El destino…
Con la botella de licor en mano, junto con una bolsa de regalo guindando de los dedos, empujo con la mano libre la puerta de entrada del gimnasio, dejando que silencio de la calle se llene con el de las voces que están dentro.
Paso por la abandonada recepción, viendo las luces de colores brillando en la pared que no tardo en alcanzar, viendo completamente a las personas reunidas cerca del ring de boxeo.
—Miren quien llegó, nuestro querido Bastián. —Un Cristian feliz por los tragos que debe tener encima se acerca a mí, abriendo los brazos en el camino, y no dudo en devolverle el gesto, dibujando una sonrisa alegre en mi rosto.
—Es bueno verte Cris. —Le extiendo la botella, la cual recibe con los ojos brillantes de emoción, junto con la bolsa de regalo, que le arranca una enorme sonrisa cuando ve el interior. —Feliz Cumpleaños.
Sube la mirada brillante hasta mi cara, hasta girarse al resto de la gente, gritando con evidente emoción.
—Miren que bien, un nuevo juguete para incentivarlos a hacer buen ejercicio. —Alza la mano, mostrando a todos el objeto que sostiene entre sus dedos, logrando arrancar a varios, risas divertidas y a otros, muecas de horror.
Un anillo de electrochoque.
Orgulloso por su nueva adquisición, y como si fuera niño con juguete nuevo, se va a donde David, encendiéndolo para probarlo en él, quien no tarda en salir corriendo para que no lo toque.
Niego riendo, acercándome hasta el resto de la gente para saludarlos, escuchando las bromas que me sueltan con respecto al espectáculo.
Henry es al último que saludo, quedando a su lado, sirviéndome un trago y dejando la botella junto con las otras.
—Nos alegra que vinieras. —Dice, con completa sinceridad.
—Me alegra haber venido.
—Se sentirá raro esto sin ti, pero te deseamos todo lo mejor.
—Gracias, pero no te pongas sentimental.
—Idiota. —Ríe, negando con la cabeza antes de darle un trago a su bebida, deja el vaso vacío sobre la mesa, dándome una última mirada hasta avanzar a la mesa donde está la música. —Vamos, debes disfrutar de esta fiesta.
Se pone detrás de la computadora, tecleando y deslizando su dedo en la barra, buscando una buena canción, yo me quedo en el otro lado, parado frente a él, esperando la elección que vaya a poner.
Suelto una risa cuando Desesperados empieza a sonar a través de las cornetas. Animado Henry va hasta donde está la gente, llevándolos hasta la pista improvisada que hicieron, me termino mi bebida y lo sigo hasta el centro la pista, disfrutando de la canción.
La noche se pasa entre risas y tragos, viendo como un completo borracho David trata de coquetear con cualquier persona que se le pase por enfrente y un achispado Cris electrocutándolo cada vez que puede, alegando que lo hace “para bajarle la calentura”.
La música se mantiene hasta bien entrada la mañana en la que todo el mundo aprovecha de bailar con todos, haciéndolo mejor al apagar la luz, dejando los focos pequeños de diferentes colores iluminar el lugar.
La fiesta termina conmigo y Henry, sosteniendo a Cris, subiéndolo al carro del primero, para luego hacer lo mismo con David, que no ha parado de balbucear desde que le quitamos la botella de Vodka, que ha terminado bebiendo como si fuera agua.
—Más les vale no vomitar dentro de mi auto. —Les amenaza Henry, viendo el camino, antes de alzar brevemente los ojos al espejo retrovisor.
—Shh, cállate Henry, para de gritar.
—Tú voz es un asco, no hables más. —Apoya David al quejido del ex‑cumpleañero, logrando otro quejido, esta vez de aprobación del susodicho.
Comparto una mirada divertida con Henry, acercando mi mano a la radio, la enciendo y la música baja sale por las cornetas.
—¿¡Que haces!? —Un exaltado David abre los ojos, mirándome con incredulidad, que se va yendo cuando el enojo cubre del todo sus facciones. —Que te jodan. —Me dice entre dientes, estirando el brazo para apagar la radio, se deja caer nuevamente al asiento, quedándose rápidamente dormido.
Pasan minutos en los que el silencio abunda el lugar, junto con los ronquidos de los de atrás, hasta que Henry estaciona el auto enfrente del edificio de Cris.
—Muy bien, yo conduje, tú los bajas.
—Suena muy justo, lástima que no estudiaste derecho. —Suelto con sarcasmo, abriendo la puerta a mi lado para salir del auto.
Escucho la puerta cerrarse del otro lado, antes de sentirlo a mi lado, ayudándome a bajar a Cris del auto.
Entramos al edificio, saludando a la pequeña anciana que se encontraba abriendo la puerta, viéndonos horrorizada, imaginando lo peor de dos personas, sosteniendo a una completamente inconsciente.
—Buenos días. —Le sonrío cuando paso por su lado, y sus ojos que antes inspeccionaban a Cris se enfocan en mí, formando una sonrisa en su rostro.
—Buenas muchachos.
La dejamos atrás, llegando hasta el ascensor, marcando el piso. Las puertas metálicas cierran delante de nosotros, y me despido con la mano de la abuela que no ha dejado de observarnos.
—Todos caen por ti. —Suspira Henry, sin poder creerse lo que pasó.
—Supéralo.
Cuando estamos en el pasillo, saco las llaves del bolsillo de Cris, abriendo la puerta de su departamento. Llegamos hasta su habitación y lo dejamos caer en el colchón, donde rápidamente se acomoda, abrazando fuertemente la botella de alcohol, sonriendo por sus sueños.
Salimos del lugar, entrando de nuevo al carro, haciendo lo mismo con el David.
—Dios mío, como pesa. —Lo tira a la cama, logrando que su intoxicado cuerpo rebote en esta y por poco caiga al piso, le pego un manotazo en la nuca, por su imprudencia.
Se encoge de hombros, sin lucir arrepentido para darse la vuelta y salir del lugar.