Balada del diablo y la muerte: una triste canción de amor

CAPÍTULO III pte.4 - EL BOSQUE DE LOS ÁRBOLES MUERTOS: CUERVO NEGRO

Sumidas en silencio, dos vidas tan distintas como la sangre y el agua, se saben ahora la una frente a la otra, posándose los negros ojos del ave en las vanas acciones de un muchacho que intenta encender sin éxito la llama que espante el frío. Pero es inútil, pues las ramas que ha cogido son húmedas y la fatiga que le agobia no es sino un obstáculo que aumenta la creciente frustración de saberse inútil conforme avanza la noche, deteniendo sus intentos de frotar la madera cada vez que sus manos enrojecidas claman una pausa ante el dolor.

Así pasa el tiempo, coqueteando la helada brisa con hojas muertas que duermen en el suelo mientras el muchacho ahora tiembla abrazado a su guitarra sin más consuelo que la silente mirada del cuervo.

Pero, en virtud del momento, una duda ha de apoderarse de su mente cuando observa con disimulo como los árboles que rodean el lago no están muertos, sino que, a pesar de la noche, lucen sus frondosas vestimentas ante los ojos de uno que no logra comprender por qué aquello es así, si cada árbol que ha visto, cada arbusto que se encontraba adyacente en su camino, y cada flor que hubo de robar su mirada por un instante, se presentó sin vida frente a él. Recuerda, pues no es tanto lo que ha transcurrido desde que conoció a los dos peculiares seres que hoy le acompañan, que antes de desfallecer en los brazos de la muerte cuando fue conducido ante la presencia de Lucifer, desde lo alto, el bosque también mostraba un aspecto ordinario y frondoso, pero, al llegar al suelo, la sequedad de las ramas y la falta de vida de aquel lugar le fueron presentadas con una absoluta normalidad.

En aquel momento de despiste, cuando su mirada y sus pensamientos poco a poco, y sin darse cuenta, posan su atención en el largo abrigo del hombre que, a pesar de las horas, y como si no hubiera de ceder ante el cansancio, permanece de pie junto al lago con la vista hundida en el horizonte, el familiar graznido del cuervo pronto le recuerda que aquel ser aún se halla posado frente a él, en la misma roca fría y musgosa donde se posó cuando la frustración del frío le obligaron a abandonar su intento por encender una hoguera.

Allí, espabilando con el llamado de atención del ave, frunce el ceño con una evidente duda reflejada en su rostro, y, entonces, rompe el silencio de la noche para dirigirse a su emplumado acompañante.

– ¿Por qué me eligió a mí?

El ave, que impertérrita no aparta sus negros ojos del muchacho, guarda silencio por un instante antes de parecer inhalar y exhalar para responder con calma, como si aquella pregunta desterrase una larga espera que ansiaba acabar.

– Por el mismo motivo que te hace observar troncos secos y arbustos empobrecidos de vida, muchacho. La muerte, debido a su naturaleza, es algo que ronda su existencia. Pero, aun con su poder, guarda dentro de sí un triste lamento: le ama desde tiempos tan remotos que no son conocidos, pero los ojos y los labios de aquella que acaricio tu alma, no le son favorables ni correspondidos. Así, vaga soñando con el día en que la Parca le sonría y, con suerte, no deba robar los besos que ella regala a las almas que son atormentadas por amor, como la tuya.

– Pero...– Duda ante el asombro de tal revelación.– ¿Cómo ha de robar aquel beso si se ha fundido con mi piel?

– Pactando con ellos, muchacho. Tu compañía trae a su vida el sutil aroma de sus labios.

Con un extraño temblor, el cual desconoce si ha de ser producto del frío o debido a una verdad estremecedora que ha conocido, que dista de ser fuente de temor como ha sido la gran mayoría de lo que ha descubierto en su nueva y efímera existencia, sino que enternece de cierta forma su corazón al saber que aquel hombre iracundo de hace un rato, es también presa del sentimiento inefable y ardiente del amor; suspira una única vez con un dejo de tristeza que se camufla en una mal habida tranquilidad que viene ahora a su mente.

Una mentira, que con raíces invisibles pretende socavar la existencia de una realidad condicionada por su menester, siempre guarda algo de verdad tras su insensible apariencia, pues, así como el dolor y la tristeza también laten fuerte en el pecho de un condenado, la mentira se alimenta de un hecho que pretende manipular u ocultar a su antojo con un fin egoísta, pero real, disfrazando el miedo con una sonrisa o, incluso, el más profundo amor con un desprecio.

Así, con rapidez el muchacho comprende que su calma es traída al entender que aquel hombre no pretende dañarle, pues el cuervo le ha revelado que su presencia en aquel lugar ha de servir a los propósitos que este desee, reduciendo su existencia a un instrumento en las manos de aquel que observa las luces del pueblo en un total silencio.

Pero, el mar de dudas que aún le ahoga no se ha disipado, y, sabiéndose ingenuo ante todo y conocedor de nada en este bosque inmenso que le guarda, deja de lado su temor para observar sus manos con una calma que le fue esquiva desde hace mucho. Aquellos apéndices, que como dos sucios recuerdos de quien es, le invitan a pensar en aquel propósito que le mantiene despierto, guardan sobre su faz la llave de un destino incierto.

Entonces, su voz vuelve a oírse.

– Pero, ¿la existencia de ambos no evoca el fin de la vida?.– Pregunta observando las líneas que se dibujan en la palma de una de sus manos.

– Ella es también vida.– Responde el cuervo.– Vida y muerte; el principio y el fin; no son más que dos caras de la misma moneda, muchacho.



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En el texto hay: demonios, romance, amor

Editado: 14.11.2024

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