Beat Down

1. Instituto Roosevelt

Tyra Collins tuvo que zigzaguear entre las cajas que ocupaban el jardín principal para llegar hasta su coche. El camión de la mudanza había llegado una hora antes de lo que tenían previsto, y aquella mañana su nueva casa se había convertido en un completo caos. Ella y su madre habían regresado a su ciudad natal después del divorcio que terminó con veinte años de matrimonio, y aunque los últimos cinco habían sido una completa mentira, igualmente se tenían en cuenta. La infidelidad de su padre no había sido del todo desaliñada, ya que su madre se había quedado con la mitad de toda su fortuna —que no era poca—, y Tyra había logrado sobrepasar el límite de lo normal respecto a la capacidad de sentir indiferencia hacia un ser humano —algo que ella misma consideraba todo un logro—. Antes de relegar por completo a la persona que antes consideraba uno de sus imprescindibles, el odio hacia su padre había sido tanto que casi trató de convencerse a sí misma de que él nunca había existido. Pero decidió adaptarse a la idea de ignorar que su padre había elegido construir una nueva vida junto a otra mujer por no conformarse con la que ya tenía. Y, aunque siempre mantenía una buena imagen frente a los demás con aquella sonrisa encantadora tratando de aludir los pensamientos de aflicción, el dolor de saber que ella nunca fue lo suficientemente buena para él le destrozaba por completo.

El barrio de Green Lake, en el centro norte de Seattle, había sido el hogar de la familia Collins desde que Tyra era apenas un bebé de tres semanas. Había crecido rodeada de estabilidad y se podía decir con seguridad que su vida había sido de lo más complaciente. Cuando ella cumplió los nueve años se trasladaron a la capital porque el negocio de Joseph, su padre, lo requería, y asentaron su vida repleta de lujos y comodidades durante ocho años en Washington D.C.. Tiempo suficiente para que el ego y el éxito se le subiera a la cabeza al imbécil de su padre, y empezara a comportarse con aires de superioridad, algo que no encajaba con Tyra y su madre, Judie. Fue entonces cuando las mentiras y los engaños abundaron en la casa que los tres pretendían convertir en un hogar, y todo se vino abajo antes de que aquello pudiera ocurrir. Ahora, de vuelta en Green Lake, se podía decir con certeza que Tyra y Judie se encontraban en el lugar al que realmente pertenecían, y estaban decididas a construir un hogar en la preciosa casa que habían comprado con el dinero de Joseph.

—No es necesario que asista a la primera hora —comentó Tyra una vez había llegado a la altura de su madre, quien se encontraba agachada luchando por levantar una caja del suelo—. Podría quedarme y ayudarte a meter todo esto en casa —sugirió a la vez que se abrazaba a sí misma en un intento estúpido de calentarse. La nieve todavía adornaba todo Seattle.

—Buen intento, pero tú irás a clase y yo me quedaré aquí organizando todo esto —dijo con la voz forzada, aunque lo que realmente estaba forzando era a sí misma—. Para cuando llegues estará todo en su sitio.

—Como quieras. Pero hazle un favor a tu espalda, y diles a los de la mudanza que lo dejen todo dentro de la casa —le aconsejó mientras se alejaba por el camino de piedra de la entrada cubierto por una ligera capa de nieve—. Ah, y no hagas nada en mi habitación. Ya me encargaré yo cuando llegue.

Su madre le hizo un gesto desinteresado con la mano antes de que Tyra abriera la puerta de su R8 y se metiera dentro. Echó un último vistazo a su bolso para comprobar que todo estaba en orden y que no se olvidaba de nada, ni siquiera se quitó el abrigo. Alzó la mirada para buscar su reflejo en el espejo retrovisor y asegurarse de que su apariencia era aceptable. Se retiró los mechones rebeldes tras la oreja y, después de no pensarlo demasiado, encendió el motor para sumirse en un manojo de nervios durante cinco angustiosos minutos de camino hacia el instituto.

Casi todo en Green Lake estaba tal y como lo dejaron hacía unos años, pero la sensación era totalmente distinta. Cuando eres pequeño no te percatas de todo lo que te rodea, simplemente tratas de ser eso, un niño. Pero cuando creces y vas comprendiendo la utilidad y la razón de las cosas, ves todo desde otro punto de vista. Y eso era lo que le ocurría a Tyra mientras cruzaba al barrio de Roosevelt, que las cosas ya no eran como antes, aún teniendo la misma apariencia.

Le asustaba tener que hacer frente a su primer día en Roosevelt sola, sin nadie que le sirviera de apoyo moral. Desde que regresaron a Seattle no había podido evitar pensar en sus dos mejores amigos de la infancia, y las preguntas que se hacía eran un claro reflejo de la vergüenza que sentía solo de pensar en un posible reencuentro. Al igual que ella, Camille y David habían crecido y sus valores y la manera de ver las cosas habían cambiado junto con las ideas que ahora tenía Tyra respecto a un futuro. A la edad de tres años en adelante habían sido inseparables, pero en ese momento tenía la duda de que pudiera tener la oportunidad de retomar esa relación, aún desconociendo si ellos dos todavía seguían en contacto, o si seguían viviendo en la misma ciudad. Ahora se maldecía por haber pensado demasiado tarde en utilizar Facebook para descubrir que había sido de ellos durante los años que habían estado separados, además de para compartir su vida “privada” que quería que el resto del mundo conociese. Aunque de todas formas, hacía meses que no compartía absolutamente nada, ni siquiera un mínimo pensamiento en su tablón. Era de esperar que quisiera guardarse para sí misma la inestabilidad en la que su vida se había convertido.



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En el texto hay: romance, drama, accion

Editado: 06.05.2019

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