Emma está de frente mirándose en el espejo, lleva una hora en la misma posición tratando de encontrar la belleza en el monstruo delante de sí misma que representa su reflejo y más que su reflejo su propia persona ¿Por qué ella no puede ser tan bonita como las otras chicas? se pregunta sin hallar respuesta a dicha cuestión.
Durante sus dieciséis años ha llegado a la conclusión de que ella es una maldición andante. Cada día desde que tiene uso de razón enumera cada uno de sus defectos: Tiene los dientes chuecos, su rostro posee unas grandes y negras ojeras y para ella ninguna de sus facciones coordina armoniosamente. Aún no se desarrollan sus senos así que parecen los de una pequeña niña que apenas está comenzando la adolescencia, su estatura es de uno con sesenta. Y sobre todos sus defectos, Emma odia tener miopía pues le obliga a usar unos lentes tan feos que la hacen parecer sosa, además de que padece un pequeño estrabismo en el ojo derecho.
Emma es la maldición personificada y no hay nada bueno en sí misma.
Decide que es momento de salir, sino llegará tarde a clases, así que toma su bolso y se dirige hacia el colegio en el que estudia; que además de ser dirigido por monjas posee un estatus debido a lo inteligente y aplicadas que eran sus estudiantes las cuales como si fuera poco también solían ser bonitas y de padres con dinero.
Hoy llegó a tiempo lo que es bueno porque no tendrá que ser observada por todo el salón mientras se ubica en su puesto. Emma odia ser observada, no puede sostenerle la mirada a los extraños; y por extraños me refiero a quienes no hacen parte de su familia.
Su mejor amiga la saluda efusivamente y se ponen a charlar sobre el fin de semana, ella le cuenta que un chico la ha invitado a bailar en una fiesta, le detalla a la perfección como es el chico y no contenta con solo aquello le muestra una foto. Es guapo, piensa Emma. Mira luego a su amiga y ve lo guapa que ella también es. Emma quisiera ser tan guapa como su amiga y si no es eso posible quisiera al menos no tener estrabismo, ni miopía y poder arreglar sus dientes. Con ese se conformará piensa Emma.
Al llegar la profesora la charla se ve interrumpida y entonces toda su atención se centra en el tema a desarrollar.
En la de la clase de la cuarta hora debía de realizar un test de autoconocimiento. Emma era una estudiante sobresaliente, no destacaba mucho. Sin embargo si la nota del periodo dependiera de este test sin duda alguna reprobaría. Uno de los puntos pedía mencionar como mínimo tres cosas en las que fuera buena.
Pensando y pensando se dio cuenta que no tenía nada en lo que fuera buena. Leyó el siguiente punto: Mencione como mínimo tres defectos. Rápidamente completo ese punto. Se le hacía más fácil ver lo malo de sí misma que lo bueno al punto de creer que ella no poseía nada realmente bueno.
El resto de la jornada escolar pasó hasta que fue la hora de ir a casa. A la salida había chicos esperando a sus novias, amigas o primas. Emma decide caminar con la cabeza en alto y con pinche, su amiga va con ella saludando a aquellos chicos que conoce, hasta que el de la foto aparece por ahí. El rostro se le ilumina y corre hacia el arrastrándola también a ella.
-Hola Sebastián. Le saluda ella con demasiada efusividad que a Emma le repugnó y apenó.
-Hola ¿Qué tal las clases?
-Han estado bien, aunque la última hora estuvo tan aburrida que nadie prestaba atención. Le cuenta Lissa, la amiga de Emma mientras sonríe como una tonta.
-He venido para llevarte a casa, en la moto-. El chico señaló hacia una XTZ negra que estaba estacionada.
Emma los observaba en silencio. En medio de esa conversación ella había desaparecido, paso al plano de ni notamos que estás aquí. De pronto su amiga estaba subiéndose a la moto con aquel chico para sorpresa de Emma; antes de arrancar se despidió con una gran sonrisa en el rostro.
-¡Hablamos mañana Emma!
Emma batió su mano en señal de despedida y siguió su camino a casa completamente sola.
Al terminar todos los deberes del colegio se recostó sobre su cama con la mirada en el techo. Pensó en qué podía hacer para divertirse. No tenía amigos más que Lissa su amiga del colegio, y eso que no era que compartieran mucho una vez terminaba las clases. Con el doloroso sentimiento de soledad se quedó dormida.
El sol daba orden al inicio de un día más en la vida de Emma. Todo lo que hacía en la mañana era ir a clases hoy ni siquiera se miró al espejo, eran muy pocas las veces que se miraba al espejo. No lo necesitaba, lo único que lograba aquello era recordarle lo fea que era y amargarle el día. Además de que ni siquiera soportaba mirarse en él, odiaba el reflejo de sí misma. Emma se odiaba a sí misma, incluso su propia voz le daba vergüenza, la aterrorizaba. Muy poco hablaba en público exactamente por lo mismo, escuchar su voz por encima de los demás se le hacía sumamente extraño y molestó.