Sostenida por el tibio calor de la mano de Alexander, Gala quería huir, lejos, muy lejos, era capaz incluso de atravesar la bahía de Fundy nadando en forma de su osa para llegar a Estados Unidos... Podía hacerlo, lo que no podía era abandonar a un león a su suerte.
Obligándose a corresponder un saludo amistoso de parte de los dos fornidos hombres que iban subiendo por el camino, Gala se acercó más a Alex.
La sonrisa satisfecha le hizo querer golpearlo en las costillas, pero se contuvo, recordando el plan. Unas horas en este clan no harían daño, ella no cambiaría de opinión al respecto. Sostuvo el dije de la coalición entre sus dedos al llegar a la última curva que descendía al terreno en una suave inclinación.
—Deja de estar nerviosa, yo debería estarlo no tú.
Gruñendo bajo, Gala soltó su mano, su protesta solo hizo que Alexander le pasara un brazo alrededor de los hombros.
—¿Qué haces?
—Tengo frío –dijo, su tono tan neutral que no fue capaz de identificar una intención subyacente—. Mucho frío.
Un fuerte temblor sacudió su cuerpo, hasta sus dientes sonaron. Gala pasó un brazo por su espalda.
—Si te da hipotermia, mataré a los osos que nos arrastraron aquí.
Su osa estaba de acuerdo.
Continuaron el descenso por una colina suave, densamente arbolada, la naturaleza estaba quieta alrededor. Gala la había recorrido tiempo atrás, recordó haber transitado por los bosques de un lado a otro, de norte a sur, acompañada por sus amigos. Esos recuerdos abrieron una grieta en el escudo que protegía su corazón.
—Esto es hermoso en cierta forma. —Tomando una larga inspiración, Alexander levantó la cabeza exponiendo la piel blanquecina de su cuello—. Pero parece que hasta el aire está hecho de hielo.
—Agradece que no te conviertes en un guepardo.
—¿Esos gatos flacuchos? —Negando, una risa queriendo escapar al control de Gala, Alex terminó—. Soy afortunado de ser el rey.
—Tú no eres rey de nada —replicó, sintiendo su cercanía demasiado cómoda e inquietante—. Y aquí somos simples vasallos, yo puedo dar pelea pero tú... —Sacudió la cabeza ante la verdad evidente—. Un oso puede aplastarte.
Una risa baja, la vibración movió sus costillas de una forma adorable.
—Sí..., recuerdo que por poco lo logras.
Abrazándolo más fuerte cuando sintió otro temblor profundo, Gala frunció el ceño.
—Si te hubieras quedado en tu cocina, gato, yo ahora estaría revisando los inventarios en la enfermería.
Alexander deslizó su mano hacia la punta del hombro, luego al brazo, esa caricia, áspera y demandante.
—Ahora resulta que es mi culpa, ¿quien se estuvo escondiendo en primer lugar?
Gala volteó a él, la furia amenazando con hacer salir sus garras, pero en sus ojos azules solo danzaba una risa tentadora, el maldito gato sabía que estaba en lo cierto, de haber dicho la verdad desde un principio esto no estaría pasando. Sin embargo, la privacidad de Gala era algo personal y ella siempre tuvo el derecho de hacer lo que quisiera en tanto sus acciones no afectaran a ningún miembro de la coalición.
Su osa era un asunto privado.
—¿Sialuk? ¡Oigan, es Sialuk!
Gala maldijo ese nombre por primera vez en el día.
—Sigue caminando.
Frotando la mejilla contra su cabello, el gesto felino marcando de una forma posesiva, Alexander no le obedeció, pero tampoco se detuvo, más bien, giró para ver a la dueña de ese grito estridente. Osas salieron de todas partes, más jóvenes que ella, llenas de risa en sus labios y alegría en sus ojos.
—¡Sialuk!
Una en particular se plantó firme delante de ellos, su ropa térmica de color rojo sangre se ajustaba a su cuerpo como un guante a medida. Otra oleada de recuerdos azotó su mente al encontrarse con una vibrante mirada llena de vigor, vida, poder. Así siempre fue Katya, Aiyena, Farborth. La recordaba más joven, como una bomba de energía de tan solo quince años, ahora era toda una mujer de poderosos ojos oscuros y largo cabello negro.
—¡Sialuk! —Exclamó, juntando las palmas en aplausos cortos, dio un pequeño saltó, su sonrisa era luz—. Oh... Sabía que volverías.
Todavía bajo el abrazo de Alex, Gala vio como las demás mujeres los rodeaban, cinco osas polares con más energía que todos los cachorros de la coalición, oh..., los extrañaba tanto...
—No volví, me raptaron —puntualizó.
—Es lo mismo —agregó la mujer que seguía a Aiyena en edad, una rubia con sus mejillas salpicadas por innumerables pecas, Yala—. ¿Y quién es este chico?
La osa se fue acercando con mucho cuidado a Alexander.
—Debe ser el que estaba cazando cuando la encontraron —mencionó otra, de voz más seria y cuerda que las anteriores. A Eria la recordaba poco, solía ser menos salvaje.
—No lo estaba cazando —Gala alzó la voz.
—¿Si no lo quieres me lo dejas? —Preguntó Yala, sus rizos rubios una explosión—. Es extrañamente bonito.
—Oye –intervino la cuarta osa en acercarse, por detrás le seguía su hermana—. ¿No ves que ya la marcó?
—¿Y tú como sabes eso Iris? —Yala le apuntó
Iris, con su cabello cobrizo ordenado en una firme coleta, rodó los ojos.
—Claramente es un felino —respondió, rodeando a las demás osas para ponerse al lado de Aiyena—. León, ¿es así?
Al ver a Alexander perdido entre las osas desconocidas, Gala respondió:
—Sí, es un león. Lo estoy llevando a la Guarida Mayor, necesita más abrigo.
—Eso explica por qué tiene la nariz y las mejillas rojas —dijo la hermana menor de Iris, Daku—. Déjenlos continuar, ya habrá tiempo para acosarlo.
—¿Qué dijo?
Gala lo empujó para que siguiera avanzando, les dio un breve saludo a las cinco osas, desesperada por alejarse. Alex tenía los dedos enrojecidos, los labios al borde de ponerse azules, la melena rubia desordenada por el viento helado. Este territorio no era para él.
#1232 en Fantasía
#745 en Personajes sobrenaturales
#4683 en Novela romántica
cambiantes felinos, cambiantes osos, romance drama erotismo accion amor
Editado: 04.11.2020