Un día esperado para todos los estudiantes de cualquier edad, había llegado; viernes estaba presente y por la mañana mientras Zenda y Ezequiel estaban tomando clases en la mañana, la señora Hashimoto llevó a Shin al registro civil con tal de saber todo lo que tenían que hacer para tramitar un acta de nacimiento. El tiempo en el establecimiento fue casi eterno, ya que, por desgracia, Shin no sabía casi ningún dato personal, necesitaban la presencia de Izaro —además de 2 personas más para poder firmar el acta de nacimiento de la adolescente—. Tendrían que esperar aún más para poder tener tal documento en sus manos.
La imprudencia de la señora Hashimoto sugirió que volvieran a casa a por Izaro, el señor Hashimoto y su nuera. Shin estuvo de acuerdo con la idea, se dejó llevar más por la emoción que provocaba tener documentos que hablaran de ella en sus manos que, cuidar de la predecible condición o enfermedad que padecía Izaro siempre, todos los inicios de cada primavera.
Las dos volvieron a casa. Todo estaba tan silencioso y solitario como solía serlo durante las mañanas, aunque ese pacífico silencio fue corrompido por Akane, la madre de los gemelos, quien soltó un temeroso grito y que retumbó por las paredes de madera de la casa. Sin pensarlo, Shin se adelantó y corrió hacia el provenir de la voz, la abuela trató de seguirle el paso, pero la edad le impedía seguirle el ritmo. Subieron las escaleras y sobre la pared, la pobre mujer estaba acorralada contra la pared; Izaro obstruía el paso.
—¡Serpiente! ¡Un monstruo! —exclamaba Akane, aterrada.
Izaro, por otro lado, con su tibia y delgada mano derecha, acarició la mejilla de Akane, frágilmente.
—Seré gentil. No debes temer, linda.
—¡Déjame ir! — Akane, por más que forcejeara y golpeara con todas sus fuerzas el pecho del híbrido, éste parecía inmutarse, al contrario, y no es que fuera un masoquista; quizá fue como si Akane le diera más fuerzas para continuar.
—¿Hay alguien más que quiera tenerte? Tendré que pelear con él, no me importa quién sea, serás mía.
—¡Izaro, ya! ¡Es suficiente!
Gritó Shin desde el lugar donde se encontraba, no obstante, su voz fue como si no hubiese llegado a los oídos de Izaro, así tomando como irrelevante su grito. Su postura cambió y volteó a la mujer, luego la volteó u la abrazó por la cintura a la pobre. Gentil, pero a la vez, agresivamente, tomó su mentón y se acercó a su rostro. Sus labios quedaron tan cerca que con un breve empujón más, podrían haberse besado.
—Hueles tan bien…
—¡Shin! ¡Quítame a este monstruo!
—¡Izaro no es un monstruo!
—Te haré...
Antes de que Izaro terminara su frase, su hija se interpuso entre estos dos. Sin importarle lo que fuera a suceder después, la chica de cabellos negros, jaló con todas sus fuerzas a su tutor del brazo y el impacto de tal movimiento hizo que el híbrido se estrellara contra el barandal, mientras que Shin terminó cayendo sentada sobre el suelo. Izaro, consideró las acciones de Shin como una amenaza, actuó de forma hostil, seseando y acercándose lentamente, pero con destreza. Antes de que el fenómeno pudiera morderla, la chica actuó rápido y tomó de una manera ágil su cabeza, de tal forma que no pudiera morderla, algo similar a como un hombre con experiencia con ese tipo de reptiles, sostendría a una serpiente para observar sus colmillos, las escamas de su cabeza o tal vez sus ojos.
—¡Necesito una soga!
—¡Tengo cinturones en mi habitación!
Akane corrió hacia su habitación y de su armario sacó 4 cinturones de piel, pertenecientes a su marido. Posteriormente volvió con Shin y le ayudó a amarrar con uno de ellos las manos de Izaro, utilizaron otro en su boca para que no mordiera a nadie y lo bajaron al comedor, en donde amarraron sus pies y el último cinturón lo utilizaron para amarrarlo a una silla.
A pesar de que el desastre terminó —o por lo menos la peor parte—, los integrantes de la familia fueron hacia el comedor. Zenda, Ezequiel y el señor Hashimoto miraron extrañados la nueva faceta del híbrido, ya que, en vez de hablar, Izaro se dedicaba a morder el cinturón como si su vida dependiera de ello y un momento después, sus ojos fueron cubiertos con una venda, por la señora Hashimoto.
—¿A eso te referías con la fiebre de primavera? — Preguntó Zenda, estupefacta.
Shin asintió con la cabeza, observando a su vez a su tutor y preocupada por su estado. Por otro lado, Akane observaba agitada al híbrido,
—No lo entiendo, él no es un humano.
—No, no lo es. Es de quien tanto les hablé durante los últimos meses.
—Así que él es el famoso Izaro.
—¡Izaro no es así! Se está comportando de esa forma porque la primavera llegó.
Shin estaba acostumbrada a que estas cosas pasaran a lo largo del año, sin embargo, la fiebre que padecía Izaro era controlada con unas pastillas que él mismo había fabricado o si no, con un menjunje y así Shin no correría el mismo peligro por el que pasó la madre de los gemelos; de hecho, nunca le ocurrió algo como a Akane.
Esta situación era diferente. Abandonar su casa de imprevisto tenía más consecuencias de las que se imaginaban. Shin, agobiada por lo que pensaran los demás y sus futuras reacciones, trató de explicar por qué estaba amarrado su tutor; había cubierto sus ojos para que no notara a distancia si alguna fémina estaba a su alcance; cubrir su nariz no fue necesario, su olfato era pésimo, ya que se dejaba llevar por el gusto. Cubrió su boca porque si él actuaba hostil frente a un varón, no dudaría en atacarlo, después del todo, tenía veneno.