. Aunque también es cierto que él no obliga a nadie a consumirlas, cada persona es libre y autónoma para tomar sus propias decisiones, el problema es tener que lidiar con nuestras propias consecuencias. 

¿Realmente creen que los problemas desaparecerán sólo por inhalar un poco de polvo o fumar mota? ¡Por supuesto que no! Yo lo sé. Nunca desaparecen, solo se preparan para abofetearte crudamente la cara. 

—¿Realmente no volverás a hablar con Sofi? — la irrupción de Lexi me cae como anillo al dedo

Desde hace una semana ella y yo no nos dirigimos la palabra ni la mirada. No pensé sus esto terminaría así, pero mantengo mi postura, no somos nadie para privar a otros de sus pertenencias, eso es robo, y creo firmemente, que son mejor que eso. 

—Ella no me habla. — me defendí, encogiéndome de hombros. 

—Están llevando esto demasiado lejos, Aysel. — manifestó preocupada. 

Suspiré cansina. Tenía razón, ninguna de nuestras peleas había llegado a tanto, y menos, arrastrado a Alexia a dividirse para pasar tiempo con cada una.

—Lex, lo que hicieron no estuvo bien. 

—Lo sé. Pero, ése chico vende drogas, Ays, no es una santa paloma. 

—Lo sé, — admití, —. Sinceramente no sé qué más decir.

Es cierto. Alguien que vende drogas probablemente no sea una buena persona, pero no me arrepiento, siento que hice lo correcto. ¿Quién lo diría? Y, todo por un puñetero compás. 

Recosté mi cabeza en la mesa, consciente de que no podía estar sólo allí sin hacer nada, me paré en busca de qué leer. Me gusta ir por los estantes en busca de libros, el olor a del ácido acético, aldehídos y benzaldehído impregnado a sus páginas me brindan una sensación reconfortante, además de ayudarme a conocer su ubicación por sí alguna vez volvía a necesitarlos. Baje al piso anterior y al llegar al último escalón me encontré con el causante de mi conflicto con una de mis mejores amigas, lo gracioso es que este chico ni siquiera es consciente de ello. 

—Hola. — dije como acto de amabilidad. 

Me quedé parada, esperando que respondiera mi saludo, él me miró un segundo señalando la entrada, indicando: entra o déjame pasar. Al no recibir respuesta, rodó los ojos fastidiado y pasó a mi lado.

Imbécil. 

Me adentré entre los estantes en busca de algo que leer, por suerte, no tardé en encontrarlo el libro que buscaba. El problema es que estaba en la parte superior del anaquel, así que, me paré de puntas, alargando mi brazo, ¿por qué debo ser tan chaparra?




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