Aquel golpe debió dejar inconsciente a aquella mortal por muchas horas, porque cuando despertó, se encontraba en una habitación acogedora y grande que tenía grandes ventanales y daban hacia el cielo nocturno lleno de estrellas.
La habitación estaba decorada con toques femeninos, pinturas de flores y flores reales qué crecían de las paredes. Era tan irreal y fantástico a la misma vez.
La cama donde ella estaba tenía un dosel y cortinas transparentes. El aire era algo fresco y entraba por la ventana. Era un lugar hermoso sin duda, algo muy inusual que Dristan decidiera darle esa habitación. Ella se levantó de la cama y corrió hacia los ventanales quizá con la esperanza de encontrar una forma de bajar por allí.
Dristan podía sentir su desesperación crecer.
—Has despertado —habló él con un toque cantarín.
La joven mortal Rose se giró para ver a Dristan Velaryon. El fae se encontraba recargado contra la puerta, observándola con una expresión divertida. Ella estaba demasiado enojada para pensarlo así que se acercó corriendo y alzó su mano para golpearlo, no logró hacerlo debido a que él fue más rápido que ella y la tomó de la muñeca. Sus ojos verdes brillaron peligrosamente.
Rose quiso alejarse, pero Dristan la acercó más a él, quedando a solo centímetros de su rostro.
—Parece que te gusta golpear a la gente. ¿Eso te enseñaron en casa?
Ella siseó molesta.
—Nadie me enseñó eso, pero mi instinto si me enseñó a defenderme de tipos como tú.
Dristan comenzó a reírse, encontrando divertida toda esa situación.
—¿Ah sí? ¿Y te ha funcionado? Porque solo te veo fallar una y otra vez, mortal. No me sorprende tampoco, ¿sabes? Ustedes los mortales tienden a ser demasiado impertinentes hasta que se matan así mismos.
—Sí te refieres a que no nos rendimos tan fácil, sí. No me rendiré tan fácil, no ante ti, no ante nadie —regresó Rose desafiante.
Para Dristan fue un tanto sorpresivo encontrarse con un mortal de ese estilo. Los mortales que llegó a conocer eran demasiado débiles, muy fácil de manipular a su antojo. Sin embargo, aquella chica parecía tener un fuego dentro que lo hacía un poco más complicado.
Cuando la habían capturado y la conoció en esa carroza, podía ver en sus ojos miles de pensamientos pasar, pero estaban mezclados justo como el color tormenta de sus ojos. No podía entender sus pensamientos, como si esa tormenta los protegiera de él. Le pareció un tanto fascinante encontrarse con una mortal qué estuviera dispuesta a plantarle cara.
Al menos hasta que la chica lo golpeó y trató de huir. Entonces tuvo que encantarla, fue más difícil de lo usual, pero logró mandarla a dormir.
Si alguien más hubiera hecho lo que hizo esa mortal, ya hubiera sido decapitado, pero Dristan tenía especial curiosidad por ella. Era su cebo para atraer a Jessalyne, pero también algo más que le provocaba curiosidad.
«Supongo que hay mortales con mentes más fuertes que otros» pensó él.
Por eso no la había mandado a los calabozos, donde muchos faes podían jugar con ella y hacer papilla su mente. Tampoco le dijo a sus padres que había seleccionado una de las habitaciones más altas del palacio solo para ella. Estaba encantada, pero seguía siendo una prisión más bonita que cualquiera.
—¿Te gusta tu nueva habitación? La pedí solo para ti.
Por alguna razón, Dristan intuía qué a ella no le importaba nada de eso. Los ojos de aquella mortal brillaron furiosos. Dristan soltó su muñeca y la vio alejarse enseguida de él. Negó con la cabeza.
—¿De qué me sirve tener una habitación tan hermosa si es una prisión que me priva de mi libertad?
—Es bonita, debería gustarte.
En Adarlan, se acostumbrada a valorar la belleza sobre lo demás. La estética era algo por lo que vivían los faes.
—Por más bonita que sea una jaula sigue siendo una jaula, ¿no crees?
Él no comprendía porque esa chica tonta no valoraba lo que él le daba. Estaba siendo misericordioso, porque ella no había sido amable y pudo acabarla en el momento que lo golpeó y aun así, Dristan fue amable para darle una habitación que la alejaba de todos los peligros qué conllevaba estar en una celda de verdad con otros fae.
No solo eso, seguía viva, sin ningún golpe, nada de maltrato.
Y eso lo enfureció.
—Deberías agradecer mi amabilidad, mortal. No se la doy a cualquiera.
Extrañamente ella sonrió.
—Disculpa, ¿en qué momento debo agradecer a mi secuestrador por darme una habitación? ¿Debería besarte los pies para que perdones mi mala educación? —habló con voz fingida, en un tono burlesco.
—Deberías tener cuidado con tus palabras, mortal, si quieres seguir viva.
—Y tú deberías dejar de actuar como si fueras un salvador. Lo único que eres es un tipo arrogante qué se cree merecedor de todo. Pues déjame decirte que no lo eres.
Dristan entró a la habitación y está vez sus poderes no fueron amables con aquella mortal de boca filosa. Alzó su mano y de un solo movimiento, lanzó a la joven contra la pared opuesta, entonces estaba sobre ella con su manos apretando su cuello.
Era un cuello delgado y bonito sí, pero en ese momento con un solo movimiento era capaz de romperlo.
—¿Tienes idea... de lo divertido qué puede ser jugar con los mortales? —sonrió, viendo como ella comenzaba a apretar sus muñecas deseando aire.
Dristan la alzó hasta que estaban cara a cara, sus mejillas comenzaban a verse rojizas por la falta de aire.
—Son tan débiles, como esos insectos qué te encuentras en el piso y son tan fáciles de pisar. Con un solo movimiento podemos romperles el cuello y ya.
Él decidió soltarla, ella cayó de bruces contra el suelo tosiendo ante la falta de aire. Puso sus manos en su cuello y lo miró con ese fuego de odio, no necesitaba decir palabras para comunicarlo. Lo odiaba con creces.
—Vístete con esto si quieres seguir viva, mortal —lanzó un vestido viejo que sacó del armario —. Que tenemos un espectáculo que dar.