Era la penúltima hora de clases del segundo turno del día, y la antepenúltima hora del día en la cual estaría el sol. Los melancólicos y calientes colores del Otoño mostraban un hermoso despliegue de belleza a esa precisa hora, esa hora en la que las rafagas de viento arrastraban las hojas de los árboles hacia delante de esa escuela. Sin duda el mejor asiento para verlo era la terraza, donde se encontraba un joven de un pelo negro medio largo, amables ojos marrones y tez clara. Apoyado sobre la baranda, él era el único que estaba allí, y era el único que apreciaba ese bello escenario, o bueno, eso pensaba él.
Perdido en sus pensamientos, el chico no se dio cuenta de que alguien más estaba ahí, viéndolo e intentando descifrarlo. Era una chica de pelo marrón oscuro y ojos marrones claros, esa chica lo había seguido hasta la terraza por curiosidad, por querer saber que se le pasaba por la cabeza al único de su curso con el cual nunca había hablado desde que había entrado a la escuela ese mismo año. El joven descansó sus manos y encorvó su espalda para acomodarse y esperar al timbre que marcaría que tendría que volver a su salón de clases hasta que su descuidada observadora se resbaló y lo sacó de su mundo. Al instante, se dio la vuelta y la miró con asombro, quizás, confundible con desprecio. La chica se puso nerviosa e intento pararse mientras el chico se acercaba lentamente hacia el umbral.
—¿Qué haces acá? —preguntó el chico.
—Solo pasaba —respondió la joven caminando hacia atrás y mostrando gestos que ni sabía que estaba haciendo.
—¿Segura? ¿Estás bien? —Levantó una ceja el joven.
—Estoy perfecta, solo debo irme. Nos vemos.
Luego de decir eso, la chica, se echó a correr hacia su salón mientras que el timbre comenzaba a sonar y ese chico que se llamaba Damián suspiraba a la vez que caminaba hacia su salón.