Costa de Dartmouth, 20:35 P.M
La joya brillaba al otro lado, separada por kilómetros de agua helada, su resplandor nocturno no era ni siquiera una décima parte de su belleza, de su poder. Es un tesoro que arde a la espera de conquistar un corazón fuerte.
La gélida brisa acariciaba las olas del agua, trayendo ese olor salado y vibrante, la bahía permanecía en la calma de la noche nublada. Negro sobre negro, y las luces solo se repiten como puntos ondulantes en el agua.
La joya esperaba del otro lado.
Y un oso guardó las garras.
Sentado en la rocosa costa besada por las aguas, espuma ligera derramándose lentamente, observó el brillo de los edificios lejanos. Las luces del puente que conecta un punto con el otro, le recordaron el límite.
Él no era un cambiante que reconociera bien esa palabra, de hacerlo no habría llegado tan alto, y su destino era ser más grande de lo que cualquier otro en el mundo podría llegar a ser jamás. Aunque nadie reconociera su grandeza, aunque le llamesen trasgresor por romper los fundamentos antiguos, él seguiría subiendo.
Porque ya no era un simple hombre.
Es un conquistador, una fuerza imparable que casi tiene a todo un clan, el más poderoso, a sus pies...
Pero es ese brillo el que captura su corazón ahora mismo, lo hechiza como la aurora que destella de imprevisto en el cielo invernal. Su alma se comprime por los pensamientos que lo llevan a direcciones opuestas.
Un buen Nanuk no debería mirar otro territorio con esos ojos, si tiene un territorio debe cuidarlo.
Un oso no codicia las cosas del otro, cosas malas suceden si hace eso, sangre, dolor, guerra, las tres maldades azotarán con fuerza los corazones que encuentren a su alcance.
Aprieta los ojos con un par de dedos, mientras siente el aire tomar su calor, jugar con su cabello en medio de la soledad en la que ha escogido sumergirse. Él quiere ser bueno, noble, quiere ser el más grande Nanuk que ha existido en la historia de los cuatro clanes. Pero hay otra parte oscura y retorcida, que desea tener, poseer, que susurra en su oído cuan grandioso sería... Nadie jamás negaría su existencia, nadie olvidaría su nombre, y la historia cambiante lo recordaría...
Pero sus planes involucran cosas que dividirán, y que atraerá malos ojos a los suyos, su gente está del otro lado, segura y a salvo en la mirad de Nueva Escocia, un amplio territorio que le costó robar a su enemigo..., ¿cómo puede llevarlos directo al peligro?
Ser el líder conlleva sacrificios, pero... ¿Es correcto?
Esa es la pregunta que le ha detenido todos estos años, la que mantiene a la joya lejos de sus manos.
—¿Mi Nanuk?
Dulce voz, el oso se arrastra contra su piel para recibir la calma de una mujer que no podrá reclamar jamás, a veces siente que tanta lealtad es como un castigo por estos pensamientos que ha tenido desde cachorro, desde que corrían hacia la costa solo para ver el brillo nocturno que hacía desaparecer las estrellas en el cielo.
Veinte años después, lo seguía haciendo, ahora casi a escondidas. Pero, no podía esconderse de ella.
—Querida Kaya.
Ella esperaba más arriba, en la seguridad de la calle de tierra, su cabello oscuro y largo se movía con ligereza, acompañando la intensidad del aire marino. En sus ojos oscuros veía el mismo anhelo que él tenía en los suyos, lástima que no estuviera dirigido a ella.
—¿Estás bien?
Un latido después de esas palabras, la tuvo bajando hacia las rocas, su equilibrio una cosa frágil. Después de todo eran osos, eran los que tenían la fuerza bruta, más mortíferos que tigres y leones. Un oso era la pesadilla de la raza cambiante.
Un oso era todo menos algo delicado.
Sin embargo, Kaya tenía algo de eso.
—Aún tienes ese plan —comentó, sentándose en una roca, no tan cerca para invadir su espacio pero tampoco tan lejos como para parecer indiferente—. Pensé que lo habías olvidado.
Kaya mantuvo sus ojos negros en la joya apartada por la bahía, los barcos moviéndose entre un puerto y otro, las patrullas de policía humana iban en lanchas recorriendo las aguas en busca de traficantes y pescadores ilegales.
—¿Soy un mal Nanuk por pensar así?
Estaba transgrediendo los valores a los que los osos se aferraron para sobrevivir durante los siglos que pasaron a la liberación.
—Eres inquieto, y difícil de comprender, pero cada uno de los nuestros te seguirá a donde vayas. Las antiguas creencias ya no nos sostienen. —Una pausa, de reojo la ve y el brillo de la joya se aparece como un reflejo en sus ojos—. No de la forma en que los sostiene a ellos.
El silencio se acentúo, una capa confiable que le hizo sentir seguro de su mente, de su piel, de lo que quería para su pueblo. Si quebrar un juramento era necesario para que su gente dejara de sentirse acorralada...
Que así sea.
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Editado: 04.11.2020