Al llegar a la cabina del capitán, me encontré a Victoria tirada en el suelo con varias heridas de gravedad, de las cuales fluía la sangre imparablemente y el suelo estaba cubierto de esta. Tono estaba en la ventana observando cómo sufría su antigua colega.
—Tono, qué te pasa. ¿Por qué no la ayudas? —pregunté desconcertada.
—Con su sufrimiento alimento mi alma —contestó indiferente.
—¡Estás loco, ven y ayúdame, tenemos que salvarla!
Me acerqué a ella con la intención de curar sus heridas.
—¡Ni te acerques! —gritó Victoria—, aprovechará para matarte.
Me detuve solo un segundo, pero avancé despacio.
—Ella te lo advirtió —me dijo Tono, saltando sobre mí.
Mis poderes salieron como el magma de un volcán, mi furia y fuerza acabó con su confianza; el viento azotó toda la cabina y las lianas atravesaron las ventanas y paredes atándolo; antes de que yo pudiera hacer otra cosa, Victoria como pudo se sujetó del cuello del gigante Tono y le cortó el pescuezo, al instante él cayó muerto.
Victoria era tan ágil como un leopardo asesinando a su presa.
—¡Qué te pasa! —pregunté abrumada.
—¡¿No ves lo que él me hizo?!
La sangre aún goteaba de una de sus piernas, que había sido casi amputada de su cuerpo, pero aun así ella se encontraba de pie. Se escucharon gritos y más rugidos.
—Tengo que salir —me dije.
—“Muévete” —me ordenó Nell.
Salté por una de las ventanas y en la cubierta estaban todos los beuans.
—¡Átalos y corta a uno! —me dio la instrucción Reika.
No puse, pero alguno y me puse manos a la obra. No batallé para atraparlos, eran muy manipulables, tomé la mano de uno e hice una cortada muy profunda y de ahí emanaba líquido color esmeralda, olía demasiado fuerte, como a hierro, y era espeso. Ese líquido era lo único que se podía ver de su presencia, ya que necesitabas de la daga para poder verlos.
La bestia no tardó ni un instante para ir a donde estaban las pobres criaturas, me escondí rápidamente detrás de unos barriles. Esa cosa tomó a los beuans y los embutió en su boca, pasándolos completos, sin masticar. Sentí demasiado pánico ante esa escena, yo era la única que sabía qué había pasado exactamente y deseé no haberle hecho caso a Reika. “Pero si no lo hubiera hecho todos nosotros hubiéramos muerto” pensé, tratando de borrar esa escena de mi cabeza.
—¡Reika, ¿por qué me hiciste hacer eso?! —cuestioné afligida.
—No me hubieras ayudado —respondió sin importancia.
Volé hacia ella para propinarle un buen golpe o algo que la lastimara, aunque fuera un poco, pero antes de llegar, la bestia comenzó a hacer ruidos extraños.
—¡Milena, cúbrete! —me gritó alguien, pero no hice caso, quería ver lo que iba a pasar.
Dylan en ese momento se lanzó hacia mí y caímos al agua. La bestia estalló en cientos de pedazos, fue algo asqueroso, que prefiero no mencionar los detalles.
Después de un momento se escucharon más ruidos de objetos de dimensiones diversas cayendo al agua.
—Fue la pared que bloqueaba nuestra salida —me dijo Dylan.
—Deberíamos ir a revisar —dije.
Él me tomó del brazo y me reclamó: —¿Por qué siempre vas hacia el peligro? Yo siempre te cuidaré o moriré en el intento, pero no quiero que te pase nada malo, y tú no sabes cuidarte. Eres como una niña… hum… Solo quiero decirte “te amo”, y lo seguiré haciendo durante el resto de mi vida. Deseo poder darte todos mis besos y el calor que te haga falta en tus noches frías —dijo Dylan con preocupación y algo exaltado.
—Debes irte acostumbrando a mi ausencia y yo a la tuya, ya que no sabemos cuánto tiempo podemos estar juntos —le dije fríamente, sin esperar ninguna respuesta.
Noté cómo la felicidad se iba, mientras que la nostalgia y la tristeza opacaba sus ojos.
—Milena, ¿lo dices en serio? ¿Me amas? ¿Te irás de mi lado?
—Dylan, te amo y a nadie podré amar como te he amado, por eso te digo todo esto, no sabemos qué pueda pasar en el futuro. Y no quiero que sufras porque yo ya no esté aquí.
—No importa todo lo que me digas, yo siempre estaré contigo, aunque te resistas, seré como tu sombra.
—Por favor, Dylan, no sigas, es mejor dejar las cosas, así como en el principio, solo ser conocidos —lo dije con mi corazón en las manos, casi llorando, pero nunca había dejado que me vieran llorar, mucho menos un hombre.
—Milena, mejor guarda silencio, antes de que empeoren aún más las cosas. Piensa antes de hablar.
Sabía que lo había herido profundamente en su orgullo. Pero como era clásico en mí y lo sigue siendo, no pedí una disculpa ante mi error.
—Vayamos con los demás —le dije sin mirarlo.
Él no dijo ni una palabra más y salimos a la superficie, el fénix de él salió de su anillo, ya que estos ahí vivían y al haber matado a las criaturas, los sellos que los mantenían cautivos se rompieron.
Los elegidos montaban sus fénix.
—¡Hay que irnos de aquí, rápido! —dijo Zero.
—Pero ¿en qué? Todos ustedes pueden volar y yo no, bueno, la chica rara de pelo rosa tampoco puede —dijo Victoria.
No hice caso a eso ni al barullo que se armó, saqué mis alas y volé hacia el exterior de la cueva donde el sol alumbraba. Suficientes problemas tenía a causa de ese sentimiento llamado amor.
Sentí un peso extra y era Victoria que se había sujetado de mi pie, se encontraba hecha una furia y llevaba un cuchillo en la mano, con el cual hizo una herida en mi pierna derecha y en mi costado izquierdo, el dolor me hizo perder el equilibro y la estabilidad.
Nadie nos había seguido y yo ni siquiera había gritado para pedir ayuda.
Caímos al suelo, muy cerca de donde estaban los rayos del sol. Ella estaba sobre mí con el filo del cuchillo sobre mi garganta. Estuvimos luchando por largos minutos, mi sangre fluía mucho más rápido y mis fuerzas se iban agotando, coloqué mis pies sobre su abdomen y tomando impulso, la lancé hacia los rayos letales. La mujer se levantó como si el sol no le hubiera provocado ningún daño, aun con el deseo de matarme, pero segundos después se desintegró totalmente.