Bajo la Luz de los Suburbios

Capítulo 2

Llegué al aeropuerto, entregué mis pesadas maletas en el mostrador de la aerolínea y recibí mi pase para abordar. Me informaron que mi vuelo se había retrasado, por lo que tendría que esperar entre treinta a cuarenta minutos para partir. Sentí culpa por haber apresurado al taxista. Tomé un lugar en la enorme sala de espera del aeropuerto. Miré por los ventanales. El cielo estaba un poco nublado, pero no era un día oscuro. El sol alcanzaba a filtrar sus rayos entre las nubes haciendo que varias cortinas de luz cayeran del cielo.

Saqué mi móvil y le escribí a Dylan. Le avisé que mi vuelo se había atrasado, pero no me contestó. De seguro estaba ocupado. Revisé mi lista de contactos telefónicos hasta que llegué a ese nombre; Gabriel Dávila. Vi que había estado conectado hacía unos pocos minutos. Me pareció increíble que después de tantos años todavía conservara el mismo número de teléfono. "Hola" empecé a redactar. Sin embargo, no encontraba las palabras adecuadas para continuar. Probé escribiendo el mensaje de varias formas, pero ninguna me convencía. Mis manos temblaban. No era la indecisión lo que me impedía escribirle a Gabriel, era el miedo.

Suspiré. Este miedo me era familiar. No era la primera vez que temía confrontarme a él. Lo estuve evitando días después de que lo conocí. No salía del salón en los recesos, me escondía en cuanto lo veía de lejos y no me atrevía a volver a ese parque que él frecuentaba para leer. Incluso me aseguraba de salir muy tarde para no coincidir en nuestros caminos a casa. Pero no pude huir para siempre. Un día mientras iba del colegio a casa escuchando música con mis auriculares, se me acercó por la espalda.

―¡Hola! ―Me sobresalté. No advertí su presencia hasta que me saludó.

―Hola ¿Cómo estás? ―Me quité el auricular del lado en el que él iba caminando. Intenté disimular mis nervios lo mejor que pude a la vez que apartaba mi vista hacia un lado.

―Muy bien. Hoy tuve una prueba escrita y creo que me fue bien.

―Me alegro mucho por ti... ―Es curioso cómo habían cambiado los papeles desde la última vez que lo había visto. En ese momento, era yo el que le huía al contacto visual y dejaba los silencios incómodos.

―Por cierto, creo que el otro día no me presenté ―dijo―. Me llamo Gabriel. Gabriel Dávila.

―Lo sé ―solté de repente. No noté mi error hasta que él preguntó.

―¿Cómo? ¿Creí que no nos conocíamos?

―Eh... yo… ―No supe qué excusa poner.

―¿Es por que soy parte del consejo estudiantil? ―Él mismo acababa de salvarme.

―Sí, así es… ¡Mira! ¿Has escuchado esta canción? ―Le pasé el auricular que tenía libre. Esperaba que fuera suficiente para cambiar de tema. No quería que advirtiera que ya sabía algunas cosas de él. Tal vez se habría hecho ideas extrañas de mí.

Poco a poco mis nervios se fueron. A Gabriel no le gustaba el mismo tipo de música a mi, pero me admiró por no escuchar lo que él denominaba "música sosa". El resto del trayecto a casa me habló de bandas y artistas a los que nunca había escuchado.

―Puede que creas que me quiero sentir especial por escuchar eso ―me dijo―. Pero no es así. Yo solo intento buscar música con algún significado para mí.

Me habría dado vergüenza admitir que solo escuchaba rock porque me hacía ver como un tipo duro, así que no lo hice. En realidad, Gabriel no necesitaba buscar algo que lo hiciera diferente. Ya lo era. Y no en un mal sentido como mis amigos pensaban. Hablar con él no era como hablar con otros chicos; con él no me sentía estúpido. Aunque tampoco podía culpar a mis amigos del colegio, a esa edad casi todos somos así.

Cuando nuestros caminos se separaron, me vi tentado a acompañarlo un poco más. Me hacía sentir bien y aún así, también le tenía miedo. No quería convertirme en el Gabriel Dávila de mi clase. Me aterraba la idea de que todos los demás se burlaran de mí por ser gay. Sabía muy bien lo crueles que podían ser los chicos porque era parte de ellos. Él se despidió de mí y antes de cruzar la calle en la intersección para seguir su camino, volteó a ver.

―No te he visto en la escuela.

«Es mejor así», pensé. Pero no se lo dije para no herir sus sentimientos.

―Lo que pasa es que estoy muy ocupado. Ayudo en varios proyectos escolares... Ya sabes, esas cosas ayudan a que las universidades te acepten. ―Odiaba mentirle así, pero sentía que era lo mejor. Nadie en el colegio podía verme junto a él.

Me dedicó una sonrisa antes de volver a encaminarse a su casa. Yo también me dirigí a la mía. Cuando llegué vi a una chica con el uniforme de mi colegio sentada afuera en la acerca. Era Rosa, a quien también había estado evitando. Rosa le había dicho a todo el mundo que éramos casi como novios. Eso había provocado que se burlaran de ella desde que dejé de hablarle. Algunos ya ni siquiera creían que habíamos pasado una noche juntos. Ojalá hubiera sido así.

«Es una de las chicas más bonitas de la clase y la estoy rechazando. Podrían empezar a decir que soy gay». Mis pensamientos me estremecieron.

―¿Qué haces aquí? ―le pregunté.

―Necesito hablar contigo. ―Ella se veía muy enojada―. Quiero saber a qué estas jugando, Alan. Durante casi un mes fuiste tierno y romántico conmigo. Y después de que te di todo de mí, pretendes que ya no existo.

―Rosa, lo siento mucho... Yo...

―Se honesto ¿Fui solo un juego para ti? ¿Me utilizaste solo para decirle a tus amigos del salón que te acostaste conmigo?

«Fuiste tú la que se lo dijo a todo el mundo». No dije aquello en voz alta. Supuse que solo empeoraría las cosas.

―Lo lamento... ―Sabía que me iba a arrepentir de lo que estaba a punto de decir y aun así lo dije―. Tú me gustas mucho. Sabes que no estoy pasando por un buen momento... En serio, lo lamento. Sé que no merezco que vuelvas a tomarme en serio, pero si me das otra oportunidad te prometo que seré un buen novio.

―¿Novio? ―me preguntó sorprendida.




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