Una hora pasada del mediodía y la gran cocina estaba repleta por el olor de sus bollos, había preparado suficientes para cubrir la demanda de las bocas hambrientas en la superficie, y los ayudantes de Aidal estaban amasando más para aquellos que quisieran repetir o llevarse algunos para el camino.
Cocinar siempre le hacía bien para olvidarse de los problemas, le encantaba, y este sitio disponía de todos los aparatos que antes habría soñado con alguna vez tener. Definitivamente pondría a lucir sus mejores habilidades y recetas en este sitio, además de que Aidal estaba encantado con ideas nuevas para su menú.
¿Quién decía que los osos era brutos y salvajemente agresivos?
Al menos los de este espacio siempre se mostraron amables con él, y curiosos, Alexander recibió preguntas desde todos los flancos, ángulos y puntos de vista, desde la razón para llevar el cabello largo hasta como podía mantenerlo tan suave, pasando por como sonaba su rugido y si era cierto que en una coalición las leonas hacían todo el trabajo duro mientras los machos descansaban.
Gala no mintió acerca de la curiosidad implacable de estos cambiantes, pero donde a ella podría molestarle, Alex estaba encantado con la atención. También descubrió en el proceso de preparar seis tandas de bollos, que la Guarida Mayor era mucho más grande de lo que aparentaba ser a simple vista, lo desconocido, lo subterráneo, se extendía diez veces más de la medida de la estructura en la superficie.
Solo entonces recordó que estaba bajo tierra, a tres, tal vez cuatro metros por debajo del nivel de la tierra, antes de que la ansiedad comenzara a cavar profundo para convertirlo en un manojo de nervios, Alexander colocó la última tanda de bollos en el reluciente horno. ¡Qué maravilla tecnológica! Lo abrazaría de no estar tan caliente.
—¡Oh, qué olor tan delicioso!
Sus vellos se erizaron al notar esa voz gastada, sumida en un tono maternal pero a la vez un poco autoritario. Limpiándose las manos con el delantal, Alexander se puso de pie y ubicó a Sakari y sus pasos lentos por el pasillo izquierdo, cada uno de los ayudantes se detuvo de sus deberes para saludarla con una tonelada de respeto cada uno.
Y es que con solo mirar esos ojos oscuros podrías imaginar la enorme sabiduría y lo que ocurriría si llegaras a subestimar a esa mujer solo por su edad. Sakari podía ser vieja, pero continuaba siendo una osa polar.
Cuando la anciana mujer lo encontró con la mirada, a Alexander se le calentó el corazón y de pronto se sintió nervioso, como un cachorro de quince años frente a un adulto, más sabio, fuerte y poderoso. Pero Sakari tenía una dulzura en la mirada, y una forma de sonreír, que nadie se atrevería a decir que guardaba alguna clase de malicia en su corazón.
—No me imaginé que fueras cocinero —le dijo ella a Alexander.
Sakari rodeó su mesa de trabajo para acercarse a Aidal, tomar su rostro con ambas manos llenas de arrugas del tiempo y mirarlo como una madre mira a su cachorro. Aidal se convirtió en arcilla, y cerrando los ojos, bajó un poco su cuerpo hacia ella para que pudiera darle un beso en la frente.
—Agnaa et Natuk —murmuró—. Sakari.
—Aidal.
Alexander volteó la mirada cuando la anciana le encontró observando el encuentro, no podía decir con seguridad si eran parientes, pero por la forma en que se relacionaron, tal vez...
—No había visto esto antes —Sakari dijo, tomando un bollo tibio de una de las cinco cestas sobre la mesa de trabajo—. Huele bien, ¿es una receta nueva? —Sus ojos viajaron a Aidal.
La sonrisa del macho negro se llenó de orgullo, sus ojos se volvieron dos rendijas oscuras.
—Sí, pero la receta es del gato de Sialuk. —Y entonces le hizo un gesto a Alexander.
A la anciana se le iluminaron los ojos, mientras caminaba hacia Alexander, probó el bollo y gimió bajito, asintió varias veces. Había alguien más orgulloso que Aidal en la cocina, y no sabía bien por qué Alex se sintió tan satisfecho por recibir la aprobación de Sakari. Él confiaba en sus habilidades en la cocina, conocía bien como llegar a las personas a través de sus paladares, pero esta señora que se acercaba a él, comenzaba a ser importante.
Quizá porque significaba un pedazo valioso de conocimiento sobre Gala, o simplemente porque jamás estuvo tan cerca de un cambiante de edad avanzada. ¿Serían todos así, con ese brillo en los ojos y sonrisas amables? No, definitivamente no, ninguna persona era igual a la otra, pero si había más ancianos como Sakari, con gusto les cocinaría todo el día.
—Esto sabe... Hum... ¡Rico!
Sakari le sostuvo el brazo con una mano, mientras volvía a morder el bollo que tenía en la otra.
—Muchas gracias, señora Sakari.
La mujer rió por su muestra de cortesía al darle una inclinación, casi como una reverencia formal. Sakari negó.
—Huh, solo dime Sakari muchacho. —Sakari se inclinó para ver qué más había en el horno por la pequeña ventanilla de vidrio templado de la puerta—. Sialuk realmente ha escogido bien, mi Kaskae apenas puede con los huevos revueltos.
—Si el abuelo te escuchara... —comentó Aidal, divertido.
—Ese viejo gruñón sabe que digo la verdad, fue gracias a mi que podemos vivir bien alimentados fuera de la Guarida. —Sakari regresó a Alexander—. Pero Sialuk no pasará hambre contigo, ¿eh?
Un brillo diferente en sus ojos marrones, la clase de brillo que sonrojaba e inhibía. ¿Cuándo dejaría de sentirse como un cachorro frente a ella? Era incómodo y maravilloso en partes iguales.
—Solo hizo un tipo diferente de pan —mencionó Aidal, sin tono de ofensa.
—El tipo de pan que será la perdición de un montón de osos hambrientos —corrigió Sakari mientras se enderezaba, Alexander luchó entre ayudarla o mantenerse alejado para evitar un manotazo—. Y no niegues que un par de manos extra con nuevas ideas no te ha llegado como caído del cielo.
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Editado: 04.11.2020