Bajo la Luz de los Suburbios

Capítulo 1

Las hojas de los árboles se habían caído casi por completo. El otoño había llegado. Sin embargo, a donde estaba por partir no existía el otoño, solo el verano y el invierno. Tenía la sensación de que en ese momento, allí era verano. De todas formas, empaqué mucha ropa para estar preparado para cualquier tipo de clima. Pedí dos semanas libres en el trabajo. Tal vez fue demasiado, pero necesitaba ser precavido. Mi viaje no era corto, y los imprevistos suceden. Además, si me sobraba algo de tiempo podría visitar a mi madre y a mis viejos amigos. Le había propuesto a Dylan ir conmigo, pero me dijo que su trabajo no se lo permitía. Su empresa estaba preparando un proyecto grande y lo necesitaban a él más que nunca. Yo también lo necesitaba… Aún así lo comprendí. Él estaba por conseguir un ascenso, y no quería ser un obstáculo.

―Te voy a extrañar mucho estos días ―. Le había dicho en la mañana antes de irse al trabajo―. En especial a tu comida.

―Ahora por fin podrás ordenar toda la pizza que quieras ―bromeé.

―Me gusta más como la preparas tú ―dijo sonriendo antes de besarme y despedirse.

Decidí pasar el fin de semana con él y partir el Lunes. Después de todo no volvería a verlo hasta dentro de dos semanas. Estaba tan acostumbrado a su presencia en mi día. Sabía que me iba a sentir muy vacío durante todo el viaje.

Tomé un taxi para ir al aeropuerto hacía alrededor del mediodía. Saqué el sobre de mis bolsillos y leí el nombre una vez más. «Gabriel Dávila», pensé. Y entonces recordé la primera vez que había oído ese nombre.

El último año de colegio fue muy difícil para mí. Había varios factores problemáticos en mi vida. Y en medio de todo ese caos, tuve mi primera vez.

―¿Y cómo te fue anoche con Rosa, Alan? ―recuerdo que me preguntó mi amigo Paolo―. Escuché que le anda presumiendo a todas sus amigas que estuvo anoche contigo. De seguro es porque hiciste un gran trabajo, amigo. ―Estábamos hablando en el pasillo, muy cerca del salón de clases.

―Estuvo bien ―contesté con indiferencia.

La verdad, Rosa jamás me había gustado. Era una muchacha linda y algo atrevida. Muchos habrían dado lo que sea por tener mi "suerte", sin embargo yo solo quería perder la virginidad. Ella fue la única que se me entregó con facilidad. Tal vez porque le gustaba.

―¿¡Qué!? ¿¡Solo piensas decir eso!? ―Esta vez fue Javier el que empezó a molestarme― ¡Vamos, amigo! ¡Suéltalo todo!

―¡Si! ¡No seas tímido, Alan! ―Walter, el último en mi grupo de amigos que todavía no había hablado del tema, se unió― ¿Cómo fue? ¿Dónde fue? ¿Cuanto duró? ¿Qué tan grandes...?

―¡Ya! ―los interrumpí incómodo― ¡Eso es privado!

Todos lanzaron un bufido casi al unísono. No logré distinguir si era de decepción o resignación. Ahora que lo pienso, de nada sirvió reservarme con mis amigos. De alguna forma, los chicos de mi salón se enteraron de varios detalles. Supuse que Rosa tenía algo que ver. Al menos no había dicho nada malo de mí.

―Bueno, de todas formas, bienvenido al "club de los iniciados" ―Paolo le dio un golpe amistoso en el hombro.

"El club de los iniciados". Ese sentimiento de pertenencia era lo que buscaba al tener mi primera vez con una chica. Y aún así no estaba feliz. Al contrario, sentía algo muy parecido al arrepentimiento.

Entonces fue cuando él pasó al lado de mi grupo de amigos, muy cerca de mí. Tenía una mirada entre triste e inexpresiva. Tenía un caminar tenso, a pasos cortos y acelerados. Sus rizos cortos se mecían rápido hacia un lado y al otro con cada paso que daba. Era alguien muy peculiar y no solo yo lo había notado. Cuando estuvo muy lejos para escucharlos, sus compañeros soltaron carcajadas. Walter empezó a imitar su andar haciendo que todos se rieran aún más fuerte. Yo incluido. No consideraba que era gracioso, pero me reí para sentirme parte del grupo. De todas formas, no éramos los únicos. Muchos estudiantes se reían de Gabriel Dávila a sus espaldas. Daban por sentado de que le gustaban los hombres y hacían bromas crueles al respecto. En especial los chicos. Sin embargo, él parecía ignorarlo. En realidad, siempre me había dado la impresión de que ignoraba todo a su alrededor. Durante los últimos meses me había fijado mucho en él, tal vez demasiado. Aquel chico me provocaba curiosidad.

Cuando el profesor llegó y todos entramos al salón, Rosa me saludó. Le devolví el saludo con una media sonrisa que estoy seguro que debió verse como una mueca de incomodidad. Me senté en mi lugar, y mi mente empezó a divagar tal cual lo había estado haciendo desde la noche anterior después de haber tenido mi primera vez. Había cuestionado mi sexualidad con anterioridad. Ya hacía mucho tiempo que había empezado a ver a los hombres de otra manera. Al principio pensé que se trataba solo de admiración. Pero entonces empecé a fijarme en partes del atractivo masculino en las que se suponía que otros hombres no deberían fijarse. Me aterraba la idea de que me gustaran los chicos. Por mucho tiempo, alejé esos pensamientos de mi cabeza con la esperanza de que cuando estuviera con una chica me "arreglaría" y sería alguien "normal". Sin embargo, eso ya había pasado y las cosas no cambiaron. Bueno, en realidad sí. Empeoraron.

Las clases terminaron. Apenas había podido concentrarme un par de veces en lo que decían los profesores. Si seguía así, iba a reprobar varias materias. Solté un suspiro muy pesado después de que me despedí de mis amigos en la salida del colegio. Estaba tan abrumado que ni siquiera le había prestado atención a la conversación que ellos estaban teniendo.

Seguía mi trayecto normal a casa cuando volví a verlo. Ya sabía que Gabriel Dávila y yo compartíamos gran parte del camino a nuestros hogares, pero casi nunca coincidíamos en el tiempo en el que lo recorríamos. «Justo ahora», pensé algo irritado. No sentía atracción hacia ese chico. Estaba seguro de que solo tenía curiosidad por él debido a que era homosexual. Bueno, al menos eso era lo que decía todo el mundo. En ese momento deseé saber si era verdad. Él dobló en la esquina en la que su camino se separaba del mío. Lo observé un momento mientras se alejaba. En un impulso, decidí seguirlo. «¿¡Qué diablos estoy haciendo!? ―me regañé al tiempo que me ponía muy nervioso―. Esto es una estupidez.»




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