CAPÍTULO -II
La escena post-créditos
Es una mañana gélida en las afueras de Chicago. La brisa corre a raudal, haciendo honor a la manera en que es conocida la ciudad. En el exterior hay unos niños jugando y sus madres les observan desde la distancia. El ladrido juguetón de uno que otro perro se cuela al interior de la vivienda donde él se encuentra, caminando de un lado a otro como un tigre enjaulado.
Justo allí, en medio de aquellas cuatro paredes y los muebles que les acompaña, no hay más que un ambiente oscuro y lúgubre. El ocupante lleva mucho tiempo a la espera de aquella llamada que está próxima a recibir.
Ring… ring… ring… suena el teléfono de manera continua e incansable. Él está a su lado, él sabe que es la llamada que esperaba… pero no está preparado para tomarla. Tiene miedo de no escuchar lo que quiere oír.
-Su atento – responde finalmente y procurando disimular la expectación que siente, que casi hace que salga su corazón por la boca. Necesita escuchar aquello que están por decirle, pero a la vez tiene miedo de hacerlo; le digan una cosa o la otra, tiene miedo y lo peor, es que no puede darse el lujo de que otros lo noten.
-Bandera verde – le dicen desde el otro lado de la línea telefónica.
-¿Qué tan seguros?
-Tanto como es posible sin una prueba de ADN. Créeme, esta vez sí es él.
-Buen trabajo, mañana mismo estoy tomando un avión. Hasta entonces no le pierdan de vista.
-Delo por hecho jefe – respondió el sujeto antes de colgar.
Él se quedó unos segundos más con el auricular del aparato en la mano, pensativo, asustado pero excitado… se levantó de la silla y se fue al baño a echarse agua en el rostro. Al terminar, levantó la mirada, se vio en el espejo y no pudo evitar sonreír, fue entonces cuando dijo aquellas palabras, como quien piensa en voz alta; pero no estaba hablando consigo mismo, sino con las fotos de aquellas mujeres que tenía pegadas en la pared: “encontramos al maldito; por fin lo tenemos”.
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Editado: 27.07.2023