Alexander volvió a hundir el hacha sobre un leño, partiéndolo a la mitad con un sonido fuerte que le hacía vibrar el cuerpo. Jamás habría pensado que tendría que hacer esto, él vivía cómodamente con la calefacción eléctrica de la Casa Matriz, no necesitaba recoger leña y siempre estaba bajo el calor de su cocina cuando hacía frío.
Oh..., extrañaba su cocina. El calor de los hornos y el ambiente perfumado por un sinfín de olores que abrían el estómago de cualquiera.
Él podía tener un corazón salvaje, pero el exterior seguía siendo civilizado. Bueno, al menos en parte. No era muy racional cuando estaba cerca de Gala, nunca se había preguntado por qué reaccionaba de esa manera, al principio supuso que se trataba de una cruda necesidad atrayente, una picazón debajo de la piel que nunca podía eliminar.
Ahora... Iba un punto más allá. Aún con todos los secretos y engaños, no podía apartarse de ella, tampoco dejar de mirar la manera en que destrozaba sus leños.
Por primera vez se preguntó por qué, de todas las mujeres que lo rodearon, el tirón apuntaba a ella. No tendría respuesta muy pronto.
De lo que sí estaba seguro, era que Gala tenía una tendencia a guardar rencor, lo sabía por la tensión de sus labios, la rigidez de su mandíbula y la fuerza descomunal con la que partía la madera. Cada hachazo sonaba hasta chocar contra el yunque, el movimiento poderoso era estremecedor y bello al mismo tiempo.
Pero lo que más le parecía hipnótico, era el fuego en sus ojos marrones, tanto fuego... Alexander conocía esa expresión, demasiado similar para ignorarla, Gala tenía la rabia más profunda que podría haber visto jamás.
Se parecía tanto a su versión del pasado...
—Ponte la campera térmica —ordenó con la respiración agitada, Gala apoyó la cabeza del hacha en la tierra, se sacudió de un movimiento los mechones ondulados de cabello castaño—. La temperatura va a bajar.
Alexander elevó su mirada a l cielo blanco, sentía el sudor en la frente, pero no temblaba. Eso no era normal.
—No tengo frío.
Inclinando la cabeza hacia un costado al escucharlo, Gala tiró el hacha al suelo y se acercó para ponerle una mano en la frente, sin importar las gotas salinas que caían, su toque resultó áspero, un par de dedos en el aire, gruñó al estrechar su mirada.
—Tienes una reacción térmica. —Volvió a gruñir—. Siéntate.
Una orden con ese tono tan demandante no estaba destinada a ser ignorada, Alex no iba a arriesgarse. Quitando las astillas acumuladas del yunque por la tala, se sentó, Gala le acercó la campera térmica y se la cruzó a la espalda.
Reacción térmica.
Sabía lo suficiente de medicina como para entender que eso era algo malo, pero no como para preocuparse en exceso.
—¿Cuanto tiempo tendré esto?
Resistirse a hacer contacto visual era imposible...
Ella le secó el sudor del rostro y le puso el gorro de lana a pesar de su protesta, la melena rubia volvió al escondite. El león mostró los dientes.
—El período de adaptación climática puede variar, pero generalmente tarda un par de días.
Alex frunció el ceño, la idea de convertirse en un lastre inútil era lo peor que necesitaba en este momento. Pero no podía ir contra su propia biología, aun cuando esta le pusiera trabas en el camino, seguía siendo un león cuyo pelaje estaba mejor en climas tropicales, semi-desérticos y desérticos.
Este ambiente en el que se encontraba, húmedo y a la vez frío, no le favorecía para nada, su capacidad de regular su temperatura corporal sufriría altibajos hasta acostumbrarse. Era una completa mierda, y ella lo sabía, y lo estaba cuidando a pesar de eso.
Podría estar llena de odio, pero Gala continuaba siendo una enfermera compasiva.
Las preguntas le picaron la lengua, Alexander quería saber más de ella, de la vida que tuvo en este clan y porqué la había dejado para viajar tan lejos y quedarse en Gold Pride. Una persona tomaba esa decisión solo por dos motivos: para empezar una nueva vida, y para huir de algo.
Por la forma en que ella reaccionó al regresar a su antiguo hogar, Alex intuía que se trataba de lo segundo. Pero, ¿de qué había huido?
Sin embargo, Gala no parecía dispuesta a decirle nada más que las cosas que debía hacer para superar de la mejor manera sus reacciones térmicas. Que en realidad eran bastante simples, estar siempre abrigado para mantener el calor corporal —eso significaba que su melena continuaría oculta con ese gorro por tiempo indeterminado—, y comer para complementar el gasto calórico.
—¿Qué pasa si me transformo?
Gala volvió a medirle la temperatura, no entendía como podía hacerlo solo con sus manos, sin necesidad de otro instrumento. No rechazaría el contacto de esas manos tan delicadas con él, las que antes fueron implacables con esos leños.
Gala era peligro.
El peligro más seductor con el que podría encontrarse en estos bosques.
—Durarás un par de horas hasta que tu temperatura baje lo suficiente como para que ya no puedas estar de pie.
Rayos, eso no se oía bien. Gala se agachó para quedar a su nivel, su mirada iba del negro al marrón en un vaivén suave, como si del otro lado, fuera el animal quien daba vueltas. Lo podía sentir, realmente estaba cerca, haciendo que el tirón hacia ella fuera doloroso.
—No puedo pasar mucho tiempo sin transformarme.
Rodando esos ojos intensos, Gala subió el cierre de su campera hasta arriba luego de murmurar que necesitaría bufandas y guantes. La naturaleza de este lugar era más quieta y peligrosa que en sus tierras, pero de alguna forma, parecía que ella encajaba perfectamente aquí. Cuando compartieron una mirada, la más larga desde que se conocieron, Alexander volvió a ver a la enfermera que curaba músculos tensos, raspones, resfriados y cualquier cosa que estuviera al alcance de sus manos.
Gala Duvall podía tener un montón de coraje adentro, furia ácida en sus ojos, pero en el fondo seguía siendo una sanadora de corazón.
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Editado: 04.11.2020