Adam despertó completamente adolorido. Al mover la cabeza hacia arriba, sintió un dolor profundo donde debió recibir el golpe que lo noqueó. Sus brazos también dolían, pero por una razón diferente. Estaba encadenado a una especie de columna y, al lograr adaptarse a la oscuridad, notó que se encontraba en un salón enorme y rectangular.
Las decoraciones de aquel lugar distaban de ser las de una celda. Había columnas grandes, pisos de mármol blanco y ventanales coloreados de azul con diseños extraños, a través de los cuales la luz de la luna se filtraba.
Al final de la sala se erguía un trono blanco y negro, imponente en comparación con el resto. Era como si el hielo se fusionara con la oscuridad. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Este lugar debía ser el trono de un rey, pensó.
Intentó liberarse, pero sus extremidades parecían haber estado en esa posición por mucho tiempo, y al moverlas sintió dolor.
Lo último que recordaba era haberse encontrado con Joyce y un grupo de centinelas, y luego algo lo golpeó desde atrás. Ahora estaba en ese frío lugar, preocupado por el bienestar de Joyce.
—Has despertado —resonó una voz por toda la sala, creando un eco.
Por alguna razón, la voz le resultaba familiar. Los pasos resonaron en el mármol blanco y una figura apareció de repente, aunque probablemente ya estaba allí desde antes, pero Adam no la había notado al principio. Solo la luz de la luna le permitió distinguir algunos detalles.
Era un joven alto, vestido con lo que parecía ropa medieval. Llevaba un traje y botas, junto con una larga capa que arrastraba por el suelo. Su cabello era largo y oscuro, y bajo la luz de la luna a veces parecía azul.
Un recuerdo vino a la mente de Adam en ese momento. Uno de esos sueños extraños, donde estaba en el bosque y alguien se burlaba de él. No estaba del todo seguro, pero algo en su intuición le decía que era la misma persona.
—¿Qué? ¿No vas a hablar, mortal?
La palabra "mortal" sonaba como un insulto, una debilidad.
Adam comprendió entonces que aquel debía ser Tristan Velaryon, el príncipe de la corte de hielo. El verdadero culpable de su estancia en Adarlan y de que su hermana terminara como prisionera. Una parte de él quería gritarle por haber causado tantos problemas en su vida, pero la otra le indicaba que se mantuviera al margen. Ese fae era demasiado peligroso y tenía en su poder a Rose y Joyce.
—¿Dónde están ellas? —preguntó Adam.
Dristan se acercó a la columna donde estaba aprisionado, sus ojos verdes brillaban como dos luces mágicas. Eran demasiado inhumanos, irreales.
—Están donde deben estar, al menos hasta que ella haga lo que necesito.
El compromiso, la principal razón por la que Joyce huyó de aquel lugar. A pesar de su odio hacia Adarlan, había regresado para salvar a Rose, una desconocida para ella. Miró a Dristan con odio, algo inusual en Adam, ya que nunca solía guardar rencor a nadie, por más que lo intentara. Sin embargo, cuando se trataba de aquel fae, parecía que su ira no podía contenerse.
Joyce no iba a casarse con aquel monstruo.
—Te refieres al compromiso, ¿verdad? —repetir la palabra compromiso le daba náuseas, como si la idea de Joyce con Dristan fuera inimaginable.
—Estás informado, por lo que veo —sonrió de lado. — Sí, ustedes son algo así como la moneda de cambio. Si Jessalyne se rehúsa, entonces ustedes pagarán las consecuencias.
¿Por qué en aquel lugar todo parecía reducirse a eso? ¿Por qué los fae odiaban a los humanos?
Era como si apenas pudieran ver a los humanos como seres vivos y los únicos que importaban fueran ellos mismos. La única fae que conocía sin ese pensamiento era Joyce.
Ahora comprendía por qué deseaba tanto huir de ese lugar, de esas personas. Dristan era el mejor ejemplo de ello.
—Los humanos no somos monedas de cambio.
—Para mí, lo son.
—El hecho de que no tengamos poderes como ustedes no nos hace menos merecedores de vivir. Quizá el día que comprendas eso te vuelvas un mejor gobernante.
No supo de dónde sacó esas palabras, como si las tuviera atascadas en su lengua rogando por salir. No era sorpresa alguna ver la ira reflejada en esos ojos verdes brillantes. En un parpadeo, estaba a centímetros de su rostro y su mano estaba en su cuello. Dristan comenzó a apretar con fuerza.
Adam pensó que ese iba a ser su último día con vida. Dristan lo mataría y no habría podido salvar a su hermana, todo por no poder mantener la boca cerrada.
—¿Quién te crees tú, mortal, para decirme lo que debo hacer?
Ya no podía ver bien, su agarre era fuerte y comenzaba a ver luces. La falta de aire lo estaba dejando inconsciente. Entonces Dristan decidió soltarlo de golpe. Adam comenzó a toser enseguida, con los ojos en lágrimas.
Había visto su muerte en cuestión de segundos. Aun así, encontró el valor para continuar:
—¿Por qué te importa siquiera? Si somos tan insignificantes, deberías dejarnos ir.
—En eso tienes razón, mortal. Son insignificantes, pero para Jessalyne no. Ella hará lo que quiera si los mantengo aquí.
Una oleada de ira recorrió a Adam, odiaba que aquel fae quisiera manipular a Joyce a su antojo.
El príncipe fae sonrió ante la ira de Adam, como si disfrutara del odio en todo su esplendor.
—Ella va a arrepentirse de haberme dejado.
Las puertas se abrieron y un grupo de sirvientes fae entraron en fila llevando toda clase de objetos extraños. Pusieron una mesa en el medio y acomodaron lo que llevaban, Adam notó que era comida. Aunque la comida era extraña, como si fueran frutas exóticas de colores muy vibrantes.
La sonrisa de Dristan se hizo más grande y por primera vez, Adam sintió terror de lo que iba a pasar.