Lo único que lograba sentir era el hombro de alguien enterrado en mi estómago, recordándome que no había comido nada en horas, acentuando mi hambre voraz. Me mecía ligeramente de lado a lado, de verdad que esta era una de las peores posiciones en las que he estado.
Mis párpados estaban pesados, como si estuvieran hechos de piedra, me dolía la cabeza, creo que fue donde me golpeé cuando caí de bruces en el suelo de la caverna.
“¿Quién me lleva en su hombro?”, me pregunté.
El agua que nos solía rodear ahora era aire con polvo, humedad y olor a descomposición. Subimos unas escaleras, que parecían ser las que tenían forma de espiral, me llevaron a una alcoba donde me arrojaron a la cama, se sentía polvosa y vieja. Quería abrir mis ojos para ver quiénes eran mis agresores, pero no podía. Sin pensarlo, caí en un sueño profundo. Culpa del cansancio del día, ya no pensaba en nada ni nadie, solo quería dormir, descansar mi cuerpo y mi mente.
A lo lejos se escuchaban las olas y las gaviotas, que se alimentaban de los peces que los delfines acorralaban para devorar. Saltaban hacia el cielo, algunos más pequeños eran atrapados por las aves. La brisa acariciaba dulcemente mi piel. Respiraba hondo, disfrutando del aire fresco, cerré los ojos y giré mi rostro hacia el cielo, sintiendo los cálidos rayos del atardecer en mi piel, sin ninguna preocupación.
Un dedo rozó la piel de mi cintura y abdomen, subiendo por mi costado hasta llegar al rostro y después delinear mis labios rojos. Su boca se unió a la mía, ese beso que tan bien conocía, que me hacía volar al cielo y quedarme ahí durante tanto tiempo. Abrí los ojos para ver el rostro de Dylan, pero…
Todo era un sueño, volví a cerrar los ojos para intentar regresar a la playa y a ese dulce beso, les juro que deseaba regresar a la escena donde estaba con Dylan, pero esto no fue posible. Mis ganas de dormir se habían esfumado, como la escena del sol y el mar. Lo único bueno es que el recuerdo de Dylan estaba aún presente.
La habitación donde estaba era la de mis antepasadas: las reinas de Bennu. Los cuadros de ellas aún colgaban en las paredes, pero algunos estaban quebrados de los marcos, otros rotos y la mayoría quemados casi por completo. El mío, que antes no estaba ahí, tenía un lugar especial, colgado en frente de la cama, pero había una cruz en grande y decía “ARM” con letras negras.
“Qué raro está todo esto... ¿Por qué mi cuadro dice “ARM"? Se lo preguntaré a… (recordé que Darsving ya no estaba aquí, él era quien respondía todas mis preguntas) quizás encuentre a alguien que me responda las preguntas, y por fin averiguaré qué está pasando aquí, esto se está poniendo aún peor” pensé.
Me senté en la cama con los pies colgando de ella, viendo hacia los cuadros, pensando en las muertes recientes de Sally y Naro. Salí al balcón que estaba en muy mal estado y le faltaban pedazos al barandal. La verdad es que ver todo en ese estado me provocaba una tristeza enorme, así que volví a entrar en la habitación. El hermoso paisaje del fondo del lago ya no estaba. Ahora ya no existía, los peces que antes nadaban libremente se habían esfumado, y claro, eso es obvio. “Quizás Sebastian los aniquiló a todos para dárselos a las bestias de comer, la verdad no tengo idea de lo que está pasando” me dije.
—¿Qué rayos le hizo a mi hogar? —dije en voz alta, esperando alguna contestación, pero como era de esperarse, no llegó.
Suspiré.
Caminé hacia un espejo quebrado, me quité la blusa, quedando solo con mi sostén blanco, giré y vi mi marca del fénix en el hombro izquierdo de color gris pálido, como si se fuera a extinguir, pero aun en posición de ataque. Mi moño en el cabello estaba despeinado, no quise acomodarlo. En mi frente tenía una herida con unas cuantas gotas de sangre cayendo hasta llegar a mis mejillas. La verdad es que no quise tocarla, me dolía, y si me tocaba sería peor el dolor. Me puse la blusa sucia de nuevo, ya no sabía de qué color era, ni fue, antes de esto. Mis pantalones eran un desastre. A decir verdad yo era un desastre, más ya nada importaba, mi ánimo de vivir estaba casi extinto, como mi fénix.
Un temblor de varios segundos estremeció a Bennu, no estaba segura si era en toda la dimensión o solo en esta área. Los floreros y los cuadros que estaban colgados en las paredes se estremecieron. Me lancé debajo de la cama, donde pude encontrar un refugio. No me había dado cuenta de cuánto tiempo había pasado y el día aún no se hacía presente desde que llegué a esta dimensión.
“Podría ser que aún sea de noche, o que la maldición de Vladimir haya regresado. Aunque también, hay otra posibilidad, que Sebastian invocara una nueva maldición. En fin, esta dimensión siempre está en peligro inminente, y yo sin un fénix que me comparta los poderes para ayudar” pensé, algo agobiada.
Me arrastré hacia fuera de la cama después de que pasó el temblor. Traté de limpiar mi ropa dando ligeras palmadas, pero sin éxito. Abrí el closet de la alcoba buscando algo limpio para ponerme, pero no había nada, solo quedaban cenizas de lo que antes era mi ropa. No me importó. Me dirigí a la puerta y vi de nuevo mi pintura.
Se escucharon pasos detrás del umbral, puse mi pie derecho enfrente del otro. Estaba lista para atacar a cualquiera que se atreviera a lastimarme. Aunque no tenía ninguna arma en mi posesión, apreté las manos formando dos puños, que aún dolían por las lesiones que yo misma me provoqué con el enojo y la ira que se habían desencadenado en mí.
No se escuchó nada más. Por algunos segundos bajé la guardia, buscando algo entre el desorden para defenderme. Lo único que encontré fue un palo largo. Al menos podría golpearlo.
—Señorita Milena, ¿puedo pasar? —dice una voz desconocida.
—¿Quién es? —le cuestioné, apretando mi arma con ambas manos.
—Soy Jared, el comandante en jefe del ejército de Bennu —respondió. Su voz era grave y al escucharla inspiraba confianza y respeto, nadie se atrevería a desafiar a un hombre con esa voz.